Diarios de Berlín. 1939-1940 | Crítica

Primeras horas del fin

  • Renacimiento publica los 'Diarios de Berlin. 1939-1949' del diplomático chileno Carlos Morla Lynch, que incluye presentación de Andrés Trapiello e Introducción de Inmaculada Lergo Martín, y donde se da continuidad a la vasta panorámica comenzada en sus 'Diarios españoles'. 

El diplomático chileno Carlos Morla Lynch junto a su amigo Federico García Lorca

El diplomático chileno Carlos Morla Lynch junto a su amigo Federico García Lorca

En la prolija anotación del jueves 31 de agosto de 1939 Morla Lynch escribe: “El día ha sido de expectación intensa. Pensar que vivimos al borde del más espantoso abismo de que hay memoria en la historia del mundo”. El 17 de mayo Morla ha llegado a Berlín como embajador provisional de Chile desde Madrid, tras un breve paso por París. Acabada la guerra en España, Morla dejará en la embajada de la calle del Prado a diecisiete refugiados republicanos, como antes ha protegido a dos millares de “nacionales”, durante el periodo del Madrid asediado. Este episodio, hoy bien conocido, se recoge en los dos volúmenes de sus Diarios españoles, así como en sus Informes diplomáticos, editados todos ellos por Renacimiento. El nudo anímico de este volumen berlinés es, no obstante, el que se sustancia en las líneas citadas más arriba. La vecindad de una catástrofe desconocida; y el minué dramático y snob de las distintas legaciones, mientras se cumple esta inmersión en lo ignoto.

En tal aspecto, es el periodo que va de finales de agosto a primeros de septiembre del 39 el acaso transmita con mayor evidencia la incertidumbre y la angustia del momento. El martes 22 de agosto Morla se desayuna con la noticia estupefaciente del pacto Ribbentrop-Mólotov, que se firmará al día siguiente, y por el que las dos grandes tiranías europeas se comprometen a no agredirse. Dos días después, el jueves 24, Morla anotará que dicho pacto evidencia “la identidad probada, en forma sensacional, entre las ideologías de las internacionales y el misticismo totalitario”. Lo cual le hace preguntarse, España siempre en la memoria: “¿Qué pensarán los españoles rojos y nacionalistas? Rusia unida a Alemania, una realidad imposible y paradojal”. El día 1 de septiembre, la situación se agrava definitivamente: Hitler declara anexionada la ciudad libre de Danzig. Y Morla asistirá, como miembro del cuerpo diplomático, a esta sesión del Reichstag. En la descripción de tal momento, de grave conmoción, Morla no deja de anotar algo que es común a todo el libro: su admiración por la pulcritud y el orden de los alemanes; pero también por el carácter masivo de tal organización, visible en los desfiles. Algo similar le ocurrirá a Chaves Nogales cuando contemple el colosalismo soviético. Y de otra parte, es Nevile Henderson, embajador británico en Berlín y compañero de Morla, quien ha descrito como “catedral de hielo” aquella “arquitectura de la luz” de Albert Speer, exhibida en Nuremberg, que en breve se aplicará a la detección nocturna de bombarderos.

Morla Lynch es un escritor pulcro, ácido, ligero y compasivo

Estos Diarios de Berlín albergan, en consecuencia, no solo la noticia diplomática, primero en Madrid y luego en la capital alemana, de un observador minucioso. Morla es, indudablemente, un escritor pulcro, ácido, ligero y compasivo. Pero también un hijo notable de su tiempo. Y en tal sentido, es posible advertir los intereses de su época a través de los suyos propios. Me refiero al interés de Morla Lynch por la luminaria urbana, por la prensa, por la vida nocturna de la ciudad, por jardines, zoológicos y cuantas manifestaciones expresen un orden y una voluntad, así como una competencia técnica, cuya cima pudiera hallarse en el vuelo ordenado de los cazas, que tanto le impresiona... Todos estos logros, entre la pericia técnica y la reformulación social, son los mismos que habían señalado ya para Berlín Hessel y Benjamin, no sin antes insistir en el carácter novedoso y masivo de tales disfrutes. En Morla advertiremos, junto a lo anterior, aquellas otras “utilidades” que dicho vigor técnico y social encontró en la Alemania del año 39.

Al tratarse de la obra de un diplomático destacado en Berlín, no es raro hallarnos con anotaciones concernientes a la persecución de judíos. El propio Morla da cuenta de las dificultades y prejuicios de su país, a la hora de aceptarlos como refugiados. Hay ahí, pues, un valor testimonial, añadido a cuantos llevamos ya enumerados, y que sirve también para su etapa española. En estos Diarios de Berlín se muestra, desde el interior de una cancillería, la creciente indeterminación en que se hallan quienes deben marchar de su país y quedan a expensas de una burocracia extraña. Es esa temprana ausencia de civilidad la que Morla parece identificar, correctamente, como una primera seña del fin, como un heraldo de la nada.

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