El Bar Co y la calle Blanca Paloma (I)

Historia menuda

El popular Bar Co.
El popular Bar Co.

24 de octubre 2011 - 01:00

Huelva se remozaba en los años sesenta del siglo pasado, cambiaba de aspecto y de costumbres. Reflejo de éstas eran los establecimientos de bebidas que se abrían a diario, mientras iban desapareciendo, casi imperceptiblemente, las viejas tabernas y los escasos zampuzos que todavía resistían a la nueva época industrial que llamaba imperativamente a su puerta.

En esta oportunidad, va a desfilar por este proscenio histórico un bar que fue referente de la zona, que, pese a sus sólo cinco o seis años de existencia, merece pasar a la Historia de la barriada de Viaplana por la gran influencia que sobre esta zona ejerció: el Bar Co. Pero, buceemos en sus orígenes:

La historia de este bar arranca en 1967, fecha en la que los emigrantes españoles en Alemania se vieron obligados a volver a sus lares. Uno de ellos, el onubense Juan Gil Zamora, regresaba, a pesar de todo, henchido de alegría, ya que había fundado, en 1963, en la ciudad germana de Bocholt la Hermandad de Emigrantes de Nuestra Señora del Rocío. De todas formas él no debía de tener ningún problema a la hora de incorporarse a su trabajo: había salido con una excedencia de diez años y solicitaría nuevamente su ingreso en la Junta de Obras del Puerto. Pero, los dirigentes de la citada Junta le dijeron que ingresaría de inmediato cuando hubiera una plaza libre y él consideró que debía de trabajar para que en su casa entrase un jornal.

Pensó que sería positivo instalar un bar que mantendría su actividad hasta que fuese llamado por el Puerto. Y la diosa Fortuna quiso ayudar a Juan Gil Zamora: En una calle enclavada en el barrio de Viaplana, vía que todavía no tenía nombre, pero que se le conocía como calle C, existía un local nuevo, sin estrenar, compuesto por un salón grande y poco mas (con una superficie de unos ciento diez metros cuadrados) que sería suficiente para instalar el bar que pretendía. Llegó a un acuerdo con el propietario y sólo necesitó, en la parte trasera del edificio, instalar una cocina y una pequeña habitación.

Entre las mil combinaciones industriales que honran al ingenio humano, ninguna tan breve y directa como el nombre que le puso a su establecimiento: Como medio nombre lo tenía ya anunciando que era un Bar y como la temática de la decoración sería marítima, añadiéndole sólo Co, reuniría los dos conceptos: Sería un bar donde todos los detalles evocaran un barco, sería, en definitiva, el Bar Co.

La fachada del incipiente bar era muy modesta en lo artístico. Destacaban en la misma dos grandes puertas (una vidriera y la otra de madera noble), desde cuyas perspectivas se divisaba todo el establecimiento. Estas puertas estaban coronadas por un barco, la palabra Bar, otra embarcación, la palabra Co y, finalmente, un tercer bajel. Traspasadas las citadas puertas, un mostrador de roble se deslizaba hasta medio salón.

El decorado del Bar Co estaba compuesto por finos materiales. Era de muy buen gusto y honraba al Sr. Gil Zamora, que lo había proyectado y dirigido: en el amplio salón todo inspiraba al mar, con muebles rústicos, jarros, almireces, cerámica, redes extendidas, remos, un farol, una antigua luz de señalización náutica que se encendía intermitentemente, un ancla y otros objetos marinos. En dos puntos del mismo, en sendas urnas o armarios de cristales, se alzaban gallardas las reproducciones de dos embarcaciones que ejercieron de buques escuela de guardiamarinas, naves que ocupan un lugar preeminente en la náutica española y han llenado de orgullo a nuestra Marina: el Juan Sebastián Elcano y el motovelero Galatea, el primero de ellos con sus cuatro mástiles y con las velas desplegadas y como hinchadas por el viento; el segundo, con su esbelto botalón para la vela cangreja. Ambas miniaturas, que casi tenían un metro de longitud y un metro de altura, se podían considerar como dos auténticas obras de arte. El mismo motivo marino se observaba en los aparatos de hierro forjado de la iluminación, en los cuadros cuya exclusiva temática era la ría… Completaban la decoración, varias estanterías rectangulares, que casi rozaban el techo, en las que se observaban diversos tarros y botes y botellas de vinos finos y licores de las más prestigiosas marcas. Debajo de uno de los veleros, hacía acto de presencia un mueble de roble coronado por muchas botellas, numerosos vasos y una máquina registradora que, por cierto, se la llevaron los hijos de Caco en una visita nocturna que hicieron al Bar y no fue recuperada.

La puesta en escena de la presentación de las tapas daba la impresión de que también formaba parte de la decoración… Los calamares a la romana, las almejas y mejillones al vapor, el arroz con bacalao, se alineaban en pequeños platos, humeantes, en espera de que los clientes los retiraran por su cuenta, ya que era un bar autoservicio, esto es, tenían que ir a la cocina a recoger la bebida con la tapa que eligieran. Esta forma de servicio que no dependía de los camareros, se constituía en novedad en nuestra Ciudad y era un atractivo más del Bar Co. ¡Ah! el que quisiera saborear las tapas de este bar tendría que personarse al mismo, ya que en él no se servían raciones para la calle…

Al cuido de los fogones, demostrando en cada plato que era una excelente cocinera, reiterando la calidad que la cocina tradicional huelvana tiene, estaba la señora de Juan Gil Zamora, Juana Mora Jiménez. Más tarde, como le apremiara el trabajo les ayudó la madre de ella que pasó a vivir en la habitación que antes citábamos. Juana, además, era incansable en que la limpieza prevaleciese en el local en los más ínfimos detalles.

La ensaladilla era una tapa muy solicitada que ganó muchos adeptos a este Bar. Pero la novedad determinante, la que llevaba más clientes a aquel auténtico Templo del Tapeo fue el Chorizo al Infierno. Acerquémonos y veamos como Juan Gil preparaba una de estas tapas: El rostro de éste adquiría la solemnidad que él consideraba precisa a la importante operación culinaria que iba a realizar. Después, en una cazuelilla de barro, con un cubre manteles debajo u otro plato que soportara el calor, ponía un trozo de chorizo o uno entero de tamaño regular, le rociaba un chorrito de alcohol, le prendía fuego con precaución, esperaba a que se consumiera la llama y tras añadirle dos trozos de pan… lo servía con su simpatía acostumbrada.

No podemos olvidar que el Bar Co servía numerosos desayunos (lonchas de pan de pueblo y, acompañando a este pan, se elegía aceite de oliva, foie-gras o jamón) y excelente café.

A lo largo de los años que regentó el Bar que nos ocupa Juan Gil, éste sólo permaneció cerrado en las fechas en que se convertía en un peregrino de la Hermandad de Emigrantes y se acercaba a postrarse ante el Lirio de las Marismas.

stats