En un sábado de Rocío cabe todo. Siempre. Pero nunca sin el abrazo de los buenos amigos. La aldea es hoy una explosión de alegría que se concentra en pequeños momentos. Todos caben y son necesarios. Hay tiempo para dar un paseo a ras del suelo bendito, donde los botos coparon el protagonismo; para disfrutar de las calles rocieras al ritmo que marcan los animales en los carros; y para contemplar cómo se pasa el tiempo y se congela al mismo momento a través de una panorámica que te regala un balcón.
Las parás que se hacen en el camino en la aldea significan un porche, mesa, mantel, cerveza y buen comer. Y muchos amigos. Casi nada. Y una guitarra para que ponga el pentagrama a las sevillanas que vuelan en la mecida de los volantes.
Este es un sábado de Rocío en la aldea. No hay que buscar más allá que perderse por sus calles. Un laberinto de caminos que terminaron en la ermita del Rocío para que cientos de romeros rezasen a la Blanca Paloma. Hay tiempo para todo en la aldea. Las ilusiones y los sueños que se cumplen. Y las promesas. Casi no caben velas en la capilla votiva que alumbran los rezos de los miles de peregrinos que llegan hasta sus plantas.
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