Manuel A. Glez. Fustegueras | Arquitecto y urbanista

La sostenibilidad como compromiso colectivo: reflexiones en el Día Mundial del Medio Ambiente

Tribuna de opinión

La sostenibilidad no es un eslogan, es un compromiso profundo con la vida en todas sus formas

El entorno del Puente del Ajolí, en la provincia de Huelva.
El entorno del Puente del Ajolí, en la provincia de Huelva. / Francisco J. Olmo / EP

Cada 5 de junio, el Día Mundial del Medio Ambiente nos invita a detenernos y pensar. No solo en los problemas ecológicos que enfrenta el planeta —como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad o la contaminación—, sino también en las causas profundas que los generan y en nuestra capacidad real de transformarlas. En este contexto, la sostenibilidad no es un concepto decorativo ni una moda pasajera. Es un marco de pensamiento, una ética de acción, una hoja de ruta para construir otro futuro posible.

Sostenibilidad significa equilibrio. Significa asegurar que el bienestar de hoy no comprometa las condiciones de vida de mañana. Pero también implica justicia: entre generaciones, entre territorios, entre especies. La sostenibilidad se construye en tres dimensiones interdependientes —ambiental, social y económica— que deben avanzar juntas.

Desde lo ambiental, el objetivo es claro: reducir nuestra huella ecológica, es decir, consumir y contaminar menos de lo que la naturaleza puede regenerar y absorber. Para ello, debemos proteger los ecosistemas, restaurar los que han sido degradados, optar por energías limpias, repensar la movilidad y mejorar la eficiencia en el uso del agua y los materiales. No se trata solo de conservar, sino también de regenerar.

En el plano social, sostenibilidad es sinónimo de calidad de vida, salud, acceso equitativo a los recursos, participación ciudadana y cohesión comunitaria. No puede haber verdadera sostenibilidad si no está arraigada en un tejido social fuerte, informado y comprometido con su entorno. La educación ambiental y la cultura del cuidado son esenciales en este proceso.

Desde la economía, se plantea una profunda revisión del modelo vigente. El desarrollo no puede seguir midiendo su éxito exclusivamente en términos de crecimiento. Es necesario fomentar una economía circular, basada en el aprovechamiento responsable de los recursos locales, la generación de empleo digno, el apoyo a las actividades productivas de bajo impacto y la reducción de las desigualdades.

En todos estos frentes, la transición hacia un modelo sostenible no puede dejar a nadie atrás. La justicia ambiental implica reconocer que los impactos negativos del cambio climático y de la degradación ambiental no se distribuyen por igual, y que las respuestas tampoco deben ser homogéneas. Hay que atender las realidades diversas de los territorios, respetar los saberes locales, y garantizar el acceso universal a los beneficios de una vida más sostenible.

Además, la sostenibilidad exige participación. No es un objetivo que se impone desde arriba, sino un proceso que se construye colectivamente. Las comunidades deben tener voz en las decisiones que afectan su territorio, su salud y su futuro. Sin participación real, no hay sostenibilidad posible.

El Día Mundial del Medio Ambiente no puede reducirse a una fecha simbólica o a gestos puntuales. Es un recordatorio de que estamos en una encrucijada civilizatoria. Tenemos la posibilidad de redefinir cómo vivimos, producimos y convivimos. La sostenibilidad no es un eslogan, es un compromiso profundo con la vida en todas sus formas.

Enfrentar los retos del presente exige mirar más allá del corto plazo y atreverse a transformar las estructuras que perpetúan el deterioro. Cada paso, por pequeño que sea, suma. Y cada territorio, por modesto que parezca, puede ser un laboratorio de futuro.

Hoy más que nunca, sostenibilidad es sinónimo de responsabilidad. Y también de esperanza.

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