Este es el Rocío del reencuentro, en el que se multiplican las alegrías e igualmente los recuerdos por las ausencias. El Rocío más esperado, el más difícil. No se puede olvidar los casi tres años para que la Blanca Paloma volviera a su ermita.

La pandemia del coronavirus ha marcado este Rocío y esos otros que no hemos tenido, de los Pentecostés celebrados en la intimidad.

Es el Rocío de la eclosión y del recuerdo, de quienes viven en nosotros y con nosotros en el corazón.El latir del alma se convierte en cante interior, en marismas eternas, en imágenes del recuerdo que todos tenemos del Rocío de un año u otro, en los que rebosa la alegría.

Una de las primeras fotografías familiares junto al Monumento a la Coronación.

Vestidos de chaquetilla o de corto; con trajes largos de volantes y mantoncillos recogiendo los hombros o de faralaes de lunares y mil colores. Las viejas fotografías retienen esas emociones.

Ritos como sacar la estampa de Nuestra Señora del Rocío Patrona de Almonte y ponerla en la cómoda de casa. Es tan antigua, con tantos rezos y luminarias encendidas, que en la de mi casa la Virgen luce la ráfaga de punta. Una herencia sencilla, profundamente mantenida como el mejor de los legados de quienes vivieron muchos rocíos.

La antigua fotografía es de Alcañiz Hermanos. ¿Cuántas lágrimas y peticiones lleva? Es tan nueva como la imagen de la Virgen del Rocío que se anuda en las velas de promesa que venden las tiendas de recuerdo en la ermita. Una pegatina que a mí me gusta quitarla para ponerla en cuadernillos o donde permanezca siempre su reflejo, como en un Pentecostés de cualquier día del año. Que no se la lleve el fuego, que se mantenga su calor en nosotros.

Retenemos el tiempo en las imágenes y se mantiene inalterable. Hablamos en presente de aquellos rocíos que vivimos y con quienes los vivimos.

Dicen los que cuentan rocieros que este año la aldea tendrá un millón de personas. Serán un millón de rocíos porque cada uno tenemos nuestras propias vivencias íntimas y compartidas a los pies de la Virgen.Sin embargo ese aforador no cuenta a los que caminan andando tras el Simpecado y regresan nada más dejarlo en la aldea. Ni tampoco a todos los que viven el Rocío en sus casas, en tantos lugares.

Una familia retratada por los fotógrafos minuteros en El Real.

El Rocío es más que un millón de personas, no se puede retener en cifras. Sí en nuestro recuerdo, en la memoria o en aquella vieja fotografía que guardamos después de tantos años, gastada de mucho tocarla y acariciarla.

Vuelven esas sensaciones gracias a aquellos antiguos fotógrafos minuteros que se asentaban en El Real, cuando el Rocío era más íntimo pero igualmente desbordado de emociones.

Cuántas familias rocieras alrededor del Monumento a la Coronación; porque es una fiesta de familia y amigos.

No había entonces móviles con esa interminable lista de fotos que pasan por el Facebook o Instagram.Fotografías pequeñas sobre cartón que se podían utilizar como tarjeta postal. El mejor y el único recuerdo, por ello son tan queridas esas fotos.

Los fotógrafos minuteros nos regalan de su trabajo anónimo estas imágenes del Rocío de nuestra gente, vivido con la misma alegría que la que desborda hoy toda la aldea y que se trasmiten en imágenes nuevas por medios que llegan al instante a todo el mundo. Las tecnologías cambian, pero es el Rocío de siempre.