Tribuna

José maría Agüera lorente

Catedrático de Filosofía

Globalización, identidad y política

Hoy son bastantes los peticionarios entre la ciudadanía europea que reclaman a sus gobiernos que levanten los muros, en especial los perdedores de la globalización

Globalización, identidad y política Globalización, identidad y política

Globalización, identidad y política

Hay señales de un tiempo a esta parte que evidencian que la cuestión de la identidad se ha visto exacerbada como reacción al proceso de globalización. Algo comparten Podemos en España, el nuevo laborismo de Jeremy Corbin en Reino Unido, el Frente Nacional en Francia, el independentismo catalán y el Estado Islámico. Todas son formas de expresión de la rebelión de la tangible y dolorida carne de la tribu contra el insensible y etéreo fantasma del capital.

Esta confrontación se manifiesta en la actual tensión disgregadora a la que se halla sometida la Unión Europea como institución democrática mundial. Todo ello sería consecuencia del carácter antidemocrático de las instituciones financieras y de la corrupción de las instituciones políticas. Así lo perciben muchos ciudadanos, que padecen una sensación de incertidumbre, indefensión, soledad y temor, y que creen que con la vuelta al Estado-nación tradicional sus problemas pueden tener solución.

Al mismo tiempo, los inmigrantes provenientes del ámbito cultural musulmán pasan de un mundo de valores muy fijos y sólidamente jerarquizados a otro occidental que para ellos carece de identidades comprensibles. No es raro entre ellos, pues, un cierto desconcierto ante las libertades europeas, el relativismo moral, la igualdad de género, el hedonismo... Desconcierto que el salafismo aprovecha para captar a los menesterosos de referentes identitarios fuertes que un marco religioso rígido nunca falla en proporcionar. Esa menesterosidad se agudiza en el caso de los hijos y nietos de esos inmigrantes que, en muchos casos, son fácilmente captados por quienes tienen un discurso bien trabado que les proporciona una identidad capaz de calmar su angustia existencial. De esta forma, la identidad se convierte para todos, propios y extraños, en un tema central en torno al que gira directa o indirectamente el debate político.

Los procesos expuestos retroalimentan y se ven retroalimentados por esa incertidumbre que embarga a gran parte de los -llamémosles- europeos autóctonos; la cual, por cierto, tiene una insoslayable raíz económica. En la vieja economía cabía un compromiso sostenido, predecible y habitualmente vitalicio con un puesto de trabajo, que constituía en gran medida el núcleo definitorio de la identidad del individuo, y que definía significativamente su ideología e intereses políticos. Sin embargo, el trabajo en la era de la globalización es fragmentado, inseguro, estresante e impredecible. Así lo manda el capitalismo flexible que ha establecido como principio la negación del largo plazo, con la consiguiente destrucción de una de las bases tradicionales de formación de identidades sustentadoras.

No puede ser, entonces, la clase social -como lo fue durante más de un siglo- el ancla que sujete el sentido de identidad del ciudadano cuando éste se ve sometido a los inmisericordes embates de la globalización. Se diría que sólo se avistan en el horizonte los aparentes puertos seguros de la religión y la nación, y no, desde luego, el "agrupémonos todos en la lucha final; el género humano es la internacional" de la utopía emancipadora de la izquierda. Ésta no puede por menos que hallarse desorientada, desdibujado su mensaje histórico en un contexto de choque de civilizaciones, en el que la lucha ya no es de clases ni por la justicia universal que trasciende los muros de las fronteras. Muy al contrario, hoy son bastantes los peticionarios entre la ciudadanía europea que reclaman a sus gobiernos que levanten los muros, en especial los perdedores de la globalización.

El ideal de la emancipación se dirime en nuestros días contra una estructura supranacional. Es el reflejo tribal el que se activa ante el alienígena que -igual que en esas películas terroríficas de invasiones de ultracuerpos- nos quiere arrebatar nuestro sacrosanto espíritu de comunidad, con el que cada uno se siente identificado. No es de extrañar que en el debate de las elecciones a la Presidencia de la República Francesa el abandono de Francia de la Unión Europea no sea ya tabú, siendo la tradicional derecha la que más rédito electoral puede obtener dado que en su discurso nunca han estado del todo ausentes unas gotas de identidad nacional y de rechazo a los de fuera. Tampoco es rara la apelación a la religión, de facto refugio sacralizador del ser de los pueblos. Hoy por hoy, para muchos de los europeos -sea cual sea su credo religioso o político-, la ideología es la identidad.

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