La ola reaccionaria

El desprecio al voto libre de los españoles es una prueba del cesarismo en un PSOE que ha perdido la centralidad

Patxi López, María Jesús Montero,Pedro Sánchez, Cristina Narbona, Santos Cerdán, Eva Granados, aplauden a su llegada a una reunión con los diputados y senadores socialistas.

Patxi López, María Jesús Montero,Pedro Sánchez, Cristina Narbona, Santos Cerdán, Eva Granados, aplauden a su llegada a una reunión con los diputados y senadores socialistas. / Eduardo Parra · Europa Press

LOS gestos de desesperación se repiten como un molesto tic cada vez que desde el Gobierno de coalición en general y del PSOE en particular se analizan los porqués de una derrota tan rotunda como inesperada para la Moncloa. Quizás pensaban en la sala de máquinas del Ejecutivo que el PP podría imponerse en voto total porque se atisbaba que tiene el respaldo mayoritario de las autonomías más pobladas, salvo Cataluña, pero nunca que perderían casi todo el poder institucional que debía renovarse el pasado 28 de mayo.

La propia convocatoria inmediata y sin reflexión de las elecciones a Cortes Generales en el mínimo plazo legal posible es la máxima expresión de ese escapismo a la desesperada para no reflexionar y asumir que hay una mayoría social –más del 70% según el Eurobarómetro que hemos conocido esta semana– que rechaza a este Gobierno y lo que significa: su cimentación sobre las mentiras como que no se pactaría con separatistas, y menos una moción de censura; que lo que era una rebelión de libro según las propias palabras de Pedro Sánchez acabó mereciendo un indulto y la eliminación del delito por el que se condenó la insurrección, el de sedición, o que se blanquee e impulse a los filoterroristas de Bildu, que siguen sin condenar los crímenes de ETA.

Pero no ha sido la única muestra de desesperación, baste recordar que el lunes el jefe del Gobierno retó a seis cara a cara, uno por semana, al aspirante del PP a presidente del Ejecutivo, Alberto Núñez Feijóo. Defendió este formato de debate, sin duda el de más interés, como si los españoles no tuviesen fresca en la memoria que rechazó tener uno solo con el antecesor en ese papel en los comicios de 2019, Pablo Casado.

Y es que Sánchez se creyó su propia mentira de que él impondría su agenda y la desmemoria del elector perdonaría sin pensar la reforma del Código Penal ad hoc para los golpistas o que se lo disculparían porque su Gobierno ha subido el salario mínimo interprofesional o las pensiones (poniendo aún más en riesgo el sistema, por cierto).

Pero la más grave de las reacciones es que vea el voto libre de los españoles como una ola reaccionaria que hay que parar, en vez de preguntarse por qué usan su sufragio para lo que está concebido: dar o quitar la confianza en el gobernante. Ese desprecio al libre ejercicio del voto es un tic antidemocrático que debería ser la mayor de las preocupaciones, no sólo de la ciudadanía, sino de la militancia y dirigencia del PSOE, porque es la prueba de que haber sustituido la democracia interna por el cesarismo –vía primarias– ha hecho que el partido pierda la centralidad y su carácter transversal.

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