El pueblo más aislado de Huelva es un tesoro escondido que está más cerca de Badajoz que de la capital

Patrimonio, dehesas y vida tranquila: Así es este remoto rincón de Huelva que enamora a quienes buscan paz y naturaleza real

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Descubre el rincón más remoto de Huelva: Un paraíso rural donde desconectar de verdad
Descubre el rincón más remoto de Huelva: Un paraíso rural donde desconectar de verdad / M.G.

A veces, los tesoros más valiosos se encuentran lejos de los caminos habituales. En el extremo norte de la provincia de Huelva, casi tocando la frontera con Badajoz, aparece un pequeño y encantador municipio que guarda el alma más auténtica de la Sierra: Cumbres de San Bartolomé, uno de los pueblos más remotos (y a la vez más fascinantes) de Huelva.

Llegar hasta él no es sencillo. La carretera se retuerce entre lomas, encinas y dehesas infinitas, obligando a reducir la velocidad y a respirar con calma. Quizá ahí esté su magia: quien llega hasta este rincón no lo hace por casualidad, sino buscando precisamente lo que ofrece en abundancia: silencio, naturaleza en estado puro y tradición rural sin artificios.

Además, como curiosidad, está más cerca de la capital extremeña, Badajoz, a una hora y 27 minutos de distancia, que de su capital, la onubense, que se encuentra a una hora y 43 minutos.

Cumbres San Bartolomá
Cumbres San Bartolomá / M.G.

Naturaleza y patrimonio a raudales

Cumbres de San Bartolomé se encuentra dentro del Parque Natural Sierra de Aracena y Picos de Aroche, una de las joyas verdes de Andalucía. Sus paisajes se dibujan con encinas, alcornoques y castaños, atravesados por pequeños arroyos y caminos que invitan a perderse —o encontrarse— paso a paso.

Este entorno privilegiado convierte al pueblo en un lugar ideal para la ganadería tradicional, especialmente la cría del cerdo ibérico, que aquí disfruta de un paraíso natural único.

Pese a su tamaño (apenas 366 vecinos), Cumbres de San Bartolomé conserva un legado patrimonial notable. Su Castillo y Muralla Artillera y la Iglesia de San Bartolomé están catalogados como Bien de Interés Cultural, y sus tradicionales zahurdas y chozos son testigos del modo de vida serrano más genuino.

Aquí, la vida se mueve despacio. Las tertulias en la plaza, el repicar de campanas y el sonido del viento en los montes marcan el ritmo de los días.

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