Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Entre encinares infinitos y campos de castaños que se tiñen de cobre en otoño, se esconde una diminuta aldea serrana de Huelva donde la vida aún late al ritmo del amanecer.
Apenas una treintena de vecinos comparten vida en este rincón secreto, un refugio natural donde el silencio tiene nombre propio y el reloj se vuelve innecesario: Hablamos de Puerto Lucía, a tan solo 9 kilómetros del bello pueblo de Cortegana.
Sus casas encaladas se agrupan en torno a una única calle empedrada, la H-9011, que serpentea como un arroyo entre fachadas blancas y muros floridos. En pleno corazón del Parque Natural Sierra de Aracena y Picos de Aroche, este pequeño núcleo rural respira autenticidad, con el rumor del viento y el canto de los pájaros como banda sonora cotidiana.
Esta aldea emerge entre tonos verdes y blancos, como si la naturaleza hubiera querido rendir homenaje a los colores de Andalucía. En su recorrido se descubren tesoros humildes: Una fuente de piedra de 1932 que aún mana agua fresca, un antiguo lavadero con bancos para el descanso y un pilar donde bebían los animales de labor.
Aquí, el tiempo no se mide en horas sino en estaciones. Los vecinos mantienen vivas las labores de siempre: La crianza del cerdo ibérico, la saca del corcho, la recogida de castañas o la recolección de setas. Una forma de vida que resiste, que se celebra y se comparte, como si cada día fuese un recordatorio de lo esencial.
Para quienes buscan turismo de naturaleza, calma y autenticidad, este enclave serrano es una invitación al sosiego. Muy cerca, alojamientos como Finca Navareonda o la Casita rural La Picanova ofrecen descanso entre encinas, chimeneas encendidas y desayunos con sabor a campo.
Un destino donde no hay prisa, solo paisajes que respiran y caminos que conducen (sin necesidad de mapa) a la desconexión más pura.
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