Camino de Trigueros y La Ribera
En el titán
La zona que aún se conserva era la primitiva entrada a la ciudad, situada junto a la ermita de San Sebastián. El conjunto de casas forma un mosaico urbanístico de interés



ESTÁ ahí, abriendo el camino hacia Trigueros y La Ribera, pegado a la antigua ermita de San Sebastián.
Ese era el entorno del final de una Huelva del ayer, o mejor dicho, el principio de un barrio y una ciudad, así se puede ver en el plano de Francisco Coello, de 1869. Hoy de aquello sólo queda una hilera de casas con un gran letrero en su esquina y el nombre de avenida de las Adoratrices. Así es como se le llamó más tarde a esta calle, que fue siempre más barrio de San Sebastián que Adoratrices. Era el camino hacia Santa Marta, con todas sus huertas y casas de descanso, hoy habitadas por un enjambre de bloques con la excepción del Parque Moret y el callejón de las Sierpes. Conducía desde los años veinte al camposanto de la Soledad. Juan Gómez Hiraldo recordaba en el pregón de San Sebastián, de 1986, que hasta aquí todos los duelos iban llorando tras la carroza fúnebre con despedida en el Tacón de Oro, que era un bar de los del barrio, a partir de ahí a galope trotado.
Una zona de campo, una Huelva que en aquel entonces nadie podía pensar que llegaría hasta allí. Bueno, sí, nuestros urbanistas que ya en 1931 tiraron la ermita de la San Sebastián para el ensanche que llegó con los faustos del 92.
Sí, no es un trozo de calle cualquiera aunque ahora esté diseccionada por la cuesta de Magallanes. hay nombres que despistan, al centro de Salud se le conoce por el nombre de las Adoratrices, cuando en verdad debía llamarse de La Joya. Las Adoratrices estaban más para allá, para el campo, hacia las afueras de la ciudad.
Una finca como las muchas de la época la tenía el cura don Pedro Román Clavero, gran personaje, de espíritu inquieto. En su larga lista de obras benéficas en Huelva está la construcción del convento de las Adoratrices, en esa finca de su propiedad, en 1918. Allí se estableció la comunidad que con el tiempo fue mermando hasta desaparecer prácticamente la obra de don Pedro. Con el edificio demolido, en 2000, se perdieron las escuelas. En unas pequeñas instalaciones quedó la obra social de las Adoratrices, que atendían a mujeres con problemas. Un proyecto que en la actualidad el Obispado de Huelva tiene puestas sus miras y sus esfuerzos, tras la marcha definitiva de la comunidad el pasado año.
Sí, este trozo que queda es el único que nos conecta con el ayer. No es un grupo de casas inconexas. La historia de la ciudad está grabada en ellas porque son testigos de una época.
La falta de una decidida actuación en la zona le permitió mantenerse hasta ahora, en la falda del cabezo de la Joya. La necrópolis orientalizante de Juan Pedro Garrido, que tantas veces dijo, sin que nadie le escuchara, que había que seguir excavando. Ahora el Ayuntamiento quiere demoler todo este frente de casas.
Un paño de fachada del ayer, de casas que en Huelva prácticamente no quedan, testigos de ese tipo de construcción. La ciudad tanto quiso transformarse que no está dejando muestra alguna de su pasado. La especulación urbanística dejó que esto ocurriera.
No queda prácticamente nada de este tipo de casas. Ni en las barriadas clásicas de Huelva ni en ninguna parte. Se van demoliendo en la barriada de las Colonias, en el Matadero, en Marchena Colombo y en la Isla Chica. Por supuesto que desaparecieron en el barrio de San Sebastián por la necesidad de la apertura de la ciudad hacia la A92, por la avenida de Andalucía. Lo que está claro es que el grupo de casas que aquí se levantan las ha salvado el tiempo y el hecho de que permanece en línea con la calle.
Circunstancias estas que le dan derecho a seguir aquí, levantadas junto al cabezo de la Joya, testigos de un tiempo. La ciudad no puede ir perdiendo señas de identidad, a veces tan manoseadas y tan poco, al final, defendidas en verdad. Aquí lo que debería existir es un indicador que recuerde que estamos ante una de las tres entradas a la ciudad, junto a la de Gibraleón, por el Humilladero de la Cinta, y la del Odiel, hoy avenida de Italia, que conectaba el puerto con la carretera de Alcalá de Guadaira, como indicaban los mapas de finales del XIX.
Sin embargo el Ayuntamiento le deniega esta derecho, el de la supervivencia. Quiere demolerlas.
Lo cierto es que esta que hemos contado es la narración histórica del lugar, el presente es más difícil con connotaciones no tan fáciles para llegar y derribar las casas. Hay que pensar en las personas que las vienen ocupando desde hace años; bueno sería que primero asuntos sociales se preocupe por las familias que aquí malviven. Cierto es que llegado algún momento pueda existir un conflicto vecinal en la zona que exija que se desocupen.
Es conveniente saber que el derribo de las casa provocaría el paulatino derrumbe del cabezo de la Joya, que ahora mismo lo aguantan las casas. Es lo que ocurre en la calle San Sebastián, que el barro inunda la acera cuando llueve.
La solución pasa por atender a las familias allí alojadas, desocupar las viviendas y mantener la fachada de estas casas, es un mosaico digno de conservar. Fácil lo tenemos, Junta y Ayuntamiento son propietarios en la junta de compensación.
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