Sobrecosto de la soledad

Si se sufre de algo que padece poca gente hay riesgo de que pasen de nuestro problema

Desde luego no hay nada como que algo toque bastante al bolsillo como para que se le preste una especial atención; unos, porque les perjudica y, otros, porque les beneficia. No es ninguna casualidad, por ejemplo, que la industria farmacéutica investigue mucho menos en aquellas patologías que tienen poca incidencia en la población, puesto que, caso de conseguir dar con un medicamento adecuado, la rentabilidad que obtendría de él sería pequeña. Lo mismo que tampoco lo es el que las grandes superficies hagan uso de expertos en consumo para hacer que gastemos más cuando entramos en sus establecimientos. A nivel individual nos ocurre igual, salvo con algunas excepciones en las que no se entrarán. Este asunto económico, en el ámbito de lo público, además de atención lleva aparejadas habitualmente inversiones para que, al final, las cuentas salgan como se desea, superando en ocasiones este objetivo a otros que puedan tener un carácter más humano o, más concretamente, más personal. Expresado todo esto y si se tiene en cuenta, quizás, reste algo de poesía a la noticia de que el Gobierno británico haya declarado a la soledad como un problema de Estado, creando un departamento específico para su abordaje y solución. Puede afirmarse que, en principio, eso está muy bien; si bien, convendría diferenciar entre soledad buscada, más o menos prolongada, e impuesta -esto es, aquella de la que la persona no puede salir porque no tiene recursos o porque no sabe-. La soledad siempre ha existido y, digo más, existirá; pero ¿qué hace que ahora sea motivo de preocupación? Pues, las cifras. Según investigaciones realizadas en aquel país, afecta a unos nueves millones de personas y esa soledad impuesta constituye un factor de riesgo para enfermedades cardiovasculares, demencia, depresión y ansiedad, calculándose que diez años de la misma en una persona mayor supone un sobrecosto de 6.000 libras para el erario público. Por tanto: si se previene o reduce se ahorrará. Por supuesto, si el programa que desarrollen funciona habrá personas a las que se les hará un bien, pero eso lo será gracias a que son muchas las que la padecen. Esta realidad conduce a la desesperanza de saber que si sufrimos algo que le suceda a poca gente pasaran de nosotros, a excepción de que se logre un impacto mediático que rentabilice por otro lado, sea político o de otra índole; si no es así, viene como anillo al dedo eso de que a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Un poco triste, ¿verdad?

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios