Hace un par de semanas se me juntaron de un día para otro la impartición de una sesión de formación en Madrid y una conferencia en Huelva; ambos escenarios sobre digitalización; eso que no sabemos si es una revolución o simplemente una evolución en cuanto a la tecnología que manejamos. Repasando los momentos de mi profesión, cosa que hago con meticulosa frecuencia, a veces me asalta un cierto pudor personal y por qué no admitirlo, de vergüenza de mí mismo, al afirmar con tanta rotundidad que necesitamos cambiar de paradigma y modelo en el ámbito empresarial, que es a lo que me dedico profesionalmente.

Algunos de mis alumnos, empresarios clientes o escuchantes podrían pensar, a tenor de lo que digo, que soy un tipo de éxito que ya vive en ese nuevo paradigma y les mira desde la atalaya, dado que mi trabajo en el mundo de la empresa se orienta a evidenciar la necesidad que tenemos de cambiar nuestros actuales modelos de pensamiento y actuación.

Se equivocan de plano si me consideran exitoso en el escenario de su paradigma, porque es justo el modelo que propongo cambiar. Pero nos cuesta mucho y diez pueblos más allá.

En eso reconozco que les llevo ventaja. En atreverme a hacer cosas que no he hecho nunca, en cambiar procesos en mis empresas clientes centrados en las personas, en entender que el éxito económico es una consecuencia, en desterrar la infame dirección por objetivos, en dar valor profesional al directivo que dedica tiempo a pensar, en vez de estar corriendo todo el día en el plano del hacer...

Estar en este paradigma me está devolviendo, al cabo de los años una realidad maravillosa: la de que al atreverme a cruzar la frontera de lo habitual, se me ha revelado el conocimiento de personas y situaciones interesantísimas y sobre todo, que no era el árbol el que me impedía ver el bosque sino el bosque el que me impedía ver el árbol.

El bosque de la mediocridad como sistema, transitado como ovejas en pos de un objetivo fundamentado en el tener y el conseguir, nos anula la capacidad y el coraje de cambiar de modelo.

Ese es un escenario que no merece la pena vivir.

Atrévanse a cambiar, a modificar sus objetivos, a pensar más y para bien en sí mismos, a hacer cosas que nunca hicieron, a dejar de comprar lo que nos venden, a no creer en las mayorías, ni a opinar como opina mucha gente.

Atreverse a ser árbol tiene el coste de que el bosque te mire con recelo e incluso te aísle. Cuando eso suceda y haya sido capaz de superarlo, no tenga la más mínima duda de que estará en el buen camino.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios