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Balance 2020: diez lecciones aprendidas

  • El candidato a las primarias demócratas Bernie Sanders ya advirtió en marzo que “espero que después de esta crisis repensemos nuestras prioridades y, al menos, si hacemos eso, algo bueno habrá salido de este sufrimiento”

Ciudadanos paseando por las calles del centro de Huelva.

Ciudadanos paseando por las calles del centro de Huelva. / M. G. (Huelva)

Difícilmente vamos a olvidar este año. Los acontecimientos ocurridos en 2020 están suponiendo un desafío el ámbito económico, social, tecnológico y también político. Al Covid-19 se suman fenómenos como el Black Lives Mattes o unas elecciones americanas sobre las que estamos más pendientes de lo habitual. Y estamos enfrentando todo esto en un mundo hiperconectado, emocional y con elevados niveles de desconfianza hacia las instituciones, las élites y las estructuras políticas tradicionales, como nos recuerda cada año el Barómetro Edelman.

2020 ha tumbado muchos planes y la crisis está haciendo estragos en un panorama de incertidumbre que, no obstante, nos permite extraer algunas lecciones a quienes nos dedicamos a la comunicación y a la política.

1. Estamos obligados a innovar. La comunicación del sector privado va por delante de la comunicación de las instituciones. Los ayuntamientos continúan dependiendo en exceso de los medios de comunicación, cuya influencia es innegable, pero para muchas personas han dejado de ser una referencia. Los medios son una palanca más, un instrumento a tener en cuenta, si bien los ayuntamientos están obligados a innovar, como ya lo ha hecho el sector privado al que no le queda otra alternativa que ir progresando si quiere sobrevivir. Desarrollar una comunicación desde las instituciones que sea cercana, clara, útil y que promueva relaciones con los ciudadanos obliga a una evolución del oficio de los profesionales y, aunque aún queda un largo camino por recorrer, muchos pequeños ayuntamientos ya están realizando un trabajo muy serio en redes sociales.

2. De vecinos a clientes. No se entiende una institución sin comunicación, pero para las instituciones, comunicar no sólo es una obligación. También es algo bueno. Y es bueno porque permite entablar relaciones en un mundo que precisa de una reconexión entre la clase política y la sociedad. Para ello, los expertos recomiendan dejar de ver al ciudadano como a un vecino y comenzar a tratarlo como un cliente, con sus derechos y que paga con su confianza. El fallo es que, aún, en muchos casos se está utilizando las redes igual que hace una década, sólo para difundir. La desintermediación de las redes sociales permite entablar relaciones y aumentar la confianza en la política. Aprovechémoslo.

3. La comunicación clara. Sobre este concepto ha reflexionado durante todo este año el experto Antoni Gutiérrez-Rubí. Comunicación clara es transmitir de forma fácil, directa, transparente, simple y eficaz información relevante para que podamos encontrar la que necesitamos, comprenderla y ser capaces de utilizarla. A juicio de Gutiérrez-Rubí, la crisis está cuestionando profundamente las tradicionales fuentes de inspiración y de ejecución de la comunicación política, que han sido la publicidad persuasiva y el marketing, y ahora volveremos a valorar lo auténtico, lo sincero y lo genuino. “Emerge la comunicación clara, la comunicación sincera”, remarca.

4. No dejar de comunicar. No se puede no comunicar, eso es un hecho porque, aún no comunicando, se está transmitiendo algo. Y ese algo puede ser abandono, desidia, ineficacia. Por tanto, no se pueden dejar vacíos comunicativos que den lugar a sensaciones de abandono, rumores o interpretaciones maliciosas. El líder adquiere un papel protagonista en momentos críticos y, reiterando lo ya comentado en el primer punto, no sólo es una obligación como servidor público, sino que además es bueno comunicar para que los ciudadanos interpreten y comprendan las iniciativas públicas. Para generar alianzas, en definitiva.

5. Seguimos necesitando a los medios de comunicación. Desde hace años los medios están pasando su particular calvario y las redes sociales ha devaluado su valor para influir en la política y en la sociedad. Pero llegó la crisis y se disparó el consumo de medios de comunicación, en los que nos hemos refugiado para obtener información rigurosa, contrastada. Han sido el antídoto de las noticias falsas.

Dieta informativa

6. Los ciudadanos, a dieta informativa. En las crisis debemos estar informados, pero una sobreexposición también puede empacharnos. El profesor de Comunicación Carles Pont-Sorribes aconseja informarnos, pero siguiendo unos preceptos: hacer un uso racional y limitado de las redes sociales, sobre todo del Whatsapp; acudir a medios de comunicación con variedad ideológica y garantías de contraste informativo; y mantener una dieta informativa, es decir, acceder a la información en la misma medida que los dietistas recomiendan ingerir alimentos: cuatro veces al día.

7. Un buen portavoz. En las crisis, y sin ellas, hay que tener un portavoz. Pero no basta con tenerlo: ha de ser bueno. El portavoz es la institución en sí misma y, por tanto, cuando habla el portavoz está hablando la institución. Esto que parece de Perogrullo no siempre se tiene en cuenta, y vemos a portavoces que generan rechazo, en lugar de “enamorar”, o simplemente transmiten incertidumbre cuando su papel esencial es de ofrecer seguridad. La prueba del algodón es la credibilidad. Si un portavoz no es creíble está trabajando contra su propia institución.

8. De viejos líderes a nuevos líderes. Mucho se ha hablado de los liderazgos este año. No ha quedado ni un solo líder importante por analizar. Gutiérrez-Rubí no tiene duda de que ahora se imponen nuevos líderes con nuevos valores. En su opinión, esos nuevos liderazgos son empáticos, preparados, tecnológicos, humildes y cooperativos, transformacionales, eficaces y generosos, y feminizados.

9. Humanización de la comunicación. Las instituciones ya no pueden conformarse con comunicar lo que sea bueno para el gobierno, sino lo que interesa a los ciudadanos. Buscar complicidad con el ciudadano-cliente, nuevos formatos, empatía con mensajes que motiven y aportar certezas y confianza han pasado a ser una actitud fundamental en los gobiernos. E igual que hace el sector privado para calcular la rentabilidad de cada una de sus acciones, las instituciones también tienen que conocer el impacto de la comunicación. Nunca hasta ahora se ha medido ni analizado lo que percibe el ciudadano, y eso es algo que ya debe estar implícito en cualquier acción o campaña comunicativa.

10. Comunicar valores, no sólo mensajes. La pérdida de confianza en las instituciones obliga a la comunicación de valores que estén en sintonía con las aspiraciones de la sociedad, de igual manera que, con mayor frecuencia, los consumidores optamos por marcas que priman valores como el respeto al medio ambiente, la reducción de la huella de carbono o la colaboración con la comunidad.

Termina un annus horribilis que quizás nos deje algo positivo. A eso aspiraba ya el 30 de marzo el candidato a las primarias demócratas Bernie Sanders: “espero que después de esta crisis repensemos nuestras prioridades y, al menos, si hacemos eso, algo bueno habrá salido de este sufrimiento”.

www.charotoscano.com

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