Tribuna

jUAN IGNACIO DE ARCOS

Director del Programa Ejecutivo de Big Data & Business Analytics de la EOI

'Black Mirror'

Al final, a veces sin darnos cuenta, estamos forjando una personalidad online, diferente a la real, ya sea en China o en nuestro entorno occidental. Somos o aparentamos

'Black Mirror' 'Black Mirror'

'Black Mirror' / rosell

En agosto de 2016, el diario The Washington Post hizo un estudio para indagar qué información personal tiene Facebook de sus usuarios, llegando a contabilizar 98 características. Multipliquemos ese número por los 1.754 millones de usuarios activos al día de hoy y nos encontraremos ante un auténtico ejemplo de Big Data. Un caudal de información valiosísimo para las muchas empresas de publicidad digital que viven exclusivamente de ese patrimonio del gigante tecnológico. Y, por supuesto, la Fuente de Ingresos con mayúscula: en el último trimestre, Facebook reportó a los mercados cerca de 8.000 millones de euros por este concepto. Se estima que el valor de los datos de cada uno de sus usuarios aporta a la compañía unos 4 euros. Diríamos que esa es la contrapartida que estamos pagando a la compañía por el uso gratuito de su red social. Y, como es sabido, por el hecho de ser gratuito, el uso de nuestros datos es de su propiedad.

Entre los datos que dispone de nosotros, encontramos aspecto peregrinos como si nos vamos a mudar de casa próximamente, compramos medicamentos sin receta o vamos a necesitar un repuesto de nuestro coche en breve. Pero que sepa si consumimos mucho o poco alcohol, si somos conservadores o liberales o si nos acabamos de comprometer, es ciertamente más preocupante.

Hablamos de Facebook, pero la inquietud crece cuando a esto le sumamos Linkedin, Instagram, Snapchat, Pinterest, Fitbit, etc…Cada minuto del día, vamos dejando rastro de nuestros datos biométricos, comportamientos, gustos o fobias. Todos estos datos, sean reales o figurados, están siendo explotados por empresas privadas que los adquieren para dirigir sus acciones de publicidad micropersonalizada.

La buena noticia es que este cúmulo de información está almacenada en diferentes silos. Por el momento, no existe el gran repositorio de datos en donde un único algoritmo, agente artificial o modelo predictivo, como queramos llamarle, pueda hurgar y predecir exactamente qué, cómo y cuándo vamos a comprar, pensar, decir, actuar o mentir.

China representa un triste consuelo en este futuro cada vez menos provisto de privacidad. En junio de 2014, la máxima autoridad de la República Popular China, el Consejo de Estado, publicó un Esquema de planificación para la construcción de un Sistema de Crédito Social. Desde entonces, ha lanzado proyectos piloto con grandes tecnológicas chinas (Tencent y Alibaba por el momento) para ir probando diferentes algoritmos de incentivación, recompensa y sanción. El objetivo del proyecto es llegar a un sistema que permita a los ciudadanos demostrar su honestidad cuantificada en una cifra. Esto, que no parece tan necesario en una sociedad occidental, lo es en un país donde, según la OCDE, el 50% de los contratos no se cumple y se origina más del 60% de las copias ilegales de bienes de consumo que se venden en el planeta.

Con este sistema, cada ciudadano puntúa en una escala de 350 a 950 puntos. Por ejemplo, a medida que suba su puntuación por encima de 600 podrá alquilar un coche sin depósito previo, hacer un check-in rápido en hoteles o a viajar a Europa mediante a una visa rápida. Pero si es baja no podrá disponer de un buen ancho de banda en internet, tendrá el acceso restringido a ciertos restaurantes o le será imposible llevar a sus hijos a un colegio privado. La puntuación, además, se ve influenciada por su red social: si algún amigo o familiar tiene baja puntuación, le afecta y viceversa. Es previsible que esto genere ciertos comportamientos dirigidos en las relaciones personales que tiendan hacia una "normalización" social. Como era previsible, están naciendo consultoras que asesoran a los usuarios sobre cómo incrementar su crédito social. También, sin duda, aparecerán hackers que, por un precio apropiado, manipulen dicho valor social, como si una falsificación de DNI se tratara, pero en digital. ¿Quién diseña el algoritmo que puntúa más o menos una determinada situación personal? No importa, pues lo verdaderamente preocupante es qué hay dentro del algoritmo y cuáles son sus reglas. Las sociedades distópicas de la serie Black Mirror ya están aquí.

Por el momento, participar en el programa es libre y, dado los incentivos que están ofreciendo las compañías piloto, son ya millones las personas que están operando con este sistema de crédito social. El Gobierno chino tiene las ideas muy claras y ha manifestado que a partir del año 2020 participar será obligatorio. Estremecedor. Al final, a veces sin darnos cuenta, estamos forjando una personalidad online, diferente a la real, ya sea en China o en nuestro entorno occidental. Somos o aparentamos. Más tutelados o menos, más manipulados o menos. Da igual. Es un trastorno de identidad disociativo, como le llaman los entendidos. Pero a escala global.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios