¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Isla Decepción

La Gran Bretaña, que fue capaz de sobreactuar por una isla de balleneros, ha permitido sin más su salida de la Unión Europea

No hay nombre más triste en la geografía universal que el de Isla Decepción. Es fácil imaginar lo que tuvieron que sentir los que llegaron a ese desolado y gélido volcán que emerge del Antártico para bautizarlo con un topónimo tan melancólico. Aunque no faltan los enterados que apuntan a que el nombre de la ínsula se debe a una incorrecta traducción de la voz inglesa deception y que, por lo tanto, debería llamarse Isla Engaño -como si la raíz espiritual de las dos palabras no fuese la misma-, nosotros preferimos pensar en la cara compungida y el verbo desesperado de algún marino andaluz o vasco cuyo barco fue empujado a aquel desolado rincón por las corrientes y la malandanza.

Hoy en día pocos lo recuerdan, pero Isla Decepción fue el lugar donde se celebró muy tempranamente, en 1953, una especie de ensayo general de la Guerra de las Malvinas, cuando un pelotón de infantes de marina británicos desalojó a un destacamento de la Armada Argentina (un sargento y un cabo) que imaginamos vivía en la más atroz de las añoranzas, mateando con desgana criolla y marcando en un madero los días que le quedaban para salir de aquel roquedal, cuya época dorada fue la misma que la de los grandes balleneros. Es el llamado, con evidente teatralidad histórica, Incidente de Isla Desolación. Las causas da pereza contarlas y tienen que ver con un pleito entre el nacionalismo argentino y el imperialismo británico, con algún chileno también de por medio. Lo de siempre en esos mares del demonio.

Gran Bretaña fue capaz de sobreactuar hasta el ridículo por una isla de balleneros que poco le aportaba y, sin embargo, ha permitido sin más su salida del mayor intento de unidad europea de todos los tiempos sin que apenas -al menos por ahora- le tiemble el pulso. Detrás de las dos medidas, sin embargo, hay una raíz común -como en las palabras decepción y engaño-, una nostalgia por un imperio que, aunque durante un tiempo le confirió al país un encanto innegable, ahora empieza a pesar demasiado, como un gen tarado que se arrastra de generación en generación, envenenando la descendencia. La UE dejó claro el pasado sábado, durante la celebración de su 60 aniversario en el Palacio de los Conservadores de Roma, que pretende seguir adelante. No tiene muchas más opciones. Al otro lado sólo está la debilidad económica, la inexistencia geoestratégica y la continua amenaza de una nueva guerra civil europea. Gran Bretaña, sin embargo, es una isla y su vocación es estar sola y aislada. Como Deception Island.

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