Enredados en Babel

El uso de las lenguas cooficiales en el Congreso de los Diputados reabre las viejas y nuevas pulsiones: la lengua del imperio contra quienes creen que un idioma propio equivale a un Estado

Los diputados de Vox dejan sus pinganillos en el escaños de Pedro Sánchez.
Los diputados de Vox dejan sus pinganillos en el escaños de Pedro Sánchez. / Juan Carlos Hidalgo / Efe
Antonio Hernández Rodicio

24 de septiembre 2023 - 06:00

VARIAS generaciones de españoles vivimos bajo la presión de los nacionalismos y la utilización artera que hacen de las lenguas. Tenemos la desgracia de padecer una anomalía histórica heredada de la dictadura que pervive en el neonacionalismo español y que se ha acoplado con la anomalía contemporánea impulsada por los independentistas. Nada hay en España más manoseado que las lenguas. Una generación nació en plena estigmatización de las llamadas lenguas regionales por Franco. Otra lo ha hecho viendo como nacionalistas de toda laya manipulan el significado de tener una lengua propia. La cooficialidad del catalán, el gallego y el euskera solo ha dotado a estas lenguas de cobertura política y jurídica. Les ha permitido normalizarse, extenderse en sus territorios y les ha dado una protección de la que carecían, pero no ha conseguido que permeen más allá de sus fronteras geográficas y culturales. No era tan relevante que los castellano hablantes hubiéramos aprendido a hablar las otras lenguas que conviven en nuestro país como que las hubiéramos acogido como parte de un patrimonio compartido desprovisto de alcance político. La democracia ha permitido su establecimiento administrativo, educativo y cultural, pero no ha logrado convertir la coexistencia de otras lenguas en un hallazgo feliz, armonizado y aceptado, desprovisto del significado político que le confieren, por un lado, el nacionalismo español y, por otro, los nacionalistas e independentistas, atornillados ideológicamente a su diferenciación lingüística como sustento etnicista.

Franco, glotófago

La lengua española, tan inabarcable, ofrece una palabra perfecta para definir qué ocurrió con el catalán, el gallego y el euskera tras la victoria franquista: glotofagia. Sumando las raíces griegas de glosa (lengua) y phagos (comer) se define a la perfección el genocidio lingüístico al que se sometió a estas lenguas y con ellas a toda su comunidad hablante, a su cultura, su memoria y su cotidianeidad. Franco no trató de enterrar una lengua, sino tres en la misma tacada. Un lenguicidio.

Existen discrepantes respecto al alcance del veto de la dictadura. Sin embargo, el inequívoco concepto del dictador respecto al significado y las consecuencias de "la cruzada nacional", aparta muchas dudas: "España se organiza en un amplio concepto totalitario, por medio de instituciones nacionales que aseguren su totalidad, su unidad y continuidad. El carácter de cada región será respetado, pero sin perjuicio para la unidad nacional, que la queremos absoluta, con una sola lengua, el castellano, y una sola personalidad, la española", proclamó, garbancero y gañán, en Radio Castilla horas después de que la Junta de Defensa Nacional le traspasara los poderes en Burgos. Desaparecieron los documentos en lenguas regionales, los rótulos de los establecimientos se reescribieron en castellano; las instituciones culturales fueron canceladas y las publicaciones culturales, censuradas; en pleno éxtasis se quemó la casa y la biblioteca de Pompeu Fabra, autor del Diccionari general de la llengua catalana. Los franquistas incluso se incautaron de los camiones que circulaban por Barcelona cargados con propaganda franquista en catalán, aquello que horrorizó a Ridruejo, entonces jefe de propaganda de la Falange, quien empezó a entender lo que iba a ocurrir en España aunque ignoraba que la pesadilla duraría 40 años. Hasta de las lápidas de los cementerios se extirpó el catalán.

La lengua del imperio

"Hablad la lengua del imperio", proclamaba la dictadura, aunque la defensa del español solo era una bala más en cada fusil Mauser contra las demás lenguas. El exabrupto no iba acompañado de unas mínimas entendederas ni de una política de apoyo y fomento. La dictadura usaba el español solo como trinchera. El Estado se demoró muchos años en financiar y prestigiar a la Academia: la ciencia, la lingüística, la importancia del español eran aguas menores. Dámaso Alonso, siendo presidente de la Real Academia de la Lengua Española, se desgañitaba pidiendo recursos para la institución: "El Estado nos tiene en la indigencia. Necesitamos sólo veinte millones para hacer un diccionario práctico actual del castellano, y llevamos un año esperando. Somos pobres", lamentaba Dámaso Alonso, a quien cita Francisco Umbral llamándolo "mendigo mayor y venerable" de la lengua española.

Aun ya en la España de 1975, siete meses antes de morir, Franco firma un decreto regulando la incorporación de las lenguas nativas a los programas de preescolar y EGB como una "peculiaridad regional", advirtiendo del carácter "experimental" de la decisión. Esa fue la única y relativa consideración del franquismo con las otras lenguas del acervo español.

Nacionalistas periféricos

Puede entenderse que con la llegada de la democracia y como acción-reacción el nacionalismo periférico exacerbara todo lo relacionado con sus lenguas, aherrojadas durante 40 años. El primer error es extender un uso espurio de su lengua a todos los catalanes, aunque a estas alturas es difícil deshacer ese entuerto. El nacionalismo, en cambio, lo ha hecho y lo hace, tanto en el discurso político como en la escuela. El sueño de una nación propia se basa en la idea del territorio, la lengua y la identidad. O lo que es lo mismo, en el supuesto de que una lengua define a una nación y que donde hay una nación hay un estado. En el mundo se reconocen hasta 7.100 lenguas y solo existen 193 estados. Es una propuesta política falaz pero que le ha dado importantes réditos. Sobre esa tesis esencialista, siempre irrenunciable aunque recurran a ella con más o menos intensidad en función de las coyunturas políticas, llevan décadas tratando de construir sus privilegios. Lo que la Constitución, y por lo tanto el resto de los españoles, entre ellos muchos catalanes, les ha negado tratan de construirlo desde lo que llaman desde Waterloo la unilateralidad. Pero la España constitucional le hizo un achique de espacios a esa visión totalitaria forjando una nación de ciudadanos libres e iguales en derechos donde no se margina a lengua alguna ni se discuten ni persiguen los derechos políticos. Se persiguen los delitos, pese ese es otro cantar.

Posiblemente sea Ortega y Gasset desde su liberalismo conservador quien mejor resuelva este asunto en La rebelión de las masas: "El Estado comienza cuando el hombre se afana por evadirse de la sociedad nativa dentro de la cual la sangre lo ha inscrito. Y quien dice la sangre dice también cualquier otro principio natural; por ejemplo, el idioma. Originariamente el Estado consiste en la mezcla de sangres y lenguas. Es superación de toda sociedad natural. Es mestizo y plurilingüe".

España, siglo XXI

Con estas hipotecas culturales y políticas, era difícil que al llegar a esta semana, que debería haber sido otra semana y en otra tesitura, cuando las tres lenguas cooficiales se han empleado en el Congreso, se valore el hecho razonablemente. Detrás de cada argumento late una de las pulsiones. Junts proclama –soberana tontería: combustible para los suyos– que este es "el camino a la libertad"; Vox siembra de pinganillos el escaño de Pedro Sánchez exhibiendo el límite de su capacidad argumental; una parte del PP y del Madrid centrípeto convertido paradójicamente en ciudad-estado brea a Semper por pronunciar alguna frase en euskera: ¿De verdad Feijóo no piensa utilizar al menos simbólicamente en gallego en el parlamento? La derecha mediática, más radical que el propio PP, reacciona como suele: drama y chanza. El fin del español y el nuevo nicho de mercado para los traductores de suajili. Así se divierten. No hay que olvidar que hace poco en 1996, la militancia del PP de Madrid exigía al "enano" Pujol hablar castellano. Aznar acababa de ganar las elecciones. Y es que venimos de ahí. Por su parte, el PSOE defiende con argumentos estupendos una medida que era igualmente estupenda hace un año, cuando la rechazó porque no necesitaba los votos que requiere hoy.

Admitamos que el motivo por el que se ha permitido ahora la irrupción del catalán, el euskera y el gallego en la cámara baja hace imposible un debate de otras características. Si Pedro Sánchez no necesitara los votos nacionalistas no se habría abierto la puerta al uso de las tres lenguas. Pero nadie va a dejar de entenderse ni España se va a resquebrajar ni el español va a desaparecer por este uso compartido ni las lenguas regionales estarían en peligro de no hablarse en el parlamento.

Pero es inevitable observar este paso como una oportunidad perdida para que las lenguas cooficiales rompieran el velo que las tiene bajo sospecha para otros españoles. La chulería insoportable de los independentistas catalanes, la mirada desenfocada del nacionalismo español y la sumisión del PSOE a sus intereses aritméticos nos dejan instalados en sus respectivas trincheras lingüísticas por más que sea una decisión adecuada para despatrimonializar la propiedad de las lenguas, expropiárselas a los independentistas y convertirlas en cosa de todos.

Breverías

Mentalidades y abusos

Hay quienes piensan que entender o no el abuso a menores por parte de sacerdotes es una cuestión de la mentalidad con la que se juzga. Uno de ellos es el arzobispo de Valladolid, Luis Argüello, quien ha pedido no juzgar "con la mentalidad" de hoy los abusos cometidos hace 40 años. Lo que es imposible es juzgar con las leyes de hoy lo que ocurrió hace cuatro décadas. Pero con indiferencia de las leyes vigentes ¿el hecho de que un religioso abusara de un menor no era inmoral hace cuarenta años? ¿Quiere decir quizás el arzobispo que entonces la sociedad era más tolerante porque sabía –aunque miraba para otro lado– qué cosas ocurrían cuando algunos curas se quedaban a solas con niños? ¿Los menores que sufrieron abusos entenderán eso de la mentalidad? La Iglesia sigue enredada en este asunto y cada vez que hablan sus pastores se enredan más y extienden la sospecha de que, en realidad, le daban una importancia relativa a esas cosas que ocurrían, siempre según los cánones y costumbres de la época, claro.

'Deepfakes' en Almendralejo

Los chavales que difundieron imágenes de niñas de Almendralejo supuestamente desnudas tienen entre 12 y 14 años de edad. Ya se acumulan 22 denuncias contra ellos. Utilizaron la inteligencia artificial o deepfake para acoplar a sus rostros a cuerpos de menores desnudas y después lo difundieron por grupos de Whatsapp y otros canales. Viene ya siendo habitual que en entornos políticos se utilicen vídeos, imágenes o audios generados por IA imitando el aspecto o la voz de personas determinadas, con tanta fidelidad que cuesta distinguir la copia. Mientras, el mundo de la empresa y las grandes consultoras debaten sobre cómo generar confianza en la IA. Pero hoy por hoy es una selva que afecta a todos los entornos políticos, económicos y sociales: no existe transparencia, no hay límites y pareciera que no hay responsabilidades: con culpar la máquina ya sirve. Que les pregunten a las madres de Almendralejo qué confianza y le otorgan a la IA.

Aviso a navegantes

El despropósito continuo que rodea a la selección femenina de fútbol desde que ganó el Mundial ha derivado en un ejercicio práctico de poder –van ganando ellas por goleada– y un aviso a navegantes. Admitamos que es una rareza que las empleadas exijan destituciones y cambios en la estructura directiva de su empresa, pero así ha sido. Tal fue el cúmulo de manipulaciones y comportamientos reprobables de muchos directivos del equipo de Rubiales que se han sentido plenamente autorizadas a hacerlo. Es el caso del turbio secretario general de la RFEF, Andreu Camps, quien ya enfila la puerta de la calle. Brazo armado de Rubiales y hostigador de las futbolistas en esta crisis. El presidente, ejecutivo o cargo mediopensionista que no entienda que el mundo ha cambiado y que han de adaptarse al entorno tiene fecha de caducidad.

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