Huelva

A D. Carlos Díaz, semilla de Safa Funcadia

  • Deja en su testamento su casa y finca para que se convirtiera en escuela

Carlos Díaz.

Carlos Díaz. / M.G. (Huelva)

El pasado 1 de octubre se cumplieron cien años de la muerte de Carlos Díaz y Franco de Llanos, hombre ejemplar en su tiempo y que en su testamento dejó su casa y finca para que, a la muerte de su esposa, Concepción Montes del Castillo, se convirtiera en escuela, biblioteca y museo.

La citada finca es la que hoy ocupa el centro de estudios Safa Funcadia, anteriormente llamado Estudios Politécnicos Madre de Dios, o “Colegio del Padre Laraña” en el decir popular, y que tanta relevancia ha tenido desde su fundación en 1944 en la vida de nuestra ciudad; en lo docente, lo profesional, lo cultural, lo social y, en mi caso, lo personal.

Siempre me había suscitado cierta curiosidad la figura de Carlos. En los relatos que se hacían sobre la historia del centro cuando era alumno, allá por los años sesenta del pasado siglo, aparecía como ese bienhechor que lo que tiene lo entrega para el servicio de aquellos que más lo necesitan. En su testamento, cinco años antes de su muerte, esboza lo que quería que se hiciese con sus bienes y su preocupación por los obreros y los más necesitados.

La Fundación que se crea para dar cauce a los deseos de Carlos inicia sus actividades con una Escuela nocturna para obreros adultos, una Biblioteca pública, Escuela y talleres de Formación Profesional (carpintería, mecánica y electricidad) y seis Escuelas nacionales (aulas) de enseñanza Primaria. En los estatutos de la Fundación se indica que su objetivo “es la enseñanza de las clases necesitadas, incluyendo clases de adultos, biblioteca y, si es posible, un museo, dándose gratuitamente las clases diurnas para niños y nocturnas para adultos, además de la enseñanza de oficios varios”.

También, establece que “tendrán derecho a asistir a las clases y biblioteca todos los niños y adultos que residan en Huelva siguiéndose la orden de preferencia siguiente: primero, obreros e hijos de obreros; segundo, mayor número de hermanos, y tercero, en igualdad de condiciones, los de menos ingresos”.

Con estas disposiciones de la Fundación se cumple lo estipulado en el testamento, al tiempo de que sea una institución religiosa la que esté al frente de la escuela y demás secciones anexas. Esto último se plasma con el acuerdo firmado con la Compañía de Jesús en 1944.

Una de las cláusulas que llama la atención en el testamento se refiere a que el cuadro realizado a su esposa, “Doña Concha”, por el pintor extremeño Eugenio Hermoso, esté colocado en un sitio visible y de importancia en las dependencias del colegio. Así ha sido. Estuvo en la biblioteca de la antigua Villa San Carlos ya convertida en espacio de enseñanza, en la sala de reuniones del profesorado… Actualmente preside la sala de reuniones del equipo directivo.

La preocupación de Carlos no fue que se erigiera algún busto u obra artística que inmortalizara su figura; no, su inquietud se dirigía hacia el reconocimiento a su esposa por las generaciones futuras. Por eso creo que con mayor motivo tendría que pensarse en un memorial de agradecimiento hacia él por su generosidad y visión de futuro ante las necesidades de la población de su tiempo.

En los veinte años que compartieron matrimonio no tuvieron hijos. Carlos se dedicó a los negocios como industrial en esta plaza y, antes de junio de 1917, fecha en la que es sustituido, aparece como responsable de la Real Agencia consular de Italia en Huelva. Su esposa, granadina de nacimiento, con idéntico sentir ambos, se implica en la vida social y religiosa con la misma mirada para descubrir la necesidad y dar una respuesta generosa y cercana, respuesta que continuará aplicando al tomar la decisión de dejar su casa para que los objetivos de la fundación que apuntó Carlos en su testamento se pusieran en marcha muchos años antes de su muerte.

Recuerdo a esa señora, ya muy anciana, viviendo en la pequeña casa que actualmente es sede de la Asociación de Antiguos Alumnos ubicada en los terrenos del propio centro escolar. Al poco tiempo de incorporarme al colegio como alumno, falleció, el 12 de octubre de 1960.

Ambos, Doña Concha y Carlos, tienen el reconocimiento de todos los que hemos pasado por el colegio de la Alameda Sundheim y el de nuestras familias. Sus acciones han propiciado forjar buena parte de lo que somos en la actualidad. Sería estupendo que ese reconocimiento fuese más visible.

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