Un año más

La tradición, contra lo que se piensa, va lanzada hacia el futuro, aprovechando la carrerilla de los años

Me propusieron escribir una colaboración puntual en un prestigioso medio sobre la Semana Santa. Que me inviten -donde sea- me alegra, pero el tema propuesto no me hizo tanta gracia. No por laicismo, desde luego. De la Semana Santa me gusta escribir aquí, donde llevo haciéndolo diecinueve años, sin faltar ni uno, porque en los años de la pandemia también escribí de la procesión in absentia. Todos los años cuento mi estación anual de penitencia, como el remate del rito.

¿Resulta repetitivo? La Hermandad podría decir como Ramón Gaya: "No me repito: insisto". Sobre todo, si caemos en la cuenta de que, en la alegre y gallarda frase de Gaya, lo que parece alarde de vanidad es, en realidad, todavía humildad. Porque ni Gaya ni la Hermandad se repiten ni insisten, se mejoran.

Es la esencia de la tradición. Los que la conozcan de oídas creerán que es cosa del pasado. Pero ella arranca en el pasado, sí; pasa o procesiona por el presente, vedla: y se dirige al futuro, como la vida misma. Por eso, nada más recogerse en su templo, los derrengados hermanos se abrazan y empiezan a contar los días para el año que viene.

Decimos un año "más" porque el tiempo la aumenta. Mi Hermandad este año fue más bonita que nunca (pero menos que el año que viene). Lo original, en cambio, no tiene términos de comparación; y quizá por eso guste tanto a los flojos.

Comparando, pudimos comprobar que la Virgen andaba con más donaire; que el público -más abundante- se trasformaba en pueblo fiel al levantarse al paso de los pasos. El centro de la ciudad, tan abandonado y ruinoso, se erguía con una recobrada belleza antigua gracias a la luz del paso de palio -mil gracias derramando pasó por estas calles con presura- y por la vida bulliciosa de las gentes. Reconozco entre ellas a muchos que sólo veo de año en año en la procesión y me alegro de reencontrarlos tan bien, ya padres, ya abuelos. Abundan y crecen las familias contra viento y marea. La Navidad es la fiesta de la familia en la casa. La Semana Santa, de la familia en la calle. Qué hondas las altas saetas. La lluvia de pétalos lo parece de gracia. Los móviles alzados para grabar a las imágenes en las bullas hacen las veces de una segunda candelería 2.0. Dentro, nuestros hijos y sobrinos ya aguantan todo el recorrido.

Lo dicho: mejor que nunca. Aunque también, tras tantos años, puede que mi mirada empiece a abuelear tímidamente. Otro regalo de los años.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios