Canallas | Crítica

El tráiler era mejor

Joaquín González, Daniel Guzmán y Luis Tosar en una imagen del filme.

Joaquín González, Daniel Guzmán y Luis Tosar en una imagen del filme.

Vuelve Daniel Guzmán al barrio popular como territorio castizo y deformante para aventuras de picaresca post-quinqui, hábitat periférico de tipos tan patéticos como entrañables y miserias cotidianas sublimadas por la caricatura lumpen, el chascarrillo levemente incorrecto o la mera ocurrencia.

Allí donde en A cambio de nada el asunto se contaba a la altura (nostálgica y algo blandengue) de la adolescencia apaleada y callejera, en Canallas, filme ya de indudable horizonte taquillero con un ojo en los Torrentes y otro en Fesser, todo apunta a la comedia de excesos en la que resulta difícil distinguir lo escrito de lo filmado en una operación que revela demasiado el mecanismo artificial y la red de seguridad que la sustenta.

Y es que cada tipo excéntrico, cada acento (en el caso de que se entienda), cada frase o cada réplica chistosa asoman aquí en su condición preescrita e imitativa antes que a través del más mínimo asomo de verdad, ritmo natural o espontaneidad, como si Guzmán no confiara demasiado en la autenticidad de sus actores improvisados y de un solo uso, sin duda el principal atractivo de la función, y tuviera que ponerlos a recitar insistente y machaconamente, casi hasta la extenuación, lo que él mismo ha escrito para ellos.

Canallas apunta también a la sátira sobre la supervivencia de los perdedores en la España de la crisis, el pelotazo o la corrupción generalizada, pero no coge nunca vuelo suficiente para darle pábulo al trasfondo, ensimismada en su repetitivo circuito interno de situaciones-límite, chanchullos imposibles (¡intentar vender la dentadura de Hitler!) o chistes siempre a punto cuya dudosa comicidad y oído callejero se quedan en el embrión de lo risible. En efecto, el tráiler era mejor.