Un reto por Huelva

José Luis Orta narra en primera persona su experiencia al rodear la capital onubense a nado el pasado 3 de julio por las rías del Odiel y del Tinto hasta Moguer

José Luis Orta, al paso de la travesía del pasado 3 de julio por el Muelle del Tinto nadando junto a su madre.
José Luis Orta / Huelva

08 de agosto 2010 - 05:02

Fin. Se acabó. Ya no habrá más. Primero crucé nadando el embalse del Sancho (Gibraleón), luego uní dos pueblos (Isla Cristina-La Antilla, 10kms), más tarde uní dos continentes (Europa-África, en el Estrecho de Gibraltar) y en mi cabeza tenía pensado que el ciclo no estaba cerrado, que faltaba la guinda. ¿Qué pinto yo en el canal de la Mancha, en el estrecho de Magallanes o en el lago Ness para que me coma un bicho? ¡Qué lejos para ir a nadar! Entonces vi una foto aérea de Huelva y me dije ¿y porqué no?.

Todo fueron pegas: que si estaba loco, que dónde me iba a meter, que si las fábricas y los fosfoyesos... pero ya no había marcha atrás. El reto, iba a estar en casa, con mi gente, en mi tierra.

Lo más importante era entrenarme a fondo todo el invierno; maldito invierno de lluvias y nublados con los que la prótesis de la espalda se resiente mucho y cuesta la misma vida coger el petate e irse a la piscina, con frío y sin ganas. Los hierros duelen pero Marga me animaba: "Huelva te espera".

Lo duro no es llegar al final de tu destino; lo duro es el camino a recorrer. Para entrenarme durante 10 meses y nadar unos 1.000kms en la piscina, hay que tener un camión de ilusiones en la cabeza. La gente no nada porque se aburre pero no sabe que dentro del agua las ideas fluyen y surgen con más entusiasmo que en tierra firme.

Y llegó el 3 de julio de 2010. Y allí estaban todos. Como dijo Rúa, "están los que han venido, no se echa de menos a nadie". Cada abrazo que daba era gasolina para unos metros en el agua. El Muelle de las Canoas era el marco perfecto para salir a intentar el reto. Un reto por Huelva. Estaba tan nervioso que salté desde lo alto sin avisar; sólo quería nadar, nadar, nadar... me sentía muy arropado. Amigos en la salida, amigos en los barcos, amigos en las piraguas… Cuánta fuerza te puede dar una mirada, un grito de ánimo…

Y tiré Odiel p'abajo. Y en el Muelle del Tinto, repleto de gente, la mujer que me dio la vida compartió conmigo un tramo de la travesía. Poder nadar al lado de tu madre es como volver a su vientre por la sensación de tranquilidad y seguridad. Y para que no faltara el toque de humor cantamos a dúo aquello tan onubense de "mi Huelva tiene una ría… y en ella unos fosfoyesos...".

El tramo de las fábricas fue algo frío, desangelado... mucho hierro a mi alrededor. Las estructuras metálicas que vas dejando atrás conforman un paisaje muy incómodo, y más cuando notas en varios tramos las salidas de agua, muy, muy caliente, que te recuerdan el dónde te has metido y el qué necesidad tengo yo de hacer esto.

Colón sólo se aprecia en toda su extensión desde el agua. Es como un faro, como una señal de que estás llegando a Huelva. Y ahí saltó José Luis junior; el corazón me latía en el traje de neopreno y tuve que contener mis lágrimas del abrazo que le di. Nadamos juntos un rato, sin hablar, pero notaba que le transmitía un sentimiento por la vida, por el deporte, por Huelva. Mi hijo me abrazó de nuevo y me dio ánimos para lo que me esperaba.

Y crucé bajo el puente con fuertes corrientes encontradas, rumbo a Palos de la Frontera, al puerto de las Carabelas, con la carga histórica de aquellos que desafiaron tantos peligros. También llegó la sorpresa del día: mi chirigota al completo, La Murga Independiente, alquiló un barco y al ritmo de guitarras y cervezas pusieron la nota de alegría en un día tan especial. Han pasado 20 años y somos una piña cuando nos necesitamos, a pesar de los gritos de ánimo al ritmo del "¡Que se ahogue, que se ahogue!".

Tres piraguas me arropaban; eran mis tres carabelas. Me sentía muy seguro con ellas y comenzamos a subir el Tinto. Toda la belleza de este río contrastaba con la soledad en la que se encuentra varado. No hay vida en su cauce. Ni Huelva ni Palos quieren asomarse a él. A excepción del muelle de la Victoria, el resto es como una habitación oscura y sin muebles; tienes la sensación de que lo han abandonado a su suerte. Sin embargo es muy hermoso. Es amplio y agradable para nadar. Pero entiendes el temor de la gente a disfrutarlo cuando al cabo de varios metros ves de reojo a tu izquierda las montañas blancas, como lápidas de cementerio, donde se almacenan los fosfoyesos.

Llevas más de 4 horas nadando y sólo queda apretar los dientes y seguir adelante. Moguer espera; es el final del reto. No veo ningún burro blanco ni peludo ni suave, sólo agua y más agua. Los brazos son remos y me siento como una máquina. Tanto entrenamiento debe dar su fruto, pensaba, y antes de que se cumpla la quinta hora alcanzamos el destino. La felicidad me invade. He conseguido dar la vuelta a Huelva a nado, y ahí queda eso. Pero lo más importante ha sido compartir con todos un día tan especial.

Agotado, vuelvo en barco al Club Marítimo, donde todo es alegría por haber escrito un renglón en la historia pequeña de Huelva. Un reto conseguido para Huelva y un deseo de que esta ciudad despierte de su letargo, se lave la cara con agua limpia y se mire al espejo sintiéndose la más hermosa de las ciudades.

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