Baudelio Alonso Gómez, amor por la enseñanza
Natural de un pueblo de Toledo, en Huelva conoció el mar y el amor para quedarse para siempre
Manuel Garrido Vázquez: La escultura como pasión

Huelva/La Puebla de Montalbán es el pueblo donde Fernando de Rojas escribió una de las obras más importantes de la literatura española: La Celestina. Y allí fue donde mi buen amigo Baudelio estudió bachiller y donde se hizo maestro por empeño de su padre, que era agricultor y ganadero y había tenido 8 hijos, de los cuales ninguno quiso estudiar. Así que él quiso que, por lo menos, el menor de los hermanos estudiase una carrera.
Bau nació en Escalonilla, un pequeño pueblo de la provincia de Toledo donde solo se podía trabajar en el campo, pero cuando llegó la industrialización, tractores, cosechadoras y demás maquinaria, la gente tuvo que emigrar y la localidad redujo su número de habitantes a la mitad. En el bonito pueblo donde mandaron a Baudelio a estudiar a un colegio de franciscanos, a tan solo siete kilómetros, fue donde hizo el ingreso de bachiller y la propia carrera de Magisterio, la cual terminó con 18 años. Al año siguiente aprobó las oposiciones y le dieron la plaza en la provincia de Huelva, en Cortegana, preciosa localidad de la sierra que tiene un espectacular y bonito castillo que pertenece a la llamada banda gallega y que servía para defender el reino de Sevilla.
Cortegana esta separada de la costa onubense por poco más de 100 kilómetros, lo que sirvió para que Bau bajase a ver el mar, pues todavía no lo había visto nunca y quedó impresionado cuando al llegar a La Bota este castellano-toledano se encontró con la inmensidad del océano Atlántico. Ya lo escribió mi amigo Abelardo Rodríguez Arcos en una de sus poesías: “Quién pudiera como tú, ver el mar por vez primera”. Y es que los que lo estamos viendo desde pequeños no le damos la importancia, pero esa primera vez es maravillosa.
Y, casualidades de la vida, allí a Cortegana fue destinada también Conchita Hernández, otra maestra de la que tuve el placer de escribir sobre su dilatada vida profesional. Ella llegó desde Huelva y se fue a vivir a la misma pensión donde vivía Baudelio. Al poco tiempo ambos vinieron destinados a Punta Umbría, al colegio Santo Cristo del Mar. Y ahí fue cuando yo los conocí. Además, tuvimos la suerte de comprarnos una vivienda cada uno en el mismo edificio y estrechamos nuestros vínculos de amistad, ya que tuvimos a nuestros hijos casi a la vez y, para poder salir alguna tarde-noche al cine o a cenar, tanto unos como otros nos hacíamos cargo de los niños. He de decir que Conchita y Baudelio son dos personas encantadoras.
Antes de venir a Punta Umbría él se fue a Colmenar Viejo, muy cerca de Madrid, a hacer el servicio militar. Y como entre ellos había surgido el amor y los dos tenían su puesto de trabajo asegurado, decidieron casarse. Y quién mejor que Francisco Cruz Beltrán, más conocido como el cura Paco, tan querido aquí en el pueblo.
A todo esto, como Baudelio tenía y tiene tanto amor por la enseñanza y pensaba y sigue pensando que en los colegios se fragua el futuro de la sociedad, se unió a un grupo de maestros progresistas que seguían la teoría educativa del pedagogo francés Célestin Freinet y que aquí en España se llama Movimiento Cooperativo de la Escuela Popular. Así, al inaugurarse en Huelva el nuevo colegio Giner de los Ríos situado en el barrio de La Orden, pidieron plaza y allí emplearon su novedoso sistema que, entre otras cosas, hacía partícipe a los padres de la enseñanza de sus hijos. Además, había sido apoyado por la delegada de Educación en Huelva, la recordada y nunca valorada como se merecía, Mari Paz Sarasola, quien hizo del proyecto algo suyo.
Este movimiento cooperativo sigue existiendo, tiene ya 48 años de vida, y sus miembros se reúnen anualmente. Y Bau, a pesar de llevar varios años jubilado, sigue trabajando por la enseñanza y visita muchos colegios para asesorar a los profesores, pues es un incansable de la educación y, como dije en el encabezamiento, siente amor por todo esto.
En Punta Umbría, apoyado por el ayuntamiento, crearon un sistema en las calles con unas cabinas donde la gente dejaba sus libros para que otros fueran a recoger otras obras y así fomentar la lectura. Yo mismo participé dejando libros míos y recogiendo otros que me gustasen y que luego devolvía con un comentario sobre lo que me había parecido. Mi opinión podría ser válida para el siguiente lector, lo mismo que a mí me servía la de otro anterior. Este sistema tan atractivo no tuvo continuidad, desgraciadamente.
Y lamentablemente tengo que dejar de escribir sobre este personaje tan interesante que vive en Punta Umbría. Pero es que no tengo espacio para más y, de tenerlo, sería un libro lo que tendría que escribir. Hoy, además de seguir en la lucha, aún tiene tiempo para dedicárselo a sus hijos José Antonio, María y Javier; y a sus nietos, que lo visitan muy a menudo y con quienes disfruta junto a su encantadora esposa Conchita.
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