Cambio de sentido

Mi querido maltratador

La incomprensión hacia las mujeres maltratadas es la manera perversa de invalidarlas

A esos listos que, sin sacarse el mondadientes de la boca, sueltan que parecen imbéciles esas tías a las que machacan el novio o el marido y al día siguiente vuelven con él, les vendrían bien algunas lecturas sobre los mecanismos culturales para perpetuar y validar socialmente situaciones de maltrato, abuso y explotación de las mujeres. O les desearía –como si yo fuera capaz de desearle el infierno a alguien– que sufriesen, aunque fuese por aproximación, un ciclo de abuso sistemático empaquetado como “amor” y avalado por una mentalidad de siglos incapaz de reconocer la desigualdad y el sometimiento. La incomprensión hacia las mujeres maltratadas es la manera perversa de invalidarlas.

Pienso en esto mientras escucho a Grande-Marlaska insistir en la importancia de que las víctimas de violencia machista denuncien. Lo hace en una comparecencia junto a la flamante ministra de Igualdad, Ana Redondo, en la que recuerdan cifras escalofriantes: 50.000 mujeres en España están en VioGén para tratar de evitar –escribió la poeta Mada Alderete– que sus novios o maridos “las quieran demasiado”. Este año ya han asesinado a 55, 42 de las cuales no habían denunciado. “Hay que denunciar”, vuelven a decirnos. Comprendo a quienes así lo piden, pero no sé si quienes lo piden comprenden que hay casos en los que denunciar no debe de ser nada fácil para la víctima. Supone: 1. Reconocerte y asumirte como víctima –complicado, si no encajas en el retrato robot, aún tan inexacto, de maltratada–; 2. Redoblar la sensación de amenaza –“ay de mí, si me pilla”–; 3. Incluso no querer, ni siquiera en defensa propia, que el padre de tus hijos y el hombre al que sientes “amar” hasta el punto de soportar su violencia, dé con sus huesos en la cárcel; 4. Sentir culpa, indefensión y dudas acerca de si ese manipulador es un ángel o un demonio. Todo esto puede llegar a suceder. No es tan fácil denunciarte, mi querido maltratador.

Supongo que todo esto ya lo han pensado quienes conocen mejor que yo –soy lega en este asunto– los mecanismos y sofisticadas variantes de la violencia machista. Me pregunto si no sería buena idea decir a las mujeres que se sienten atrapadas en el apego a su querido maltratador que lo deseable es denunciar para ponerse a salvo cuanto antes, pero que también hay maneras –tiene que haberlas– de salir de ahí, con garantías y apoyo del entorno e institucional, que no siempre comienzan por la denuncia que su pánico, culpa o esperanza aún no les permite cursar.

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