El Rocío

Teoría y realidad de un miércoles de mayo

  • Rezos, cantes, silencios, volantes y cubanas se entremezclan en una mañana en la que Triana, el Cerro y la Macarena dibujan la estampa más variopinta del universo rociero.

Miércoles de un mayo electoral. Ronda de circunvalación SE-30 una vez que se ha pasado Camas. Atasco. Tres carriles andando a paso de buey. Conductores desesperados que empiezan a tocar el claxon poniéndole la melodía a esta mañana aún somnolienta. Una caravana de carriolas satura el carril de incorporación a la A-49. Hay quien se desespera y empieza a calificar con adjetivos poco decorosos a los peregrinos que en estos días parten hacia la marisma. La experiencia sirve de catarsis antes de llegar al trabajo. El mal humor se deja en el coche y se evacua con el aire fresco que corre, a suaves rachas, cuando el reloj pasa de las ocho. Los ajenos a la fiesta es lo único bueno que encuentran en esta celebración. Hallar una justificación para descargar la mala energía. Los rocieros contribuyen -de forma altruista- a purificar el karma y reducir el consumo de tilas, pastillas y otras sustancias que serenan los nervios del estrés diario. Las carriolas de los peregrinos avanzan hacia el Aljarafe dejando atrás un reguero de frenazos, pitidos y un lento andar que consume la paciencia al mismo ritmo que la gasolina. 

A poco de dar las nueve dos mujeres pisan el mármol frío de la basílica del Gran Poder. Llevan sobre sus cabezas flores de tela y un par de peinecillos. Lunares y flores estampadas cubren los vestidos de telas sueltas recién planchadas. Ropajes que en pocas horas conocerán sus primeras arrugas. Alzan la mirada hacia el único punto de fuga del templo. Rezos musitados. Un beso sobre el talón más conocido de la ciudad sirve de amuleto para el camino. Llega la carreta macarena. Hipérbole argéntea. Aniversario del simpecado con imagen nueva de Fernando Aguado. Arquitectura hilvanada en oro. Se hace el silencio. Un avemaría. Vítores metafóricos que se alargan cual pregón cuaresmal. "Divino Cisquero". "El de las manos misericordiosas". "El que siempre nos perdona". Letanía que enlaza los segundos con los vivas delante de la parroquia de San Lorenzo. No se deja ninguna advocación en el olvido. Hasta el Cristo del Mayor Dolor y la Virgen de Roca-Amador son pregonados en esta exaltación matutina con múltiples bostezos. Una plaza que registra media entrada de público. En la acera contraria, la estampa viva de la crisis. Sólo una carreta de bueyes acompaña a la hermandad macarena. Los brotes verdes, por ahora, sólo se perciben en las matas de romero. 

Eduardo Martín llegará hoy tarde al trabajo. Sólo serán 10 minutos de retraso. Los suficientes para ver pasar a los romeros del Cerro. Con éste son ya siete años sin hacer el camino. Primero fue la crisis. Ahora es el empleo que encontró hace dos meses y que no le permite tener vacaciones. Si le renuevan el contrato, intentará buscarse unos días libres el año que viene. Es su promesa tras un tiempo no exento de dificultades. Este sevillano, que antes se ganaba la vida de albañil, ve alejarse la carreta del simpecado de su barrio con una mezcla de añoranza y prisa. Ya queda menos de un año para irse de nuevo con los suyos por caminos y veredas. Frágil consuelo del que se queda. 

Al otro lado del río el reloj acaba de dar las 9:30. La comitiva trianera alcanza el Altozano. Después de seis años, la carreta de plata de perfil inconfundible ha pasado junto a Santa Ana y por delante de la Capilla de los Marineros. Viene la Virgen Chiquita adornada con buganvillas. Por delante de la comitiva, un reguero de personas que ni el propio Zapatero hubiera definido mejor como alianza de las civilizaciones. Mujeres calzadas con zapatillas deportivas que dejan por un día sus labores hogareñas para dar rienda suelta al baile y la jarana. Peregrinas de amplio escote y modelo nunca pensado para las arenas (El Simof y el Rocío siguen siendo incompatibles). Jinetes perfectamente ataviados. Peregrinos con tienda de campaña al hombro y estética más propia de hacer el camino de Santiago. Hispalenses de estudiado diseño que por una semana quieren ser tan de campo como las ruedas de las carretas que se adueñan en estos momentos de la calle Castilla. Y en esta marabunta, la cubana consolida su resurgir en la vestimenta rociera. Si quieren ir a la moda romera, no se olviden de lucirla en cualquier peregrinación. A ser posible, con algún que otro bordado. 

A las once de la mañana, y tras visitar cinco templos, la carreta trianera se despide de su barrio a las plantas de Torre Sevilla (la Pelli en el habla sevillana). A los romeros les queda ahora subir la Cuesta del Caracol. El puerto de montaña rociero. La primera prueba de resistencia. Aunque para prueba de resistencia la del alcalde, quien, entre mítines y actos de campaña, encuentra tiempo para mezclarse entre los peregrinos que van de promesa detrás del simpecado. Cierto romero de colmillo retorcido musita al verlo la letra de una sevillana: "¿A dónde estaré, Dios mío, la próxima primavera?". A esta mañana sólo le falta la pluma de Núñez de Herrera. Teoría y realidad de un miércoles de mayo.

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