Consumismo compulsivo
La película, Confesiones de una compradora compulsiva, no tiene la mayor importancia. Es una de esas atrabiliarias y anodinas comedias románticas al uso que, si en este caso tiene alguna connotación más singular es su referencia al consumo en una sociedad que lo practica de una manera histérica y desaforada, o a ese consumismo compulsiva tan habitual en estos días, que en buena parte es responsable de ese desastre económico en el que nos encontramos que en nuestros país, particularmente, tiene consecuencias nefastas y preocupantes. Es decir: tenemos lo que entre todos nos hemos buscado.
Buena representante de este consumo incontenible y desmadrado es la protagonista de esta película, que cuando escribimos estas líneas, la vemos moviéndose bien entre los títulos más taquilleros de la actualidad. No nos extraña puesto que pueden ser muy numerosos los que se identifiquen con las veleidades compradoras de la protagonista. No en vano los libros de los que procede esta historia, ahora llevada a la gran pantalla, como recordábamos en nuestra crítica publicada en esta sección el pasado miércoles día 1, son los best sellers de la escritora británica Sophie Kinsella, cuyas aventuras consumistas han sido convenientemente adaptadas por el director P. J. Hogan, a quien recordamos como responsable de películas de discreta admiración en el género: La boda de Muriel (1994) y La boda de mi mejor amigo (1997).
En ese mismo tono de sus anteriores realizaciones P. J. Hogan sigue las reglas de juego que él mismo plantea, fiel al guión, es decir a unos planteamientos absolutamente comerciales de cara a la taquilla. No se espere pues ningún aspecto más allá de la somera crítica en una lectura medianamente improvisada a ese desmesurado afán como compradora maniática de la protagonista o a sus implicaciones mediáticas haciéndose pasar como periodista -¡curiosa paradoja!- experta en asuntos económicos en una revista. En realidad su vida es una auténtica falsedad. Incapaz de pasar por delante de un escaparate sin entrar en la tienda a comprar. Dispuesta siempre a tirar de tarjeta de crédito. Acosada por las deudas es perseguida por un cobrador de morosos, ve complicada su existencia y tiene que dejar su labor en la revista en la que trabaja para pasar a otra en la que también falsea su especialización. A pesar de ello no deja de lucir sus vestidos y complementos de las firmas más prestigiosas. Como la vida misma.
A pesar de las ambigüedades de la película el retrato es real, sino en parecidas o iguales circunstancias y la personalidad de esta derrochadora o despilfarradora puede recordarnos retratos más o menos cercanos. Puede haber muchas Rebecca Bloomwood como la protagonista de Confesiones de una compradora compulsiva, pero si alguien espera un análisis más agudo del problema, debe perder toda esperanza. Todo se queda en algo superficial y narrativamente la película no da para mucho más.
Se ve favorecida por esos planteamientos conformistas habituales en muchas comedias románticas, como en el fondo lo es ésta. Un reparto en el que, junto a una pareja protagonista atractiva y con romance a la vista, aparece un buen conjunto de actores que están en el reparto del film por aquello de que es mejor aparecer aunque sea poco que quedarse fuera de foco y en ese aspecto se agradece la presencia de John Goodman, John Lithgow y Kristin Scott Thomas. Ellos dan relieve a esta producción que pasará al capítulo de mero entretenimiento con algunas escenas divertidas. Pero no va más allá de ese deseo de hacer pasar un buen rato al público. Puede haber un mensaje implícito sobre el consumismo compulsivo que nos invade. Pero la sangre no llega al río.
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