El regreso de Felipe González

Las Claves

La confesión del ex presidente de que sentía vergüenza por el aval de la amnistía y de que no votaría al PSOE de Sánchez han sido como un bombazo en la familia socialista... sanchista

Felipe González.
Felipe González. / A. Pérez Meca / EP

Nunca dejó de estar ahí. Aunque era un secreto a voces que Felipe González se encontraba en las antípodas de lo que promovía, defendía e imponía Pedro Sánchez, obligado y chantajeado por los partidos que hacían posible que no perdiera la Moncloa, el ex presidente socialista, el promotor de las iniciativas que se convirtieron en emblemáticas de uno de los períodos más elogiados de la historia de la España, la Transición, ha mantenido un prudente silencio. Por respeto a su partido y a las siglas que defendió desde sus tiempos universitarios, el PSOE.

González ha estado callado años, y aunque se le notaba la incomodidad, ni siquiera en reuniones privadas pronunció palabras que pudieran considerarse como una descalificación absoluta a la gestión del jefe del Ejecutivo. Incluso aceptó la invitación para asistir al congreso del partido que se celebró en Valencia en 2021, aunque tomó la palabra para reivindicar el derecho a la discrepancia.

No fue tan exageradamente excesivo como José Luis Rodríguez Zapatero en el respaldo al secretario general del partido y presidente del Gobierno, pero nadie pudo entonces, ni después, acusarlo de deslealtad a Sánchez, aunque era muy evidente que se manejaban en espacios distintos, tanto políticos como personales. Jamás pronunció Felipe una frase que pudiera ser considerada como traición al partido o a su líder, nunca pidió que no se votara al PSOE de Sánchez. Hasta ahora.

Su confesión de que sentía vergüenza ante la aprobación de la amnistía por el Constitucional, y que no votaría una candidatura encabezada por Sánchez, ha sonado como un bombazo en la familia socialista. O habría que matizar: en la familia socialista sanchista, que lleva mucho tiempo, años, trasladando a su gente que Felipe es una figura del pasado. No asume los profundos cambios que se han producido en la sociedad mundial, y vive anclado en un periodo histórico ya superado.

Estos días se percibe un ingrediente añadido al distanciamiento, muy medido, con González: algunos medios de comunicación afines al sanchismo llevan un tiempo recordando que la corrupción que ahora asola al Gobierno y al Partido Socialista, no sólo forma parte de la historia del PP –de hecho Sánchez llegó al gobierno a través de una moción de censura contra la corrupción del PP– sino también de la historia de los ejecutivos de Felipe González.

Los argumentarios del sanchismo

Las declaraciones de Felipe anunciando que no votaría a Sánchez dañan al sanchismo, pero la reacción de los afines al presidente ha sido inmediata. Es conocido el afán de este Gobierno y de este PSOE de enviar argumentarios a los ministros y dirigentes nacionales y regionales para que difundan los puntos de vista que convienen. Es habitual en todos los partidos, tienen equipos especializados en esos argumentarios. Pero los de Moncloa y Ferraz en tiempos de Sánchez los siguen con tanta precisión, tanta obediencia, que ni siquiera cambian mínimamente el texto manteniendo el sentido de lo que se les pide.

Tan es así que es habitual que programas de televisión y radio recojan declaraciones destacadas del sanchismo que se pronuncian con idénticos adjetivos, idénticos ejemplos, idénticas reflexiones. Tanto, que llegan a rozar el ridículo.

Desde que el tribunal ha dado luz verde a la amnistía, provocando una polémica social de proporciones desconocidas, un debate que empieza a preocupar al círculo de Sánchez, la estrategia para desarticular las críticas –que llegan desde sectores que el presidente del Gobierno creía tener controlados– se ha centrado en que la amnistía tiene como contrapartida la pacificación social y política de Cataluña. Una región convulsionada desde la intentona golpista de imponer la independencia en 2017.

Ese argumento, que utilizan con entusiasmo estos días los sanchistas, es fácil de rebatir: cuando Rajoy, con el apoyo de Sánchez, decretó la aplicación del artículo 155 de la Constitución –costó, pero finalmente el socialista lo apoyó–, que implicaba que ante la situación de emergencia el Estado asumía las competencias de las instituciones catalanas, incluido el Gobierno, la reacción de la Generalitat y de otros organismos catalanes fue de absoluta aceptación por parte de las autoridades. Casi de sumisión. Ni un solo dirigente se resistió al relevo, nadie se pertrechó en su despacho, nadie escondió documentación para impedir que llegara a los nuevos responsables; los que se hicieron cargo del día a día de las instituciones catalanas hasta que se celebraran elecciones en Cataluña.

Mantenerse a cualquier precio

Sólo Carles Puigdemont se opuso ce forma activa al 155 y, al amparo de la noche, huyó de Cataluña vía Francia, sin informar a ninguno de sus colaboradores, a los que dejó cobardemente abandonados y a expensas de la Justicia. Todos ellos fueron condenados a prisión, posteriormente indultados y, ahora, amnistiados. Puigdemont, fugado desde entonces y asentado en Waterloo, donde ha creado un Consejo de la República, es si embargo el político más influyente de Cataluña: tiene en sus manos al jefe de Gobierno español.

Puigdemont ha sido el más inteligente de los políticos catalanes; sólo él advirtió que los siete de votos de su partido, Junts, eran fundamentales para que Pedro Sánchez se mantuviera en La Moncloa. Desde que se dio cuenta, ha utilizado ese poder para lograr que Sánchez recorra la senda que él, y su abogado González Boye –que cumplió cárcel por colaboración con ETA– le van marcando. De momento Puigdemont no se va a beneficiar de la amnistía porque no recoge que se aplique a la malversación, de la que se lo acusa, pero el ex president tiene motivos para consolarse: Sánchez come de su mano. Puigdemont está convencido de que antes o después le alcanzará también la amnistía.

Su situación la ha negociado hasta ahora con Santos Cerdán, el enviado de Sánchez a Bruselas o Suiza, y con el ex presidente Zapatero. Queda la incógnita de quién va a seguir negociando con Puigdemont, porque Cerdán ya no está en el partido, Zapatero está más volcado en sus negocios con China que en preparar encuentros con el prófugo de Waterloo, y además el futuro de Puigdemont está muy condicionado por los asuntos de la Justicia.

El TC no contempla en su resolución que la amnistía se aplique a Puigdemont, pero además el Supremo, que condenó por unanimidad a los dirigentes del procés, posteriormente indultados y ahora amnistiados, tiene previsto presentar una cuestión prejudicial ante el Tribunal de Justicia de la UE, una corte que, según los miembros del Constitucional que han votado a favor de la amnistía, no tiene ningún tipo de atribución para pronunciarse sobre la Carta Magna española. Como se dice coloquialmente, juristas que defienden la amnistía explican que el Tribunal de Justicia de la UE “no tienen vela en este entierro”.

Habrá que estar atentos. Nunca se ha vivido en las últimas décadas una convulsión política de la envergadura que ha provocado Pedro Sánchez con su empecinamiento a mantenerse en la Moncloa a cualquier precio. El que sea.

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