Baltasar Garzón: “La Memoria no es una cuestión de ideologías, sino de justicia”
Entrevista
El conocido exjuez presenta esta semana en Huelva su último libro, ‘La encrucijada’, y asistirá a la creación del Comisionado para la Memoria Democrática de la Diputación Provincial
La Justicia es algo que… bueno, está ahí y todos lo saben. En muy raras ocasiones, aunque sí ruidosas, una sentencia traspasa las salas de los juzgados hasta llegar a las casas de los ciudadanos. El resto del tiempo, en realidad, ni fu ni fa. Es verdad que parece un mundo complicado, desconocido, raro, y probablemente por eso a una gran parte de la sociedad le produce tanto respeto como indiferencia. Eso sí: si nombras al juez Garzón todo el mundo levanta una oreja. Baltasar Garzón interesa. Baltasar Garzón es héroe y villano. Es a menudo polémico, ha levantado alfombras sin pudor y más de una vez ha colocado el dedo en la llaga. Tanto, que se ha llevado más de un guantazo en su trabajo por hacer su trabajo como ha creído que debía hacer su trabajo. Garzón ahora lo ve todo desde la barrera, y eso le da la oportunidad de analizar desde otra perspectiva lo que ocurre en España y en el mundo. La próxima semana visita Huelva para presentar su nuevo libro, ‘La encrucijada’, en el que analiza la sociedad en la que vivimos y hace una llamada a la acción a todas aquellas personas que, como él, piensan que solo desde una visión “progresista y humanista” se puede cambiar el destino de la humanidad. Lo hará en la puesta de largo del Ateneo de Huelva, una provincia en la que inició su brillante carrera como juez (en el Juzgado de Valverde), y con la que siente “una vinculación especial”.
-Vivimos tiempos convulsos. En ‘La encrucijada’, su último libro, parece que lo veía venir… ¿Nació antes o durante la pandemia?
-El libro nació antes. De hecho, lo estuve escribiendo mucho antes y debería haberse publicado el 1 de abril de 2020, en plena pandemia. Acababa de terminarlo cuando llegó el estado de alarma, mi enfermedad (Baltasar Garzón se contagió de Covid-19 en la primera ola, y se le complicó tanto que incluso hasta el día de hoy sigue teniendo secuelas: “internamente estoy hecho un cromo”’, dice con humor resignado). Así que el libro tuvo, primero, que esperar por la situación, y segundo porque una vez recuperado tuvimos que retrasarlo para reflexionarlo, incluir todo lo que estaba pasando y cambiar la perspectiva de algunas cosas, la que te da enfrentarte a una situación especialmente delicada como esta. Lo reescribí en parte, lo repensé, y finalmente salió a final de año.
-Sin embargo, parece que la pandemia le da incluso más motivos para un título como ese.
-Sí, pareciera como si el libro se hubiera concluido en un momento muy especifico, en el que, aunque ya se hacía algún tipo de reflexión acerca de la preocupación por lo que estaba ocurriendo, vimos cómo atacaba a todos los puntos sensibles en nuestro país y en todo el mundo, poniendo aún más en evidencia el hecho de que era necesaria esta reflexión de que estamos en una auténtica encrucijada y qué hay que hacer para salir de ella. El titulo, el libro, la reflexión que contiene y lo que aconteció… Parece que se se alinearon los astros.
-En ‘La encrucijada’ habla del progresismo humanista como parte de la solución a la situación de cambio que vive el mundo. ¿La política es entonces la respuesta?
-La política es algo absolutamente necesaria en los países democráticos porque es el arte de facilitar la convivencia pacifica entre los ciudadanos y sus derechos, de garantizar que todos tengamos esos elementos fundamentales de convivencia que supone el respeto a los derechos de los demás y de los propios. La política, la gestión política, la reflexión política, es necesaria. Cuando hablo de progresismo humanista lo hago desde un punto de vista transversal. Es verdad que en el libro cargo contra la ultraderecha y la extrema derecha porque creo que son elementos nocivos para lo que se avecina y lo que estamos viviendo, como estamos comprobando, pero busco la transversalidad. Critico las estructuras políticas tradicionales y también analizo el fracaso de las mismas, haciendo una autocrítica importante hacia la izquierda y las posiciones de la izquierda.
-¿Entonces el problema son los partidos políticos?
-Evidentemente mi crítica va a la siglas de los partidos. Lo que mi experiencia me ha demostrado, sobre todo estos años al margen de la actividad judicial estricta en los que he podido ver muchas situaciones en muchos países y profundizar en la política, es que la fuerza se pierde en las siglas. Es desgraciado, pero los políticos se han pasado décadas mirándose el ombligo sin tener otra ocupación que sí mismos. Lo que vengo a decir es que la ciudadanía necesita algo más. Necesitamos esa reflexión profunda, la vocación de servicio público que debe ser la política, y no solo una oportunidad para prosperar o estar ni para obtener intereses oportunistas. Ahí me da igual que sea de una ideología que otra: si la estructura partidaria dificulta la dinámica de la democracia y la defensa de la sociedad, lo critico. La visión progresista y humanista es tomar la fuerza del ser humano en la situación en la que vivimos actualmente, con unas ideas que van hacia una tendencia igualitaria, hacia la menor diferencia social, hacia una economía más responsable y humanizada… Una lucha feroz contra la indiferencia: eso es el progresismo humanista.
-Precisamente en una situación muy complicada para la sociedad española como está siendo la pandemia no parece que los partidos hayan jugado un gran papel.
-Desafortunadamente es así, desde luego unos menos que otros, pero la verdad es que me produce una desazón terrible ver esos debates parlamentarios durante, también después, de la pandemia, en los que se centran en el insulto y al descalificación y hay una total falta de análisis y profundización. En esta situación uno se pregunta a quién sirven estos partidos: ¿a sí mismos?, ¿a sus estructuras?, ¿a quienes les votan? Parece que estuvieran en un escenario, desarrollando una obra de teatro o una película de serie ‘b’, sin analizar realmente si lo que se ofrece es lo que se necesita. Lo que yo critico en el libro, la reflexión que hago, es que debemos profundizar más. No está todo en unas siglas ni en decir lo que se va a hacer, sino en hacer lo necesario. En esa visión no me cabe una forma diferente de la Justicia que la visión progresista del derecho, no me valen esas posiciones conservadoras de hace cien años, sino aquellas que exigen respuestas a los problemas de ahora, y esos piden únicamente ir hacia adelante, hacia la sostenibilidad, la comunión a la naturaleza, la diversidad… La actualidad no se puede interpretar de forma conservadora. Eso no quiere decir que yo critique la ideología conservadora. Es perfectamente compatible ser un votante de derechas e interpretar de forma progresista lo que hoy es necesario para seguir viviendo, pero no se pueden mantener los mismos sistemas de capitalismo a ultranza cuando hay millones de personas que viven en la indigencia, por ejemplo. Tenemos que rehumanizar la economía, rehumanizarlo todo poniendo al ser humano en primer término, y no creo que sea algo imposible.
-Hablando de la Justicia, también se viven tiempos raros en el Consejo General de Poder Judicial.
-Si ponemos a lo concreto lo que te comentaba antes hay múltiples ejemplos. En el caso del CGPJ a uno le produce vergüenza lo que estamos viviendo. Son más de dos años de prórroga del mandato y ya he dicho por activa y por pasiva que si tuvieran un razonable respeto hacia sí mismos deberían haber dimitido ya. El Consejo está caducado desde hace dos años. No es recibo, no puede ser y demuestra la ineficiencia de un sistema que responde a unos intereses concretos y a un interés político dentro el órgano de gobierno de los jueces. Y si nos vamos al tema de los indultos, otro tanto igual; si nos vamos a algunos tratamientos que se hacen de la corrupción, a la investigación del Rey Emérito, a la denostación de las mujeres diciendo que la violencia machista no existe, etc. vemos que estamos en una muy mala dinámica. Son situaciones tan graves que nos están poniendo en una situación límite, y esa falta de conciencia, de compasión en varias estructuras políticas están traduciéndose en una confrontación cada vez más grande en la sociedad.
-¿Cree que el ‘partidismo’ de la Justicia está perjudicando su imagen ante la sociedad?
-Todo esto redunda en la desconfianza. El pueblo necesita confiar en las instituciones. No es verdad que la ciudadanía solo tenga voz cada cuatro años. Hay que vivirla de forma más participativa. La Democracia no es cómoda, porque hay que defenderla día a día. No podemos estar esperando a que lleguen otras eleciones porque en cuatro años pueden ocurrir muchas cosas muy graves. Puedes verlo muy claramente si tomas el ejemplo de Estados Unidos con Donald Trump, en los que la extrema derecha se ha adueñado de espacios que parecían conquistados por la democracia y se debaten de nuevo cuestiones que estaban superadas desde los años ochenta. Hay que luchar por la democracia permanentemente, y la Justicia es un ejemplo de ello: no puede equivocar su rumbo. Con todos mis respetos al Tribunal Supremo, no se puede permitir que emita un dictamen sobre los indultos del ‘procès’ con unas valoraciones políticas y una crítica política que desde luego no le corresponde. Tenemos que discriminar lo uno de lo otro, porque si no vamos en una línea que es muy negativa.
-¿Y si el CGPJ o el Supremo tuvieran un carácter progresista sería diferente?
-Creo que no. Me explico: la cuestión no es que si está en manos de la izquierda va a estar mejor. No es cuestión de los míos o los tuyos, sino de que estén los mejores, de que se garantice la independencia, de que se acepte la división de poderes, que no significa estar enfrentados porque todos forman parte del Estado y son el Estado en sí, y por eso deben funcionar con vocación de servicio público, de forma armónica. Cuando hay roces hay mecanismos para solucionarlo. Lo que no puede haber es un aprovechamiento partidario de las instituciones, de unos o de otros. Evidentemente este CGPJ está ya lastrado por su falta de legitimidad. Desde que finaliza ese mandato no puede generar confianza, ni ellos ni quienes les tienen que nombrar, porque eso solo demuestra la incapacidad de ponerse de acuerdo, y eso es lo único que no puede haber en política. Nosotros pagamos a los parlamentarios con el presupuesto publico para que lleguen a acuerdos, no para que no lo hagan. Y aquí llevan dos años ¿esperando a qué? ¿Porque a un partido le interesa que siga esta proporción? ¿Porque al otro le interesa que surja la contraria? Eso no nos vale. Tienen que estar los mejores y es necesario diseñar un sistema en el que incluso el pueblo participe, informado debidamente. Tenemos que conocer la democracia cada vez más, estar informados y participar. Por eso te decía antes que la democracia cuesta trabajo. No sirve estar sentado en el sillón y levantarte cada cuatro años a votar, no, tienes que preocuparte y ser responsable. Somos corresponsables de lo que nos pase.
-Va a ser nombrado Presidente de Honor del Comisionado para la Memoria Democrática de la Diputación Provincial de Huelva. ¿La Memoria es una bandera exclusiva de la izquierda?
-Ese es el gran error. La Memoria no tiene una calificación de derechas ni de izquierdas. La Memoria es el respeto a las víctimas, el reconocimiento universal del derecho humano a la verdad, a la justicia, a la reparación, a la garantía de no repetición. Lo que ocurre es que, desgraciadamente, se le ha puesto una categorización política, y ahí comienza el problema. La Memoria, como dice Reyes Mate, habla de solidaridad con las víctimas, de compasión ante la injusticia, de la recuperación de la verdad… La desaparición forzada de personas, no saber dónde están tus seres queridos, y que además el Estado no te facilite los medios para averiguarlo, te sume en la mayor de las injusticias, en la impunidad más rampante y además te destroza ese derecho a la felicidad que todos tenemos. No es ni pasado ni derechas ni izquierdas, sino que es presente y futuro y es de todos, porque nos conforma como pueblo. Si no somos capaces de reconocer ni reivindicar lo que hemos sido no vamos a estar completos. A los españoles se nos lastró, se nos eliminó una parte de nuestra historia muy importante, como es la de la Dictadura, y nos condujeron de forma totalmente parcializada. Nos mantuvieron ajenos a la realidad, y cuando se puede empezar a conocer esa realidad no se nos debe tildar ideológicamente ni atacar a aquellos que quieren, que queremos, saber la verdad. Puede haber o no justicia, pero es necesario conocer la verdad. El deber de recordar, que es el conocimiento por un pueblo de la historia de su opresión, forma parte de su patrimonio, y un Estado no puede seccionar una parte de la historia porque sí. Ese fue el gran pecado de la Dictadura y por supuesto también de la Transición, que no le prestaron la debida atención. Es muy triste que hasta el año 2000 no hubo una exhumación en España ¡El año 2000! Y la guerra terminó en 1939…
-Hay quien dice que se trata de revanchismo…
-No es cuestión de revancha, es cuestión de reparación, de verdad. Las víctimas están ahí. Es muy duro que la primera vez que víctimas del franquismo tuvieron la oportunidad de declarar ante un tribunal fue porque yo las convoqué como testigos en el juicio contra mí por la investigación de los crímenes franquistas. Por primera vez pudieron contarles su historia a un tribunal y pedirles que les ayudaran a encontrar a unos familiares. Fue en enero de 2012. Es muy grave. Y no es cuestión de ideología, sino de justicia y de buscar los mecanismos. No se trata de reabrir viejas heridas ni de venganza, sino de saber qué ocurrió con el ser querido, dónde están sus restos y darle un reposo que, en nuestra cultura, conlleva ofrecerles un homenaje y tener en el futuro un punto de referencia al que ir para empezar a compensar el dolor de la pérdida. Pasen 80, 90 o 100 años, el dolor por la desaparición sigue presente, y mientras no tengas un punto de referencia de dónde está un ser querido siempre vas a tener esa necesidad de que la herida se cierre.
-¿Y se les puede hacer justicia?
-Se puede hacer justicia restaurativa, no tiene por qué ser penal o retributiva. Por ejemplo, simplemente dotando de los medios necesarios para que fiscales o jueces estén presentes en las exhumaciones. Cuando yo investigaba los crímenes de las dictaduras argentina y chilena había una afirmación constante en las víctimas que comparecían a declarar en el Juzgado de Instrucción número 5. Todas decían lo mismo: símplemente estar ante un juez formalmente, dando razón de una desaparición o de torturas o de cualquier otro daño, y que ese juez esté investigando, para ellos era una reparación. Por primera vez se les otorga la calidad de víctimas, que siempre lo han sido y nunca antes se había hecho.
-La Ley de Memoria Histórica se aprobó en 2006, hace ya quince años, y aún se debate su conveniencia. ¿Cuál es el balance? ¿Ha sido suficiente?
-Por lo que estamos viendo no ha sido suficiente, porque todavía estamos hablando de si es o no necesaria… Lo importante es que sin esa primera ley no hubiese habido una iniciativa de las víctimas en la que vieron que podía hacérseles justicia. Ahí sí hay un antes y un después de mi auto de 16 de octubre de 2008 donde digo que hay que investigar los crímenes franquistas. La historia de después ya la conocemos, pero de alguna manera eso reactivó la dinámica de exigencia de justicia y abrió la puerta a una reforma que por primera vez va a dar un papel a los jueces y al Ministerio Fiscal en es dignificación de de las víctimas. Sí sirvió de mucho, como han servido las inciativas internacionales que han condenado el silencio de las instituciones españolas por no haber hecho nada por las víctimas.
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