Tribunales y tribunos

Las brujas de la posmodernidad parecen ser quienes se oponen al paulatino adelgazamiento del Estado de Derecho

Las críticas vertidas sobre los jueces del TC se añaden a la hostilidad con que el Gobierno de la nación viene distinguiendo a la judicatura, sin ir muy lejos, tras la aplicación de la llamada ley del "solo sí es sí", de cuyas consecuencias procesales, hoy inocultables, el ministerio del ramo culpa al funesto heteropatriarcado de los tribunales. También en la cuestión dirimida por once miembros del TC, en los que cada uno de ellos ha tenido ocasión de exponer, conforme a derecho, las razones y el sentido de su voto, los jueces han resultado ser, tutti li quanti, fascistas, golpistas, mamporreros y alguna otra dignidad que ahora se me olvida. Esto es, se contrapone deliberada -y muy equívocamente- la "voluntad popular" y los órganos de la justicia.

Que el señor Sicilia, deslucido y áspero tribuno, dijera en el Parlamento -sin mayor repercusión- que nos hallamos ante un golpe de Estado de las togas, no deja de ser una expresión de la democracia plebiscitaria a la que parece aspirar el Gobierno, urgido por sus socios. También el señor Iglesias llamaba a las calles, tras conocerse la sentencia. Estas apelaciones a la democracia directa, asamblearia, sin el embarazo de la ley, sin el concurso de los tribunales y sin los intereses espurios de casta (casta a la que pertenecen, de modo principal, quienes hoy la denuncian), remiten invariablemente a las masas que perseguían, encolerizadas y acéfalas, a la pobre criatura de Víctor Frankenstein (y con esto no me refiero al Gobierno Frankenstein que temía Rubalcaba). O dicho de otro modo, remiten a una de las formulaciones más memorables de tal dilema, cuando Gregory Peck, en Matar a un ruiseñor, impone la cordura y el reposo de la ley, en absoluta soledad, frente a la "sed de justicia" de una multitud con antorchas. Como muy bien sabe el señor Sicilia, no existe democracia al margen de las leyes. Y ello por una razón elemental: son las leyes quienes la habilitan y la hacen posible. Son las leyes, las leyes de una democracia sólida y compleja, quienes impiden que "el pueblo", o cualquier otra fuerza sin contrapoderes, queme brujas.

Las brujas de la posmodernidad parecen ser quienes se oponen al paulatino adelgazamiento del Estado de Derecho en el que hoy nos hallamos inmersos. En tal sentido, exonerar golpistas y favorecer a reos de corrupción quizá le resulte a cuenta al señor Sánchez. Pero la indefensión y balcanización de la democracia española que ello comporta quizá no cuente con muchos más beneficiarios. Acaso, ni con los propios interesados, que marchan alegres y confiados hacia su propia ruina.

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