“Un educador nunca debe poner techo a ningún alumno”
Chema Molina
Acaba de publicar su novela 'Y sabía seguir huellas de lobo', en la que profundiza en la relación entre los abuelos y los nietos
“No hay nadie que eduque más que un abuelo. Y eso es precisamente porque no tienen ninguna prisa por educar”
Doctor en Filosofía por la Universidad de Sevilla y máster en Asesoramiento Educativo Familiar por la Complutense de Madrid, Chema Molina León lleva más de 30 de años dedicado a la enseñanza.
Con él hablamos una plácida tarde de noviembre con motivo de la publicación de su novela Y sabía seguir huellas de lobo (Editorial Media sonrisa), en la que narra como un adolescente supera un agresivo bullying gracias a las cartas de su abuelo.
De trato cercano, sus respuestas son certeras y revelan el gran conocimiento de quien lleva décadas educando a adolescentes.
Pregunta.–Una de las cosas que más me llama la atención de esta novela es el protagonismo del género epistolar, cada vez más en desuso...
Respuesta.–Me encanta escribir cartas. Me parece una manera alucinante de conseguir algo tan difícil como no perder la amistad, aun a pesar de la distancia. Además, es una forma diferente y original de contar una historia. Mucho más personal, en mi opinión. La editorial Media sonrisa me dijo que incluso podría llegar a hacerse con ella una miniserie.
P.–La obra destaca el papel de los abuelos como fuente de sabiduría. ¿Estos familiares están reconocidos como tal en la sociedad de hoy o quedan relegados a simples cuidadores de los nietos?
R.–Mis alumnos mayores (18 años) ven a sus abuelos como auténticos líderes. Apoyo. Familia. Refugio. Referentes. Sabiduría. Confianza. Amistad verdadera. Experiencia pero, sobre todo amor. Mucho amor. Yo a esa idea de abuelos sí que me apunto, ¿no cree?
P.–¿Cree que muchos abuelos hoy en día cumplen la función que los padres no tienen tiempo de desarrollar con sus hijos, en nuestra sociedad de la prisa?
R.–No hay nadie que eduque más que un abuelo. Y eso es precisamente porque no tienen ninguna prisa por educar. Ese grito de guerra: “que los eduquen sus padres”, convierte a los abuelos en magníficos pedagogos. Cualquier docente de adolescentes debería reflexionar sobre esto...
P.–Un adolescente es capaz de lo mejor y de lo peor. ¿Es esta etapa de la vida una prueba de fuego para las familias?
R.–Yo creo que la adolescencia no es una enfermedad, como la gripe, que haya que pasar cuanto antes. Por el contrario, a mí me parece una etapa apasionante, a pesar de lo cansado que es a veces tratar de educarles. Las decisiones más importantes de mi vida se gestaron siendo yo adolescente. La adolescencia hoy es lo mismo que la adolescencia hace cien años: las mismas ganas de vivir. Es cierto que las redes sociales les están quitando recursos y cambian a veces su manera de ver las cosas. Pero también hay armas para protegerles en esta nueva encrucijada. Yo las ofrezco en mi novela.
P.–Ahora mismo asistimos a una triste realidad, cada vez son más los adolescentes que se suicidan. ¿Del suicidio se habla claramente en las aulas llegada esa edad o es un tema tabú?
R.–Hay que saber abordar este tema en el aula. Yo les leo a mis alumnos de 15 años un fantástico microrrelato de García-Márquez. Comienza así: “el drama del desencantado”. Y eso nos da pie a dialogar y a ofrecer argumentos a favor de que el suicidio no debe ser una respuesta válida ante nuestros problemas.
P.–Tras los casos recientes de acoso escolar en colegios, siempre queda una pregunta: ¿hay aún que concienciar a la comunidad educativa de que los insultos no son “cosas de niños”?
R.–Ni cosas de niños, ni cosas de adultos. Mientras siga habiendo casos de acoso, es fundamental educar en esta línea, claro que sí. Educar y ayudar a sanar las heridas recibidas. Pero insisto, el primer ejemplo debe recibirse en casa. Si un adulto, yendo a animar a su hijo a un partido, pierde los papeles insultando, ¿qué valores le está transmitiendo? Esta novela ofrece una forma diferente de afrontar el bullying.
P.–El abuelo de Santi sueña con que su nieto tenga metas elevadas. ¿Es posible esto en un sistema educativo donde muchas veces se tiende a igualar por debajo?
R.–Es el famoso mito de Pygmalión, expresado en muchas películas. Enseñarles a pensar “fuera de la caja”, defendiendo sus propias convicciones con valentía. Un educador nunca debería poner techo a ningún alumno. Cuando en nuestra vida hemos encontrado profesores que han confiado en nosotros, aun cuando nadie daba un duro por ese alumno que éramos, eso nos ha dado alas para volar.
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