Ya es Pentecostés, el domingo más esperado por los romeros en el que amanece de una forma diferente. Los simpecados llegaron poco a poco a la misa formando la tradicional estampa, una de las más bonitas del Rocío. Un momento entrañable donde la aldea se hace una para conmemorar la bajada del Espíritu Santo y renovar la Fe con la presencia de las 127 hermandades filiales. Hermanos mayores y  presidentes se encontraban para venerar a la Blanca Paloma, mientras las salvas de cohete ya se escuchaban en el cielo y los tamborileros acompañaban a los simpecados hasta el altar situado al lado de la ermita. El Nuncio del Papa en España presidió la misa Pontificial de Pentecostés como forma de conmemorar la visita del Papa Juan Pablo II a la aldea almonteña en 1993.

Treinta años de un momento especial que todos en la Matriz recuerdan con cariño y que el embajador del Vaticano en España pronunció la mítica frase de Juan Pablo II "qué todo el mundo sea rociero", que pronuncio en su discurso en el balcón del Papa. La celebración eucarística, concelebrada por el obispo de Huelva, Santiago Gómez Sierra, ha tenido lugar en el Real de la aldea, una explanada situada junto a la Ermita del Rocío que preside una imagen de la Virgen erigida allí con motivo de su coronación canónica en 1919 en la que cada año se monta un altar mayor efímero.

El coro de la Hermandad del Rocío de La Puebla del Río y la Orquesta Sinfónica de la misma localidad, han sido los encargados de amenizar con su música una celebración que emocionó a todos los presentes que venían acompañando a sus simpecados. Una estampa abarrotada para escuchar la homilía que el Nuncio pronunció. Tras transmitir a los presentes la bendición y un afectuoso saludo de parte del papa Francisco, ha recordado que la visita que San Juan Pablo II hizo al Rocío el 14 de junio de 1993 y su "vibrante mensaje a la multitud de rocieros y peregrinos presentes qué gran publicidad, la mayor publicidad de la Virgen del Rocío, la mejor promoción de una verdadera devoción", ha apuntado.El papa santo Mariano, ha añadido, "quiso ser peregrino y rociero y dejó aquí su huella por el cariño a nosotros y su amor a la Virgen, "Todo tuyo María" fue su lema", ha indicado. Ha señalado que Juan Pablo II, será recordado por "su impulso por una verdadera devoción a la madre de Dios y el compromiso con lo que él llamaba la civilización del amor, ambos integran la expresión del Papa cuando aquí os dijo: Os invito a todos a hacer del Rocío una verdadera escuela de vida cristiana, una escuela en la que se enseña a amar a Dios, a María y a los hermanos".

El Nuncio en España.

"Todos están llamados a formar parte de la iglesia que nacida asistida por María en Pentecostés es una escuela que enseña el amor de Dios a los hombres; el hombre no puede vivir sin amor, nos decía San Juan Pablo II, su vida está privada de sentido si no encuentra y experimenta el amor", ha enfatizado.

Por último, ha pedido la intersección de San Juan Pablo II para seguir manteniendo vivo el amor a María y a ella "nuestra madre celeste", le ha pedido por el pueblo andaluz y español "que siga conduciéndoos en la alegría de vuestra forma de ser, la firmeza de la fe y engendre en vosotros la esperanza cristiana que se manifieste en el gozo de la vida". "Que todo el mundo impregnado del amor de la madre de Dios sea rociero. Viva la Virgen del Rocío y, por siempre, viva la madre de Dios", ha concluido.

Al final de la homilía, las 127 hermandades filiales han renovado su compromiso con la Blanca Paloma, pasando los presidentes y hermanos mayores ante el libro de regla de la Hermandad Matriz con la leyenda "creemos en todos y cada uno de los dogmas adorables de nuestra sacrosanta religión, católica, apostólica y romana, única verdadera, y estamos dispuestos a derramar por ella hasta la última gota de nuestra sangre si fuese necesario".

Además, la misa es concelebrada por el obispo de Huelva, Santiago Gómez Sierra, los capellanes de las hermandades del Rocío, el presidente de la Hermandad Matriz, Santiago Padilla y su Hermana Mayor, Verónica Ramos, en un acto donde quedaron asentados los dogmas de la Fe por la Virgen  María ante el Nuncio,  mientras las banderas de El Vaticano ondeaban en El Rocío.