Huelva

"Dentro de mí lo sabía, jamás pronunció sus nombres"

  • El abuelo materno de María relata entre sollozos cómo encontró los cuerpos

Una familiar de las víctimas muestra a la prensa una foto de padre e hija.

Una familiar de las víctimas muestra a la prensa una foto de padre e hija.

Desgarrador relato el de Mariano Olmedo, suegro de Miguel Ángel Domínguez y abuelo materno de la pequeña María. Su declaración encogió ayer los corazones de la sala. Fue él quien se topó de lleno con el sangriento escenario de los crímenes el 29 de abril de 2013. Quien descubrió los cadáveres de padre e hija.

Tenía llaves del piso de la avenida de los Reyes y cuando su hija Marianela le pidió que se acercara a ver si estaban allí los dos desaparecidos, no se lo pensó. Abrió con llave el portal y subió las escaleras, "pero cuando quedaban cinco o seis escalones vi que la puerta de arriba estaba abierta y esa puerta siempre está cerrada; me entró una cosa muy mala por la barriga". Se aventuró a acceder al domicilio. "Estaba todo el pasillo lleno de sangre" y pudo ver a Miguel Ángel tirado en el suelo de su habitación, desnudo al menos de cuerpo para arriba, "enterrado en un charco de sangre".

Jamás dijo "pobrecitos" y yo le decía a mi mujer: a éste no le corre sangre"

Inmediatamente fue en busca de su nieta. Se acercó a su habitación, en el otro extremo del pasillo, "y la encontré de canto, detrás de la puerta". La casa estaba prácticamente a oscuras, con una pequeña luz que permanecía encendida. Halló a la niña cubierta "con un pañito blanco". Cuando la tocó "tenía el bracito tieso". La destapó y consiguió "verle una herida negra en el cuello y todo el pelito lleno de sangre", dijo sollozando. Salió corriendo escaleras abajo, gritando que "había matado a mi niña y después se había matado él". Fue su primera impresión, lo que generó la confusión de las primeras horas, en que se habló de un supuesto parricidio que luego hubo que desmentir.

Mariano Olmedo dejó claro que abrió las puertas de su casa a Medina tras los crímenes "porque por un hijo se hace lo que sea". Pero a él no le daba buena espina. "Yo no lo quería ni a la hora de mi muerte, dentro de mí lo sabía". Es más, aunque el procesado "acompañaba y sacaba a mi hija, la consolaba y la animaba", a él le llamó poderosamente la atención que "jamás pronunció el nombre de mi niña ni de su padre, jamás dijo pobrecitos; yo le decía a mi mujer: a éste no le corre sangre".

Su arrojo, su dolor, su pasión al relatar lo vivido ayer al jurado contrastaba con el gesto hierático de Francisco Javier Medina, que se mantuvo prácticamente inmóvil durante toda la sesión, de perfil, impertérrito como una efigie egipcia. Entre lágrimas, Olmedo dijo que la pequeña María, su nieta, "era lo más grande del mundo y él, Miguel Ángel, era el hombre más bueno de la tierra".

No se explica, dice, cómo aquel 27 de abril de sabatina en Almonte nadie vio acceder al piso de la avenida de los Reyes -donde ellos dejaron a su nieta para que cenara con el padre- al asesino, porque "la calle estaba llena de gente". De hecho, él tuvo que aparcar en un vado mientras su mujer entregaba a la menor a Miguel Ángel.

En el plenario de la Audiencia de Huelva se escuchó también el testimonio de la madre de Marianela Olmedo, Rosario Martínez. La abuela materna de María Domínguez la calificó, como a su padre, "como las personas más buenas que había en el mundo, ángeles del cielo". Es más, ella no llegó a creerse que Domínguez hubiera matado a su hija cuando su marido descubrió los cadáveres. Nunca dudó de él.

Su relación con Miguel Ángel era excelente. Aunque su hija no le había contado todavía que mantenía una relación extramatrimonial con Fran Medina, ella lo sospechaba. Se dio cuenta, aseguró, "porque mi Marianela era muy moderna, explosiva, con escotes, y se lo cortaron todo". Su hija, de hecho, ocultó a su amante que Rosario y ella habían ido a ayudar a Miguel Ángel a poner unas fundas en los sofás un día antes de los asesinatos "porque le formaba el dos de mayo".

Dijo del acusado, llena de dolor y rabia, que es "un criminal" y que cuando ya las víctimas habían perdido la vida "entró en mi casa queriéndose hacer el dueño de todo, quería coger el puesto de Miguel Ángel y ese puesto no lo ocupa nadie en mi casa; es frío y bien frío".

Fuera de la sala, los familiares de María y Miguel Ángel se refugiaron en las dependencias del Servicio de Asistencia a Víctimas en Andalucía (SAVA), donde también quiso estar ayer apoyando a los Domínguez-Olmedo el tío de Marta del Castillo, Javier Casanueva.

El hermano y tío de los asesinados, Aníbal Domínguez, lamentó ayer el "espectáculo circense" y la "humillación" que cada día padece su familia cuando la del asesino lo vitorea al arribar al Palacio de Justicia en el furgón policial. "¿Qué diría la sociedad española si a José Bretón, cuando era presunto asesino de Rut y José; si a Santiago del Valle, cuando todavía era presunto asesino de Mari Luz; o si a Miguel Carcaño, cuando era presunto asesino de Marta del Castillo, se les aplaudiera al entrar" a los juzgados. A su entender, el escarnio diario que sufren es tal que "el propio Valle Inclán lo relataría en la patente del esperpento".

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