El regreso de los hijos de Sefarad: justicia, memoria y esperanza en la reparación de una herida histórica
Felipe VI marcó un antes y un después con su tan esperado “¡cuánto os hemos echado de menos!”: que España vuelva a abrir sus puertas para corregir un pasado y para abrazar un futuro compartido

“La patria del sefardí no es sólo el lugar donde nace, sino también aquel de donde fue injustamente arrancado”.
Yitzhak Navon
Más de cinco siglos después de aquel decreto que forzó a nuestros antepasados a abandonar la tierra que amaban, España nos dijo: “¡Bienvenidos!”. Aquellas palabras —tan esperadas, tan cargadas de emoción— llegaron con la Ley 12/2015, que reconoció a los descendientes de los judíos sefardíes expulsados en 1492 el derecho a recuperar la nacionalidad española. No fue sólo una decisión legislativa. Para muchos de nosotros fue una afirmación de pertenencia, un acto de justicia simbólica y una página nueva en una historia marcada por el desarraigo, pero también por la fidelidad.
La diáspora sefardí no ha sido una diáspora cualquiera. No ha sido olvido ni ruptura, sino memoria viva. Durante siglos, nuestras comunidades conservaron no solo el idioma ladino -un castellano medieval detenido en el tiempo- sino también nombres, liturgias, costumbres y una devoción persistente por esa Sefarad que, aunque lejana, seguía presente en la mesa del Shabat, en los refranes familiares, en las canciones y en los relatos orales transmitidos como si fuesen plegarias.
Desde Salónica a Tánger, desde Sarajevo a Estambul, desde Esmirna a Buenos Aires, las casas sefardíes eran pequeñas embajadas emocionales de España. No una España del pasado, sino una España sentida como herencia afectiva, como vínculo espiritual, como patria suspendida.
En 1492, el Edicto de Granada -más conocido como el Decreto de la Alhambra- marcó el inicio del destierro. Obligó a miles de familias judías a convertirse al cristianismo o abandonar los reinos de Castilla y Aragón. Fue una herida que aún hoy supura en la conciencia histórica.
Ya en el siglo XIX, algunas voces dentro del propio Estado español comenzaron a cuestionar aquella injusticia. La figura del senador y diplomático Ángel Pulido fue fundamental en esa primera reconexión. Él habló de nosotros como “españoles sin patria”, y recorrió comunidades del Imperio Otomano donde descubrió, maravillado, que seguíamos hablando su lengua y conservando nuestras costumbres.
Esa semilla floreció en el Real Decreto de 1924, promulgado por el Directorio Militar de Primo de Rivera, que autorizaba conceder la nacionalidad a sefardíes sin necesidad de residencia. Fue una medida simbólica pero también práctica: durante la Segunda Guerra Mundial, diplomáticos como Ángel Sanz Briz y Romero Radigales se valieron de ese marco legal para salvar a miles de sefardíes perseguidos por el nazismo.
La Constitución de 1978 abrió una nueva etapa de libertad religiosa y reconocimiento de la diversidad en España. A partir de ahí, las comunidades judías comenzaron a encontrar un lugar más visible, más digno, más escuchado. Pero fue en 2015 cuando se produjo el momento que para muchos significó una redención histórica.
La Ley 12/2015, aprobada por unanimidad, estableció un procedimiento especial para que los descendientes de los judíos expulsados pudieran recuperar la nacionalidad. Más de 130.000 personas iniciaron el proceso. Lo que recibimos a cambio no fue solo un pasaporte. Fue un reencuentro, un reconocimiento de que nuestra historia no había sido olvidada.
Sin embargo, el proceso no estuvo exento de dificultades. A pesar de su buena voluntad, la ley se encontró con una maquinaria burocrática poco preparada. Miles de expedientes fueron rechazados por defectos formales, y los recursos se multiplicaron. Para entonces, la ley ya estaba cerca de caducar.
Hoy, con la ley ya extinta, urge mirar más allá. No puede terminar aquí esta historia. La relación entre España y sus hijos sefardíes no se reduce a un decreto con fecha de caducidad. Es una oportunidad cultural, diplomática y humana que debe proyectarse con visión de futuro.
Imagino –y propongo– una política de Estado que mantenga vivo este lazo. España podría albergar un Instituto Sefardí Internacional en Toledo. Se pueden articular programas que atraigan a jóvenes sefardíes, fomentar redes económicas con comunidades en América Latina e Israel, e institucionalizar un Día Nacional del Legado Sefardí.
El 30 de noviembre de 2015, en un acto solemne en el Palacio Real, el rey Felipe VI nos recibió con palabras que aún resuenan: “¡Cuánto os hemos echado de menos!”. Aquella frase marcó un antes y un después. Pero esa bienvenida no debe quedarse congelada en el protocolo. Necesita continuidad. Porque muchos siguen esperando. Porque Sefarad no es un capítulo cerrado, sino un libro que seguimos escribiendo.
Hoy, como hijo de ese legado y como jurista comprometido con su defensa, levanto la voz para pedir que España retome ese gesto, lo amplíe y lo perpetúe. Que vuelva a abrir sus puertas, no sólo para corregir un pasado, sino para abrazar un futuro compartido. Bienvenidos a Sefarad. Bienvenidos, para siempre, a vuestra casa.
Salomón Serfaty Bittán es abogado y presidente de la Asociación Internacional de Juristas Sefardíes. Asesor Jurídico de la Federación de Comunidades Judías de España.
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