Fue una fortaleza musulmana y hoy es la ermita con las vistas más espectaculares de Huelva
Dicen que desde esta ermita se ve media provincia de Huelva, pero lo que no se ve es aún más poderoso: Siglos de leyendas y devoción
El pueblo del agua en Huelva donde la belleza fluye en cada fuente y con un nombre que pone los pelos de punta
El pueblo de Huelva donde nadie es forastero y que todos recuerdan por su nombre
En lo alto de un cerro pedregoso, dominando el corazón del Andévalo onubense, se alza una pequeña ermita blanca con mucha magia.
A simple vista podría parecer una más, pero basta con acercarse a este lugar para comprender por qué quienes la visitan la recuerdan toda la vida.
El viento sopla con fuerza en el Cerro del Águila, y el silencio solo lo rompen las campanas de La Ermita de la Peña, en Puebla de Guzmán, un balcón natural sobre el paisaje de Huelva, un punto suspendido entre el cielo y la tierra.
Entre la historia y la leyenda
La tradición indica que el pastor Alonso Gómez descubrió dos imágenes de la Virgen en el Prado de Osma, cerca de Él Almendro, en 1470. Una de ellas, la Virgen de Piedras Albas, quedaría en el lugar de la aparición, siendo trasladada la Virgen de la Peña al Cerro del Águila.
Aquel suceso dio origen al santuario y a una de las romerías más antiguas de Andalucía.
Pero más allá de la leyenda, hay historia. Se sabe que la ermita se levantó sobre los restos de una fortaleza musulmana. De ahí su posición estratégica y su nombre: “de la Peña”, por las rocas calizas que le sirven de pedestal.
Su actual estructura, de planta de cruz latina y una sola nave, se completó entre los siglos XVI y XVII, cuando el fervor popular consolidó la devoción a la Virgen de la Peña.
Un templo humilde con alma inmensa
Nada en la ermita es ostentoso. Ni dorados ni mármoles. Solo cal blanca, piedra y madera. Pero al cruzar su puerta, el visitante siente esa mezcla de recogimiento y paz que no se compra ni se restaura.
La imagen de la Virgen, una talla del siglo XVI, reposa en un camarín sencillo y luminoso. Frente a ella, generaciones de fieles han dejado promesas, lágrimas, flores y velas. Afuera, el aire limpio del Andévalo y el horizonte infinito hacen el resto.
Vistas que detienen el tiempo
Desde el mirador natural que rodea la ermita, el paisaje es tan amplio que cuesta abarcarlo. Hacia el norte se adivina la sierra, al sur, la llanura se diluye hacia la costa.
En los días despejados, el sol se pone justo frente al cerro, tiñendo el cielo de rojo, violeta y oro. Pocos miradores hay en la provincia que igualen esa sensación: La de tener el mundo entero a tus pies.
Tradiciones que siguen vivas
Cada primavera, cientos de caballos y fieles suben hasta la Peña en una romería que mezcla fe y fiesta. Allí se baila la “Danza de las Espadas”, una coreografía ancestral en la que los hombres del pueblo honran a su Virgen al son de tambores y gaitas.
También se celebra la llamada “Comida de los Pobres”, una costumbre solidaria que recuerda los tiempos en que el pueblo compartía pan y guisos con los peregrinos que llegaban desde kilómetros de distancia.
También te puede interesar
Lo último