Gonzalo Núñez, periodista y escritor: "La pareja aparece cuando desaparece el amor, entendido como el enamoramiento"
El autor andaluz, tras el éxito de Los búlgaros, regresa a las librerías con la novela Los retratos desparejados (editorial Sr. Scott), una historia en la que se reflexiona acerca de las "vidas sentimentales modernas" y "la función del arte"

Hace un par de años, el periodista y escritor Gonzalo Núñez (Sevilla, 1983) se convirtió en autor revelación con Los búlgaros, una formidable colección de cuentos en los que la imaginación y el retrato social se trenzaban en una sucesión de narraciones brillantes. El autor regresa ahora a las librerías con su primera novela, Los retratos desparejados. Un relato en el que se narra un amor –con todas sus consecuencias- inspirado en una serie de dípticos flamencos cuyos paneles –en cada uno un amante reflejado- fueron separados en algún momento de la historia. Núñez toma estos dos ejes para reflexionar acerca de nuestras relaciones sentimentales, del significado de la verdad, del paso del tiempo o del propósito del arte.
Pregunta.Vive usted entre Sanlúcar de Barrameda y Sevilla. Este hecho me ha recordado a la manida cita del excéntrico Fernando Villalón, la que dice que el mundo se divide en dos: Sevilla y Cádiz. La idea nos lleva a preguntarnos cuáles son los mundos de Gonzalo Núñez.
Respuesta.A nivel genérico, mi mundo se divide entre la melancolía y la sátira, entre una parte trágica y otra cómica. A nivel geográfico mi mundo coincide con el de Villalón: la Baja Andalucía. Sevilla y Cádiz. Aunque hace poco he estado en Navarra, en el norte. Una escapada de verano. Soy sureño, pero no me apasiona el calor. No soy amante del verano. Ni de sus condimentos: la playa, el sudor. Por último, tengo un mundo que se divide entre los libros que leo y los libros que me gustaría escribir.
P.Y entre medias supongo que están los libros que ha escrito. Hace unas semanas publicaba su nueva novela: Los retratos desparejados. ¿Vemos aquí una parte de ese mundo de Gonzalo Núñez?
R.Hay una serie de ingredientes, sí. Puede no parecer una obra muy vinculada a Los búlgaros, pero creo que sí hay vasos comunicantes con aquellos cuentos. En esta nueva novela hay una geografía sentimental que se ubica en Madrid [ciudad donde residió el autor]. En sus museos, cafés, calles, plazas. También hay una vocación de desentrañar la vida sentimental moderna, y cómo esta nos condiciona. Además, procuraba dialogar con las obras que he leído, con los referentes que he tenido, para elaborar digresiones en las que doy –o los personajes dan- un punto de vista del amor, de la pareja, de la función del arte, del tiempo, de la verdad.
P.¿A qué se refiere usted con el término “retratos desparejados”? Porque esto tiene su historia. Es un capítulo más de la historia del arte.
R.Realmente es una modalidad bastante desconocida. No está muy estudiado a nivel monográfico. Tuve que inventar ese término. Se trata de una serie de retratos de los siglos XV y XVI, sobre todo de la zona de Flandes, en los que se pintaba a matrimonios o prometidos a modo de dípticos, separados, aunque con vocación de permanecer siempre unidos. Pero resulta que uno de estos dos cuadros, con los avatares de la historia, se ha perdido. Por lo que en muchos museos, colecciones privadas, casas… hay cuadros que son individuales, aunque en realidad tienen pareja. Este fenómeno me pareció fascinante. A partir de ahí, de manera metafórica, hablo en la novela de asuntos como la pérdida, la memoria, las cosas que estuvieron y no.
P.Sí: estos “retratos desparejados” le sirven para hablar de las relaciones sentimentales rotas. Le traigo una reflexión, que usted escribe, en torno a este término: “Como los retratos desparejados, hemos circulado por muchas manos distintas, así que no sabemos bien a quién pertenecemos”.
R.Hoy el amor es un poco tautológico. Un palimpsesto. Es decir: reescribimos sobre lo previamente escrito. En la sociedad actual se tienen muchas más relaciones que en las sociedades pasadas. Nuestros abuelos o bisabuelos tenían su amor platónico del pueblo y después se casaban con otro. Poco más. Nuestros padres, en un contexto más de apertura, vivieron el amor de otra forma. Más abierta. Y hoy día se tienen vidas sentimentales mucho más intensas. Se te acumulan muchas personas en la recámara. Eso supone que sigan quedando trazas de esas personas del pasado en otras que vas conociendo. Replicas por tanto patrones. Buscas en una persona que acabas de conocer lo que ya conociste en personas pasadas.
El amor, como todo lo importante, es inevitable"
P.En este presente, donde tantas posibilidades sentimentales se nos presentan, ¿qué requisitos debe cumplir la pareja idónea?
R.El problema es que, cuantas más posibilidades hay, más difícil es encontrar una pareja idónea. Hoy día todas las relaciones son “casi algo”. Siempre tenemos un pie fuera de la pareja. El contexto en el que vivimos propicia eso.
P.Cuesta entonces creer en el amor para siempre.
R.He llegado a pensar que la única manera posible de que subsista la pareja es que muera el amor. La pareja aparece cuando desaparece el amor, entendido como el enamoramiento. Este dura tres, dos, cinco años… -cinco años me parece mucho-. Cuando se prescinde de ese estado de euforia, de romanticismo, de enamoramiento, es cuando surge la pareja de verdad; es decir, verte en tus peores momentos, estar a las duras y las maduras, aburrirte, estar sin hacer nada. El amor no es hacer cuarenta mil planes. Ir a mil restaurantes, viajes. Es otra cosa.
P.Cambiado de tema: el arte. Otro punto de apoyo de la novela. ¿Por qué un cuadro del siglo XV aún nos dice algo? Tantos siglos después.
R.Es una pregunta complicada, pues implica responder para qué sirve el arte. Una respuesta para la que no me siento capacitado. En mi caso me gusta el arte antiguo porque me permite entender cómo eran las sociedades de entonces. Y me permite confrontarlas conmigo mismo, con mi actualidad. Del arte –la literatura, la pintura, la historia- siempre me ha gustado esa cualidad de enseñar lo que hemos sido. Y ver que no somos tan distintos a nuestros antepasados.
A nuestro alrededor ves mucha horterada por todos lados"
P.¿Vivimos en una época de fealdad? Creo recordar que fue Steiner quien habló, quizá demasiado tremendista, de “fascismo de la vulgaridad”.
R.Mi reacción inicial es decir que sí. A nuestro alrededor ves mucha horterada por todos lados. Pero luego pienso y creo que siempre ha sido así. La belleza –lo que sea eso- es algo que va surgiendo dentro de la fealdad. Pensemos que muchas cosas que fueron feas en su día hoy las consideramos bellas. No sabemos qué será la belleza el día de mañana.
P.Antes mencionaba usted la verdad como cuestión clave en Los retratos desparejados. Hay un instante en la trama en el que se da entender que la verdad está sobrevalorada.
R.Eso lo sostiene uno de los protagonistas –y ahí le doy la razón-. La verdad es algo completamente maleable. No digo que no exista la verdad, porque existe, pero siempre se afronta desde una perspectiva y desde unos intereses. Más importante que el hecho fáctico es todo lo que rodea a la verdad.
P.¿Es el amor la mayor de nuestras obras?
R.Es la obra ineludible. El amor, como todo lo importante, es inevitable. Por eso es uno de los grandes temas de la literatura: es un tema troncal del ser humano. Como dios, la muerte o la guerra.
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