La aldea fantasma de Huelva oculta en la sierra donde solo habitan la naturaleza y el misterio
Dicen que allí se escuchan susurros cuando cae la niebla. Una aldea despoblada, devorada por el bosque, que conserva intacta la huella de quienes un día la habitaron
La aldea de Huelva donde el reloj se paró en el siglo XIX: Sin luz ni asfalto, pero con su magia intacta
Esta aldea de Huelva tiene nombre de diente, y un pueblo de Sevilla se llama igual
Entre castaños y viejos caminos empedrados de la sierra onubense se esconde una aldea donde el tiempo parece haberse detenido.
A unos kilómetros de Galaroza, en pleno Parque Natural Sierra de Aracena y Picos de Aroche, descansan los restos de una pequeña población rural que un día tuvo vida, y que hoy solo conserva silencio y misterio.
Un rincón olvidado de la sierra
Esta aldea, conocida antiguamente como Las Cañadas o Las Cañás, formaba parte de las seis aldeas históricas que dependían de Galaroza. En el siglo XIX llegó a tener cerca de 60 habitantes: Vivían del campo, del agua de sus arroyos y de las huertas que todavía pueden reconocerse entre la maleza.
En su momento tuvo una pequeña ermita, corrales para el ganado y casas humildes de piedra. Hoy, lo que queda son las ruinas cubiertas de hiedra, los cimientos de viejas cocinas y una chimenea solitaria que aún se alza como testigo del pasado.
El abandono llegó poco a poco, a mediados del siglo XX, cuando sus últimos vecinos emigraron en busca de trabajo. Desde entonces, la naturaleza ha ido reclamando el espacio, envolviendo muros y patios en un silencio y un aura fantasmal.
El encanto del abandono
La aldea se ha convertido en un pequeño secreto para senderistas y curiosos que recorren la ruta Galaroza–Las Cañadas–El Talenque–Fuenteheridos, una travesía entre bosques, arroyos y antiguos caminos de herradura.
Durante la primavera, las flores silvestres colorean las ruinas, aunque ahora, en otoño, el olor a humedad y castaña asada convierte el lugar en un escenario casi cinematográfico. La luz se filtra entre los árboles y las sombras de las casas parecen moverse al ritmo del viento.
Entre el mito y la memoria
El halo de misterio que envuelve esta aldea ha alimentado leyendas locales. Algunos vecinos de Galaroza aseguran haber escuchado voces en las noches de niebla o ver luces moverse entre las ruinas, como si las viejas lámparas de aceite aún siguieran encendidas.
Otros prefieren hablar de “presencias” benévolas: El espíritu de los antiguos moradores que nunca se marcharon del todo.
No hay pruebas, claro, pero el lugar tiene algo que despierta la imaginación. No son pocos los visitantes que aseguran sentir una energía especial, una calma difícil de describir, como si las piedras guardaran la memoria de todo lo vivido.
Más allá de lo sobrenatural, la Asociación Cultural Lieva y el Ayuntamiento de Galaroza han propuesto en varias ocasiones recuperar el paraje: Limpiar los accesos, señalizar las ruinas y poner en valor su historia como ejemplo de patrimonio rural andaluz. Una forma de rescatar el pasado sin romper su magia.
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