Resulta imposible escribir un artículo en estos días y no hablar de la guerra. Inadmisible no comentar el horror que campa a sus anchas en territorios como Gaza, Cisjordania, Ucrania o Azerbaiyán. Eso sin contar los conflictos armados existentes tiempo ha y de los que nadie habla, como ocurre con Yemen, Etiopía, Camerún, Myanmar o Siria, por poner sólo unos ejemplos.

El comienzo de una nueva guerra pareciera eclipsar en parte, desde un punto de vista mediático, la existencia de otras, pero, el sufrimiento del pueblo que vive oprimido bajo la amenaza constante de la balacera, me atrevo a manifestar que no baja de intensidad. Es más, puede que, cuanto más lejos anden las emisoras de radio y las televisiones del espanto que producen las mismas, más se recrudece la tensión en las zonas afectadas, y más grandes son las atrocidades que se cometen y más impunes quedan quienes las promueven o las inician, con sus oscuros intereses espurios siempre cargados de mentiras o de medias verdades, que nos van introduciendo como inyecciones letales a través de medios de información afines y de las redes sociales que controlan o reciben sus buenas regalías a cambio. Una desgracia, mire usted.

No dejo de preguntarme quiénes son los que sacan provecho de semejantes atrocidades. Y solo tengo una respuesta: la industria armamentística. Sean empresas privadas o estatales las que fabriquen dicho material letal, además de todos los accesorios que llevan aparejados una pendencia de estas características: ropa, calzado, instrumental específico, avituallamiento de campaña, comida envasada de determinada manera y otro montón de artilugios que sería largo de explicitar.

Lo curioso de este asunto, es que, quienes se presentan como salvadores en tales conflictos, por lo general, suelen ser los primeros fabricantes de armas a nivel mundial, cuyo ranking por orden de importancia, puesto arriba o abajo, según el lugar en donde se lleven a efecto las contiendas en cada momento, son los siguientes: Estados Unidos de Norteamérica, Rusia, Francia, Alemania, China, Italia, Reino Unido, España, Israel o Corea del Sur, por citar solamente a la indiscutible cabeza de esta negra y cainita y aberrante pirámide de negocio. Sí. Porque de negocios hablamos, aunque resulte absurdo bajo una mirada digamos «normal». La destrucción de un país o parte de este, y la muerte de millones de personas, genera cuantiosos réditos en otros países. Es lo que tenemos.

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