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Carla Nyman: “Escribir desde el humor te libera de convenciones y categorías morales”

Carla Nyman (Palma de Mallorca, 1996), fotografiada ayer en Sevilla.

Carla Nyman (Palma de Mallorca, 1996), fotografiada ayer en Sevilla. / Juan Carlos Vázquez

C., la protagonista de Tener la carne (Reservoir Books), la primera novela de la poeta y dramaturga Carla Nyman, intuye que se acerca la catástrofe "el día en el que mi amor se cortó las uñas y las dejó sobre la mesa. Me pareció una falta de respeto", le relata el personaje a un juez al que ha decidido, por la sonoridad de su nombre encontrado en las páginas amarillas, enviarle mensajes en los que le habla de su desengaño amoroso. "Hubiera preferido una carta, no sé, una notita donde expusiera llanamente que había conocido a otra o que estaba desencantado con mi compañía; no la prueba justa y clara de que una parte de él ya estaba fuera, fiiiiu".

Como el cactus que adorna su cubierta, Tener la carne desprende una belleza afilada y exuberante. Bajo una premisa impregnada de humor y extrañeza –C. pasea por los bares de la costa de Almería, acompañada de su madre y sin despertar sospechas, el cadáver del novio al que ha matado–, Nyman habla de cuestiones que hieren como la planta exótica que preside esa portada: la sacudida de los celos y las contradicciones del deseo, la maldición de no dar con quien te cuide, los orificios físicos y el vacío interior.

La autora define en los agradecimientos finales su libro como una "historia seria de crimen y castigo", pero su particular heroína, víctima del delirio, no se muestra atormentada por el remordimiento. "El humor permite desatarnos de todo tipo de convenciones, de prejuicios y de categorías morales, y ella avanza arramblando con todo sin ningún tipo de Código Civil en la mano. Aquí lo que vemos es su pensamiento arrasando con todo", explica Nyman, que entre otros temas quería tratar esa carcoma de los celos. "Actualmente tratamos de amputar un sentimiento así, generamos algo sancionador, una suerte de boicoteo cuando tenemos estas pulsiones, pero a mí me interesaba radiografiarlo, preguntarme qué hacemos hoy con emociones que parecen incompatibles con el feminismo y la sororidad".

"Quería preguntarme qué hacemos hoy con los celos, que parecen incompatibles con el feminismo y la sororidad”

La protagonista de Tener la carne arrastra en su día a día el cuerpo de su novio, pero hay otra fisonomía de la que "como una siamesa" no puede despegarse: su madre, a la que describe como "su única patología". "Ambas están habitadas por ausencias y por duelos", señala Nyman, "y la manera que tienen de sobrevivir es estrechar aún más ese cordón umbilical. Esto genera en ellas un lazo, es un lugar al que volver y una casa, pero a la vez resulta muy incómodo que la hija esté pegada a la madre o viceversa, como si fuera algo irremediable, algo que no te permite emanciparte jamás".

Sobre las mujeres de Tener la carne pesa una especie de condena que las vincula a tipos huidizos que acaban traicionándolas. C. se visualiza en un futuro conviviendo con un marido y una hija y percibe la escena como algo "mecánico y artificial, como si le estuvieran dando cuerda". No hay mucha esperanza en el horizonte, y por eso el desvarío, el nihilismo, la sangre. "Hay algo de justicia poética en esa suerte de asesinato que cometen, en la confabulación que tienen entre las dos, que sirve para ponerle remedio por fin a ese virus del hombre que las rechaza constantemente", analiza Nyman, que ofrece en su ficción un interesante giro al ámbito de los cuidados. "Quizás porque ellas nunca recibieron el cariño de los otros, la madre y la hija llevan al límite la atención a Bruno, que es un muerto, y empiezan a peinarlo y a ponerle desodorante, a echarle perfume, como si en el fondo esperaran una transacción, un trueque, una devolución".

Cubierta del libro. Cubierta del libro.

Cubierta del libro.

La novela se articula en torno a los mensajes que C. deposita en el buzón de voz de un juez: "Dígame cómo viste, de qué color es su ropa. ¿Su piel es tersa, suave? ¿Lleva náuticos o zapatos de doble hebilla?", le pregunta. Para Nyman, ese magistrado "simboliza a los otros hombres, porque también es una ausencia, nunca responde, podría ser como el padre o como Bruno, pero es un ser imaginario. Le habla a ese interlocutor sin rodeos, con la franqueza con la que conversaría con Dios".

Nyman lleva a la prosa algo que ya latía en sus versos, un interés en la fisicidad que aquí da cabida a fluidos, secreciones, órganos. "Para empezar, tenemos un cadáver que se va descomponiendo, ahí ya comienza lo escatológico. Y las protagonistas son dos mujeres que están agujereadas, en un sentido físico pero también de una manera simbólica. Tratan de llenar su vacío con cosas tremendamente absurdas o con este muerto, que no deja de ser otro hueco, el fantasma de la persona que ya no está". En uno de los pasajes, la protagonista se retrata como una "carne con agujero" y reivindica la importancia de su vagina. "Todo lo demás en el cuerpo puede ser accesorio. Yo me lo noto mientras sigo frotándome la boca, luego el tobillo. Zonas indiferentes que desaparecen de mi piel en cuanto las he dejado de mirar. Pero mi orificio es irrechazable. Sigue ahí".

La autora, que como poeta, dramaturga y directora de escena ha sido distinguida en convocatorias como el Premio Valparaíso (Movernos en la sed ) o el Almagro Off (con la obra Yo solo vine a ver el jardín), considera "difícil plantear un corte entre los géneros literarios, para mí están todos relacionados. Tener la carne se presenta como una novela, pero podría ser perfectamente un monólogo teatral. De todos modos, ¿qué es una novela y qué es teatro? Yo al menos", concluye, "no tengo muy claros los límites".

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