Crónica

Huelva llega al Rocío, el oasis del paraíso

El Simpecado llegando al barrio de Las Gallinas.

El Simpecado llegando al barrio de Las Gallinas. / Rafa del Barrio

Cruzar el cancelín de Gato es como trasladarse a otra dimensión. Es un nivel más. Es, en pocas palabras, otro mundo. Del que pocos pueden presumir. Atravesar esas puertas, tan encadenadas a su antojo el resto del año, es como acceder a la fuente de los deseos. Un milagro terrenal. Que se llama Doñana. Y que abre su corazón cuando llega junio. Para el deleite de los romeros. 

A su puerta llamó Huelva. Una ciudad peregrina que, cabizbaja, contando los pasos, tras un largo y cansado camino desde La Matilla, sonrió, a pesar del Lorenzo. Y es que traía la brisa marinera. Para que bailaran los pinos. Para acicalar las nubes. Para colorear la vida. Y enterrar en el olvido la gama de grises de dos primaveras inexistentes. De dos primaveras robadas. 

No se puede entrar en el paraíso de cualquier forma. Porque el cancelín de Gato sólo está abierto para los que creen. Que son los mismos que sueñan. Que son los que rezan diciendo Rocío, Rocío y Rocío. 

Al paraíso se accedió por la puerta grande. Como lo hace Huelva. Como lo hace siempre. Andando diferente. Cuando mira al Rocío. Como lo hace Huelva con esa hilera de peregrinos que recogen en silencio sus promesas. Que son los que preceden a la Carroza. Y llegar a Gato a descansar cuando marcaba el tiempo las 14:30. 

No se puede entrar en el paraíso de cualquier forma. Pero sí como lo hizo Huelva. Porque también lo hizo arañando una guitarra en una nube de polvo. Porque lo hizo cantando a ciegas. Desde La Matilla a Bodegones. Desde Bodegones a Gato. A eso se le llama creer. A eso se le llama soñar. 

Igual que el que mira la vida pasar de espaldas. Para ver de frente a los caballos. Que es la mejor manera de disfrutar en un carro tradicional. Con la miel en los labios. Con las ganas en el cuerpo. Con la fe dentro. Muy dentro. Para quererla soltar. 

Huelva es el viento que se envuelve. Es la que toca la palmas. A compás. Cuando llega al paraíso. Porque allí no se entra de cualquier manera. Allí se saluda con el sombrero. Allí se muestra respeto. Por ese milagro terrenal. Doñana es y será la misma primavera. Abierta o cerrada. Como y cuando se quiera mostrar. Allí se hace romero el peregrino. Allí se bautiza el primerizo. Allí se vive entre los pinos. Allí se hace el camino. El de Huelva. El del Rocío. 

Y el Simpecado recorrió las arenas bajo los rayos de un sol que alumbraba el camino que tanto tiempo llevaba en la oscuridad. Volvió a sonar el arroyo. Volvió a despertarse la primavera. Volvió a ser lo que siempre fue. Un paraíso de otro mundo. El Simpecado hizo el recorrido de la mano de los que quieren a la Virgen. De los que dos años después van a darles las gracias. Las gracias por volver. Las gracias por estar. 

Y cantando se llegó a una Charca colmada de amor a un Simpecado. Era un círculo perfecto. Era el círculo de Huelva. Era Huelva. Y era su momento. Y este año más. A cantar, que es como se curan las penas. A cantar, que es rezar dos veces a la Virgen. Huelva, Huelva, Huelva. 

Y fue en ese Camino de Moguer donde la comitiva siguió. Ahí es donde de verdad pesa el camino. Ahí es donde la sed te atrapa. Te atraganta. Donde el polvo ya es parte de los poros de la pies. Es un todo con una tonalidad carbonizada. Ahí es donde de verdad pesa el camino. Donde, izquierda, derecha, izquierda, derecha, se va contando mientras se remueve una arena que es de otro mundo. Fue cuando cayó el sol, cuando el peregrino miró al cielo para derretirse con el color melocotón, que es la muerte más dulce. La de un atardecer. Para mezclarse también con los violetas que ya jugaban con Catalina. Y oscurecerse después. 

En esa pintura recibió a la Hermandad de Huelva el barrio de Las Gallinas. La puerta de entrada a la Aldea. El comienzo de la Romería. Como dicen muchos. Es en ese instante cuando el Simpecado es luz. La única luz. El brillo de la noche. El polvo terminó de cerrar la noche para los peregrinos. Que llegaron rotos pero enteros. Cansados pero felices. Una ciudad en una aldea. Horas antes habían entrado al paraíso, por el Cancelín de Gato. Y ahora ya se encuentran en el oasis. Ya se encuentran en El Rocío. 

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