El ataque lanzado por Hamás es la mayor embestida sufrida por el Estado Israelí en los últimos 50 años. Curiosamente, este estallido llega bajo un gobierno hipernacionalista, racista y de extrema derecha en el lado poderoso, que ha apretado lo indecible las condiciones de vida y la dignidad de los palestinos desplazados en la franja de Gaza. Al final, toda acción tiene una reacción, ¿sería esta reacción lo que quería Netanyahu para tener la excusa perfecta y terminar de aniquilar al pueblo palestino? ¿ha sido una falta de cálculo? No lo sé, pero la barbarie cometida contra los desheredados palestinos se ha vuelto contra su propia nación, tendría que responder por ello. Lo que ocurre ahora no es una nueva guerra, es la misma de siempre.

Con o sin los focos puestos sobre la franja de Gaza, la cantidad de violencia y odio que hay concentrados en ese pedazo de tierra hacen imposible el fin de la violencia. La reiterada solución planteada por la ONU de una convivencia en paz de dos Estados, el palestino y el israelí, parece cada vez más alejada, más imposible. Vence la desconfianza ante los agentes políticos locales, tan frecuente en nuestro tiempo, y ante la actitud cómplice de nuestros gobiernos con la sistemática violación de los derechos humanos de Israel; pero no hay otro camino, por tortuoso que parezca, no hay alternativa.

No hace ni 30 años que Arafat e Isaac Rabín recibieron el premio Nobel de la Paz por las negociaciones de Oslo, y desde ese mismo instante las fuerzas del odio se rebelaron para mantener el “estado de guerra”; por un lado, Hamás, desacreditando a la Autoridad Palestina y su solución dialogada, y por otro, el partido israelí Likud, deseoso del exterminio palestino; y por ahora triunfan. Hamás ha logrado sembrar la lógica de la lucha armada entre los palestinos, y recordemos que a Rabín lo asesinó Yigal Amir, un israelí ultranacionalista, del partido Likud.

Aquella frase de Arafat donde decía que en una mano llevaba un fusil y en la otra una rama de olivo, y donde pedía que no le permitiésemos que se le cayera la rama de olivo, suena tan frágil, tan lejana, pero a la vez, tan necesaria ¡Que no cunda la desesperanza! no dejemos de mirar, de clamar en el desierto pidiendo el fin de la violencia, no dejemos de exigir libertad y futuro para el pueblo palestino.

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