El protector | Crítica

Banderas vuelve a extraviarse

Antonio Banderas en una imagen del filme.

Antonio Banderas en una imagen del filme.

Puede que en algún momento de la lectura del guion o incluso durante el rodaje, Antonio Banderas creyera estar en una historia de Paul Schrader rodada por Michael Mann, incluso ante el inicio de una nueva etapa de su carrera parecida a la de Liam Neeson en modo justiciero universal. O no, que el malagueño se las sabe todas y a lo mejor era plenamente consciente del bodrio hiperviolento, vacío y plagado de clichés de redención gansteril en el que estaba inmerso para ganarse esos dólares que paguen sus caprichos musicales.

Sea como fuere, el estreno de este subproducto nos recuerda que el actor no siempre tuvo buen representante o buen ojo en Hollywood salvo contadas excepciones, también que sus dotes interpretativas cargadas de tics y afectación brillan en todo su esplendor en la figura de un elegante matón profesional de Miami que, en un acceso de madurez redentora a causa de la paternidad y el cansancio, decide salirse del redil para salvar a una jovencita inocente de las garras de la prostitución y a un joven peleón y descarriado de las tentaciones del hampa.

Entre diálogos rimbombantes, morosidad pretenciosa, violencia gratuita, luces de neón y paseos en coche por el skyline nocturno, El protector despide ese aroma a carne de rincón de videoclub que ahora viene vestida de domingo para mayor cante.