La tribuna

José Luis De Justo Alpañés

La venezuela que yo conocí

11 de diciembre 2015 - 01:00

TRAS conocer el triunfo de la oposición en las elecciones legislativas de Venezuela, me ha entrado un fuerte deseo de contar mis recuerdos de este maravilloso país en el que residí durante tres meses en 1968.

Un año antes de mi llegada, Venezuela había sufrido el mortífero terremoto de Caracas de 1967, que dejó profunda huella en las personas que allí traté. Un consorcio español se había presentado al concurso de abastecimiento de aguas a Valencia, que hoy es la tercera ciudad de Venezuela. El concurso fue adjudicado a una empresa venezolana, dirigida por un descendiente de vascos: Antonio Julio de Guruceaga. Esta empresa pidió al consorcio español que le facilitara un especialista en el proyecto de presas de materiales sueltos, tema que ellos no dominaban y yo sí tras una estancia de dos años en el Imperial College de Londres, y allá que me fui.

Primero, es curioso describir las entretelas de esta empresa. En ella había descendientes de emigrados españoles de los dos bandos: el hijo de un senador de la CEDA, asesinado en España, de madre venezolana, cuya familia se trasladó a Venezuela tras este suceso, o el subdirector, hijo de un emigrado republicano. Pues bien, había perfecta armonía entre ellos. Jamás me preguntaron por el general Franco. Su director, Antonio Julio de Guruceaga, era descendiente de la gran emigración vasca que se produjo en Venezuela en el siglo XVIII, pero nunca le oí hablar de separatismo. Ellos eran descendientes de españoles, como los gallegos o canarios. Eso sí, los clubes de fútbol se llamaban Deportivo Galicia o Deportivo Canarias. Los nuestros se consideraban descendientes de españoles con algunas gotas de sangre india tras tantos años de estancia en el país.

La presa, llamada de Pao-Cachinche, se construyó en una zona selvática. Para mis traslados me proporcionaron un coche automático, con chófer, a quien alguna vez le pedí que me dejara conducir. Me impresionaban en esa época las autopistas venezolanas, en particular la que yo usaba: Caracas-La Guaira, construida en una orografía infernal, donde presenciaba, con frecuencia, en mis viajes, deslizamientos que habían inutilizado una calzada de la autopista, pero que era corregido abriendo carriles provisionales en la otra calzada. Había serpientes venenosas, entre ellas la mapanare, que buscaban el fresco en el fondo de las calicatas que abríamos para reconocimiento del terreno. Los campesinos usaban normalmente machetes para desbrozar la maleza, aunque a veces los utilizaban sutilmente, para apoyar sus argumentos, como el pronto pago de indemnizaciones por la ocupación de sus terrenos.

Me acomodé a la gastronomía venezolana: el pan de arepa, los frijoles, los excelsos zumos de unas naranjas verdes. Los "carritos por puestos", taxis que van recogiendo personas en su trayecto si va en su dirección. Caracas goza de un excelente clima por su altitud. Allí comprendí el sentido de la Hispanidad. Los ingenieros que me ayudaban lo hicieron con total dedicación. Un día expresé mi admiración por la soprano lírica venezolana Rosalinda García y al día siguiente tenía su disco encima de mi mesa de trabajo. En aquella época la sociedad venezolana tenía una distinción que, tal vez, nosotros habíamos olvidado. Su dominio del idioma envidiable. El país gozaba de un nivel técnico aceptable, aunque con una economía excesivamente dependiente del petróleo. Daba la impresión de ser un país más rico que España, aunque en la capital, Caracas, se iba acumulando una emigración creciente, procedente del resto del Estado, que vivían en "ranchos" que se iban construyendo en las afueras. Había diferencias de clases que originaron posteriormente el chavismo.

En una época en la que nosotros seguíamos con la dictadura de Franco, Venezuela había escapado de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y había allí un bipartidismo entre los adecos de Acción Democrática, socialdemócratas, y los democratacristianos de Copei. Más adelante, la corrupción provocó la elección del comandante Chaves.

Volví al país en el año 1976, invitado para presentar una ponencia en un Seminario de Mecánica de Suelos, junto a otros eminentes proyectistas de presas. Esta estancia fue agotadora pues tuvimos que combinar frenéticas mañanas de trabajo con agotadoras noches de agasajo. Cuando he visto la situación de degradación a la que ha llegado Venezuela en los últimos años, mi corazón se ha entristecido profundamente y me he preguntado por la situación de tantas personas que yo conocí. Espero que el resultado de estas elecciones sirva para devolver a Venezuela al clima de convivencia y de desarrollo que le corresponde por su historia, por su gente y por sus recursos.

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