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Casi huele todavía a aquel nefasto incendio, aún vuelan pavesas de pesimismo en forma paro y exilio de la juventud, pero a Berrocal aún le ilumina cierta luz de gozo por la vida. La que es una de las villas más pequeñas de la Cuenca Minera ofrece estampas de pueblo enhiesto por encima de los alcornocales, en el que resuenan crecientes los zumbidos de abejas obreras.
Los tres profesores del Colegio La Picota, donde estudian los once niños en edad escolar de Berrocal, tres de los cuales son hermanos de una familia valenciana recién emigrada.
Los alcornoques rodean la totalidad del pueblo, que muy poco a poco recupera su floresta grande tras el brutal incendio que la arrasó hace 17 años.
La Casa del Médico es a la vez alojamiento turístico y consultorio sanitario.
Berrocal es destino frecuente de moteros de Huelva y Sevilla.
Panales de abejas en desuso. Aunque el sector apícola se vio fatalmente afectado con el incendio de 2004, cada vez son más los berrocaleños que recuperan una tradición que aquí tiene orígenes antiguos.
El único cajero que hay en Berrocal es pasaporte a las cercanas Zalamea y Nerva, pues rara vez funciona.
Ismael Laureano hace de guía al fotógrafo.
Adrej se casó con una berrocaleña y dejó atrás su Rusia natal cuando hace 20 años vino a instruir a los técnicos del Infoca en el manejo de los helicópteros Kamov.
Hace más de una década que Rosi se mudó de la pequeña aldea de Calabazares, en Almonaster La Real, hasta Berrocal, buscando una vida aún más sencilla. Hoy su sonrisa alegra la vida de las personas mayores para las que trabaja en Dependencia.
Antonio Delgado, electricista, conoce bien la historia de este pueblo.
El intenso Río Tinto, a su paso por Berrocal.
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