Surcos abiertos hacia El Rocío
Participar del camino es una de las experiencias más gratificantes de la Romería del Rocío, el ambiente devocional junto al Simpecado y el entorno que se vive de la más pura naturaleza lo hace único
SURCANDO los caminos no se pierde nadie porque van todos al Rocío. Dejan huellas en el corazón cada pisada peregrina y levantan el aliento en este tránsito de vida. El agua fluye por arroyos de siempre, ríos que se mantienen por el latido que reciben cada Primavera de plegarias que purifican una tradición y una fe.
Un cohete pone el anuncio en el cielo que de nuevo se retoma el camino de Moguer. Ir andando junto al Simpecado ofrece la oportunidad de sentirte uno más. Sencillamente eso, uno más; nadie es más que nadie en este camino andando. Adornas un palo alto que va a ser tu callado; helechos, margaritas y romero. Te ayuda y vas acariciando el alivio de este camino. La parada y el cante ofrecen un respiro, una alegría, sentir que estás ahí; que el sufrimiento tras la carreta regala el respiro de emociones, con voces que siempre tienen en sus labios el nombre de Rocío.
Y el agua vuelve a surgir por el Arroyo de la Cañada. Esta correntía se hace un mar de gente que espera y se inquieta. Sólo hay espacio para peregrinos andando y nos unimos a ellos. El agua vuelve a tener aquí sentido de pureza y hay quien renueva su cercanía rociera. Cuando llega la carreta, la plata se vuelve frondosa en este palio de ramajes verdes, de encinas centenarias, pinares y eucaliptos. Sotobosque de emociones cuando el Simpecado se introduce en medio del arroyo y el agua corre por nuestros pies. El cansancio se deja a un lado.
Es un mosaico perfecto de Rocío, de color de tantas caras acariciadas por el sol aún alto en la tarde que busca adornar este momento, retenido de un año a otro, donde no hay prisas. La caballería se ha quedado dando escolta de fondo a un cuadro de pinceles huelvanos, jinetes de elegantes chaquetillas blancas y de mujeres guapas. Se hace silencio y se escuchan las plegarias, palabras cantadas que se bañan de emociones.
Retomar el camino se hace ahora más fácil, pensando que el encuentro está más cerca. Las arenas hierven, el calor de la tarde se hace insoportable, hay gente que se adelanta para tomar un poco de aire. La parada del peregrino en la soledad de su camino tiene el arrullo compañero de los pájaros. El surco del agua entre helechos del arroyo guarda en su remanso a los pájaros que vienen a beber, hasta que llega el cante del peregrino y la música de las campanillas de la carreta de plata por este Camino de Moguer. Aquí parece que estás por las calles de tu barrio, donde todos se conocen y eso hace que te sientas más identificado. Junto al Simpecado el camino es duro, las arenas están abiertas y secas. Cuando se para a tomar un poco de aire se aplaude al carrero, el trabajo es difícil y agotador. 'Dame el búcaro que me muero de sed…'; es la mejor expresión cantada para describir este agotador camino. No se ve nada. El polvo es una nube que lo envuelve todo, sabes que está ahí el Simpecado por las campanillas de los mulos. Se anda de prisa, siguiendo un ritmo que a veces supera las fuerzas y hay paradas cortas para descansar sobre la arena. Los rostros están negros del polvo, de poco sirven los pañuelos o las mascarillas de fieltro.
De nuevo en camino, el polvo de las pisadas sube por el aire, la luz que se filtra entre el ramaje de los eucaliptos deja a la carreta iluminada sobre la espiritualidad que envuelve al peregrino junto a su Simpecado.
Detrás los carros que ponen en el campo las primeras notas de color con sus adornos de papelillos a la Primavera en estos senderos, donde hay que saber trabajar bien con los mulos.
Cuando cruzas el puente para entrar en el Barrio de las Gallinas entre los eucaliptos, el sol viste de oro la tarde para que Huelva se acerque con su Simpecado al Rocío.
El Camino de Moguer, puerta que siente ya el beso del Arroyo de la Rocina, se convierte en el Barrio de las Gallinas en la marquesina del Rocío. Aquí se espera a los romeros y se saluda al Simpecado en su carreta de plata con cantes que tienen la melodía de tantos años de encuentros. Se riegan las calles, como en una tarde de verano, y se sale a las puertas de las casas. Conforme se acerca la hora de la llegada de la hermandad la gente acude a este encuentro. Hay muchos que en esta entrada hermosa del Viernes del Rocío con Huelva gustan bajarse de sus carros y hacer la entrada andando al ladito mismo del Simpecado. Los tamborileros se unen para poner ribetes de belleza a esta tarde con un sonido amable que lo envuelve de tradición y nostalgia. El carrero se ha echado abajo, agarra el estribo con las manos y se pone delante de los mulos; los peregrinos se agarran a modo de abanico y esperan la arrancada al grito de Huelva, Huelva, Huelva…, la tarde va de caída, tras la carreta el sol deja sus últimos rayos de luz.
Nadie se mueve, los caballistas se enredan con los que van andando, con quienes vienen a ver y los peregrinos cansados. Momentos igualmente de gloria para los que desde las marquesinas de casas abiertas o arriba de alguna manola cantan, es un saludo marismeño a los que llegan a la aldea, se escuchan sevillanas. Me gusta el fandango de a pie delante de la carreta de quien ha venido andando todo el camino junto al Simpecado.
Dos grandes tinajas parecen que guardan la esencia de todo lo mucho y bueno que trae cada uno de los que a lo largo de tantos años llegaron por esta senda rociera del Camino de Moguer, que tiene algo tan único y hermoso que es encontrarse de frente con la esbelta e inmaculada espadaña del santuario de la Blanca Paloma y ver que el deseo y la promesa se cumplió un año más.
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