En funciones está el gobierno y todo cuanto de él depende y el país parece que también lo está. Cuando se pregunta en la calle, considerando el poder de cada medio para articular las respuestas en la medida de sus compromisos, se advierte una general indiferencia por los problemas políticos y una preocupante ignorancia sobre su funcionamiento y sus responsables. Este absentismo, crónico para muchos, propicia acciones y omisiones que favorecen el objetivo de derruir el entramado constitucional gestado en la Transición Democrática, modelo tan celebrado en su día, y que, en lugar de ir depurando y mejorando se trata de demoler con la odiosa colaboración de quienes maquinan su quiebra y ruina definitiva. Todo con un gobierno de increíbles y bastardas coaliciones, por una supuesta pluralidad y convivencia. Bajo esa engañosa situación la carcoma separatista agudiza su voracidad implacable.

Pretenciosas y falaces proclamas prometen envidiables avances y sorprendentes progresos, término del que se han apropiado con absoluta arrogancia y sin la menor legitimidad. Además de subvertir el lenguaje, prostituyen el sistema democrático al fusionarlos con términos comunes con grupos en las antípodas del orden constitucional y del Estado de Derecho. Además de contar con la indiferencia o complacencia sumisa de muchos ciudadanos, disponen también de mecanismos propagandísticos y medios informativos adictos al poder, sembrando el miedo o la contradicción y aireando las evidencias de quienes, aferrados al mando absoluto, maquinan mercadeando escaños, apoyos y las negociaciones precisas con nacionalistas, separatistas, herederos del antiguo brazo político de ETA y cuantos por su botín acostumbrado están dispuestos a venderse ignominiosamente.

Este gobierno tiene la suerte de que, en medio de esta continua batahola de disparatadas contradicciones y desventuras políticas, surge un escándalo que distrae al complaciente ciudadano de los graves y trascendentales problemas del país. Es el caso del destituido presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, con sus desmesuradas efusiones de euforia, prodigando en su ejecutoria irregularidades silenciadas u ocultadas por intereses bastardos, que no elude el ultraje y la soberbia para atacar a sus críticos. Un personaje como tantos en ciertas instituciones y órganos de poder aferrados al cargo, sin escrúpulos ni moral. Nada nos puede sorprender en un país en que se indulta a golpistas, que amenazan con repetir su desafuero; se insulta a los jueces impunemente, se excarcela y rebaja las penas de pederastas y violadores y que en el trance que vive ahora España, en ese empeño de mantener el poder y conceder amnistías se urdan atajos a través del Congreso para que la nueva cesión no se tramite como proyecto de ley del gobierno sino como proposición de ley de sus grupos parlamentarios, evitando a los órganos consultivos y ahorrando tiempo tan valioso en una coyuntura tan compleja como imprevisible

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