Festival de Cine Iberoamericano de Huelva

Francisco Lombardi recibe un premio que le ayuda a "ejercitar la memoria"

  • El cineasta peruano visita por primera vez Huelva después de que varias de sus películas hubieran sido seleccionadas en ediciones anteriores

Francisco Lombardi comparece ante los medios.

Francisco Lombardi comparece ante los medios. / M.G. (Huelva)

Francisco Lombardi se ha personado en Huelva por vez primera para ratificar un vínculo con una ciudad con la que ya tenía una relación especial desde tiempo atrás, después de que varios largometrajes suyos hayan sido reconocidos en ediciones pasadas del Festival de Cine Iberoamericano. Sin embargo, no ha sido hasta la 45 edición cuando Huelva y el cineasta han podido mirarse a los ojos para sentir juntos la magia del cine.

Respaldado por cuatro décadas de trayectoria y más de una veintena de premios, el director peruano ha recogido el Premio Ciudad de Huelva, máximo galardón honorífico que otorga el certamen onubense. De este modo, encumbrado por uno de los emblemas de la ciudad, el Gran Teatro, Lombardi ha puesto en sus brazos una distinción que supone “un ejercicio de memoria” para reconciliarse con su obra.

En su discurso, el reputado director afirma ver reconocida una trayectoria que se vertebra en cintas que buscan “despertar la conciencia crítica” de un Perú que necesita encontrar su identidad.

Pese a que aseguró haber sido “seguidor” acérrimo del Festival desde la distancia, para el cineasta se antojaba necesaria estrechar esa vinculación fraternal con una ciudad que ya había alojado varios de sus largometrajes. Entre ellos se encuentran Muerte de un magnate (1980) y Maruja en el infierno (1983), con los que obtuvo la Mención Especial del Jurado en las ediciones octava y novena de la muestra. Nuevamente, en 1985 Huelva volvería a reconocer su trabajo con la cinta La ciudad y los perros, basada en la novela homónima de Mario Vargas Llosa.

La presencia de Lombardi en uno de los festivales con más significación del cine iberoamericano es fruto del “azar” para el director, quien sostenía que en su ciudad natal lo único que daba pie a la fantasía “era el cine”. Con el deseo de construir un relato auspiciado en esa fantasía que le había cautivado desde la infancia, comenzó a estudiar cine en Argentina. Su destreza le valió para realizar su primera película, Muerte al amanecer, una coproducción con Venezuela que colocaría el apellido Lombardi en la nómina de directores jóvenes más talentosos.

El cineasta peruano también se refirió a la dificultad que entrañaba la producción de una película tiempo atrás, en tanto que actualmente “la tecnología digital” permite una mayor accesibilidad al cine. En este sentido, ayuda también la participación del Ministerio de Cultura, quien “ahora apoya más las producciones cinematográficas”.

Uno de los artífices del fortalecimiento del nexo entre las culturas latinas y españolas consigue así recuperar el segundo Ciudad de Huelva. Y lo hace después de haber entendido a la perfección la necesidad de estrechar lazos entre Iberoamérica y España, con quien tiene numerosas coproducciones.

En relación a su filmografía, la misma bebe de muchas fuentes de inspiradoras, si bien la literatura se erige como el prima donde se asientan muchas de sus películas. Entre ellas, Sin compasión (1994), basada en una obra de Fyodor Dostoyevsky; No se lo digas a nadie (1998), de Jaime Bayly; Pantaleón y las visitadoras (1999), de Mario Vargas Llosa; y Tinta roja (2000), basada en la novela del escritor chileno Alberto Fuguet.

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