“Siento que tengo alma cuando veo a la gente bailar”

Braulio Ortiz Poole | Escritor y periodista

Braulio Ortiz Poole (Sevilla, 1974), en el Teatro Central.
Braulio Ortiz Poole (Sevilla, 1974), en el Teatro Central. / José Ángel García

Poeta, narrador y periodista cultural en el Diario de Sevilla y el Grupo Joly, Braulio Ortiz Poole (Sevilla, 1974) es uno de los autores más queridos y reconocidos de la literatura española contemporánea por méritos propios. Tras brindar a los lectores varios títulos en diversos géneros, publicó en 2020 Gente que busca su bandera, galardonado con el premio Estado Crítico al mejor libro de poesía y aclamado como la obra de su definitiva consagración. Ahora, el escritor vuelve a la poesía con Hombres que dicen Aleluya (Maclein y Parker), una aproximación a la danza como inspiración necesaria, lúdica y compartida que presenta este jueves 12 a las 19:30 en el CICUS de la Universidad de Sevilla. En sus versos, Ortiz Poole reafirma su apuesta ética y estética por los excluidos, raros y marginados como principales motivos de inspiración.

Pregunta.En Hombres que dicen Aleluya asistimos a la representación de una obra de danza ficticia, pero ¿hubo algún desencadenante real?

Respuesta.Ha habido muchos, pero recuerdo una función en Sevilla de la Batsheva Dance Company, allá entre 2005 y 2007, que me impresionó. En un momento del espectáculo, una vaca se descolgaba y caía como del cielo al escenario, y ese momento tiró por tierra mi visión académica de la danza. Entendí que la danza es también una experiencia lúdica, muy vinculada al gozo. Es liturgia, sí, pero también fiesta. Desde aquella función soy un espectador asiduo de danza. Siento que tengo alma cuando veo a la gente bailar.

P.¿Consiste en eso el privilegio del espectador?

R.En Hombres que dicen Aleluya hay varios personajes: los artistas, los técnicos, el personal del teatro y también los espectadores. Mi intención era abordar a partir de aquí una idea de comunidad, partiendo de la base de que la gente que se une para bailar en grupo se hace llamar compañía. En una representación, la impresión de comunidad es muy fuerte, y por supuesto que eso atañe al espectador. El teatro nos sirve a muchos de refugio. Es el lugar donde los distintos, los raros, encuentran su sitio. En el patio de butacas coincidimos con gente sola y rara como nosotros y, al mismo tiempo, tenemos a un hermano en la butaca de al lado.

P.En ese sentido, ¿podría haber llevado este libro el título Gente que encuentra su bandera?

R.Sí, es un libro sobre gente que encuentra su casa. En muchos sentidos, Hombres que dicen Aleluya es muy distinto de Gente que busca su bandera, pero hay una conexión clara en la apuesta por los disidentes, en el orgullo de ser quien eres, aunque eso te saque del foco. Y el teatro es una buena casa, un buen sitio en el que ser lo que se es.

P.¿Corresponde entonces al poeta dirigir su mirada fuera del foco?

R.Así es. Cuando arrojas luz a los márgenes, estas legitimando las afueras, y en ella a los desheredados. Me interesa mucho la capacidad de la literatura de convertir en santos a los hombres y en dioses a los herejes.

P.¿Y no resulta más difícil encontrar en esa periferia emociones universales, que afecten a una mayoría?

R.Precisamente, lo que las afueras te ofrecen es la vida misma, entera, en su acepción más incluyente. Hombres que dicen Aleluya no es un libro sobre la danza: es un libro sobre la vida. Uno de los personajes que aparecen, por ejemplo, es un bailarín ya mayor que observa en su cuerpo y se pregunta por él; su historia es concreta, particular, pero los sentimientos que expresa son universales y fácilmente pueden compartirse. La danza es aquí casi un accidente, un medio para llegar a otro fin; para, por ejemplo, recordar a los muertos. Y eso nos atañe a todos.

"El teatro nos sirve a muchos de refugio. Es el lugar donde los distintos, los raros, encuentran su sitio"

P.¿Escribir es su mejor manera de bailar?

R.Como la danza, la poesía se deja llevar por la música. Y, como un bailarín, el poeta debe aprender a respirar, a percibir su ritmo interno. Sin música y sin ritmo no hay poesía ni danza.

P.¿Quizá la principal diferencia es que la poesía es un arte solitario mientras que la danza es un encuentro comunitario?

R.Tal vez, pero el mayor elogio que me puede dar un lector es cuando me dice que se ha visto reconocido en lo que escribo. También hay una identidad comunitaria en la escritura cuando llevas tus palabras a las bocas de los otros, o cuando eres tú el que pronuncia palabras ajenas, porque así te encuentras en los otros, en una comunión especial. Frente a los tópicos sobre los egos y las puñaladas en la espalda que afectan a la literatura, hay que definirla también como un lugar de encuentro, como una manera de reivindicar la belleza en este mundo. Yo, al menos, la vivo así.

P.A menudo, sin embargo, el valor de la literatura parece medirse por su capacidad de revelar al monstruo, a lo peor de la condición humana.

R.Tiene un poco que ver con lo hablábamos antes. A menudo se ha tendido a situar la grandeza de la literatura en su relación con lo oscuro, con lo sórdido. Pero esto sucede porque es ahí a donde se ha prestado más atención. Sin embargo, si desplazas el foco y te diriges a las afueras, quizá descubras la posibilidad de encontrar en el de al lado no a un monstruo, sino a un compañero. Eso también lo permite la literatura. Y, por mi parte, nunca dejaré de reivindicar la bondad como material literario.

P.¿Qué ideas le rondan la cabeza después de Hombres que dicen Aleluya?

R.Barajo dos proyectos, uno narrativo y poético. Perdí a mi madre hace dos años y esto, claro, me ha llevado a reflexionar mucho, así que me gustaría escribir una historia para explorar una relación entre madre e hijo en clave de comedia. Por otra parte, tengo en mente un posible poemario sobre la infancia. En mi infancia se forjaron mis ideas sobre la bondad y la imaginación. Y, bueno, me apetece mucho volver a aquellos días en la playa, cuando solo parecía haber sol y tiempo.

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