El pequeño pueblo de Huelva con un gran patrimonio que rinde homenaje a Miguel Hernández y hace frontera con Portugal
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En el extremo más occidental de la provincia de Huelva, justo donde España se encuentra con Portugal, se alza Rosal de la Frontera, un pequeño municipio que sorprende por la grandeza de su pasado. A pesar de su tamaño, este rincón onubense atesora siglos de historia, vestigios medievales, una plaza de toros que podría ser la más antigua de España y una intensa conexión con uno de los grandes poetas del siglo XX: Miguel Hernández.
Rosal de la Frontera ha sido desde siempre un enclave estratégico. Su ubicación, en plena zona fronteriza entre los antiguos reinos de Castilla y Portugal, convirtió este territorio en punto clave durante siglos. El municipio está abrazado por la rivera de Alcalaboza y el río Chanza, afluente del Guadiana, y se sitúa en la parte más occidental de Sierra Morena, a apenas dos kilómetros de la línea que marca la frontera portuguesa.
Aunque estas tierras estuvieron pobladas desde tiempos remotos, la historia de Rosal como municipio independiente comienza oficialmente en 1845, cuando una Real Orden decreta su segregación del término de Aroche. Es entonces cuando nace un pueblo nuevo, libre de antiguas dependencias administrativas. No obstante, los documentos históricos revelan que ya en el siglo XIII existía en la zona una ermita, cuyos restos, hoy muy deteriorados, aún pueden contemplarse.
Junto a esta antigua ermita se localizan también los vestigios de lo que muchos historiadores consideran una de las plazas de toros más antiguas de España. Existen referencias documentales fechadas en 1599 que avalan su antigüedad. Actualmente, la estructura se encuentra en estado de deterioro, pero el municipio trabaja en un ambicioso proyecto de recreación histórica que no pretende devolverle su uso taurino, sino recuperar su aspecto original y poner en valor su importancia patrimonial.
El pasado más remoto de Rosal de la Frontera también se manifiesta en sus alrededores. A las afueras del casco urbano se encuentra el dolmen de la Pasada del Abad, un círculo de piedras que corresponde a un dolmen de corredor. De esta construcción prehistórica se conservan seis ortostatos o menhires, que aún permanecen erguidos, desafiando al paso del tiempo y convirtiéndose en uno de los enclaves arqueológicos más singulares de la zona.
Sin embargo, si hay un episodio que marcó profundamente la memoria colectiva del municipio, fue la llegada de Miguel Hernández. El poeta y dramaturgo oriolano llegó a Rosal con tan solo 29 años, encarcelado durante la Guerra Civil. Aunque su estancia fue breve, el pueblo ha sabido reconciliarse con este capítulo de su historia rindiéndole un sentido homenaje. Hoy, la Casa de Cultura Miguel Hernández ocupa el mismo lugar donde estuvo su primera prisión, e incluye una cuidada recreación de la celda en la que permaneció recluido.
Muy cerca de este espacio cultural se encuentra también un busto de Miguel Hernández, realizado en bronce y adornado con unas alas simbólicas. La obra, firmada por el escultor Alberto Germán Franco, se ha convertido en uno de los puntos más fotografiados del municipio y en un recordatorio permanente del vínculo entre Rosal de la Frontera y la poesía.
Historia medieval, huellas prehistóricas, patrimonio único y memoria literaria se dan la mano en este pequeño pueblo fronterizo que invita a ser descubierto con calma. Rosal de la Frontera es, sin duda, uno de esos destinos que sorprenden al viajero curioso y que demuestran que el tamaño no siempre determina la riqueza cultural de un lugar.
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