Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

La maquinaria divinizada

El problema surge cuando, fascinados, elevamos a dogma y convertimos a la máquina en un dios implacable

Se decía en los setenta que si una catástrofe acabara con nuestra civilización los futuros arqueólogos concluirían que aquella sociedad adoraba a un dios encarnado en una caja que ocupaba el centro de cada hogar: la televisión. Hoy, ese altar doméstico lo ocuparía un ordenador y todo lo que representa. La tecnología se ha convertido en un pilar fundamental de la sociedad moderna. Un bálsamo de Fierabrás que alivia nuestras debilidades y sin el que difícilmente sobreviviríamos tras haber arrumbado habilidades humanas desarrolladas durante milenios. La evolución siempre se ha caracterizado por una renovación continua en la que ganamos en eficiencia, aplicando la razón con el objetivo de sustituir la fuerza física por las capacidades intelectuales.

El problema –y a veces, también, la tragedia– surge cuando, fascinados por la tecnología, la elevamos a dogma y convertimos a la máquina en un dios implacable: omnipotente, omnisapiente y omnisciente y, por tanto, infalible. Y ha sido ese cientificismo dogmático el responsable último del escándalo del Post Office británico que se ha saldado con casi un millar de empleados despedidos, arruinados y hundidos en tal desesperación que cuatro de ellos decidieron suicidarse. En 1999 el gobierno británico implantó Horizon, un sistema informático desarrollado por Fujitsi para la llevanza de la contabilidad en las oficinas de correos del Reino Unido. Horizon empezó a fallar aportando datos que reflejaban déficits de caja irreales. Cuando los empleados dieron la voz de alarma, los responsables del Post Office ignoraron las denuncias y actuaron legalmente contra los directores de las sucursales. Se procedió a despidos, reclamaciones de las cantidades supuestamente apropiadas ilegalmente y procesos penales. Nadie durante años osó poner en duda los datos informáticos. ¿Cuántas veces hemos oído en oficinas bancarias, departamentos de empresas o en la propia administración pública eso de “si el sistema lo dice…” o “el ordenador no se equivoca”?

La reparación, conseguida gracias al coraje de Mr. Alan Bates, uno de esos empleados falsamente acusados, llega tarde para todos y resulta inútil para algunos. Aun así, es imprescindible y necesaria. Tanto como depurar las responsabilidades que sean exigibles. Pero la pregunta que queda en el aire es todavía mucho más inquietante: ¿estamos abdicando de la racionalidad y el espíritu crítico y divinizado a las máquinas?

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