LOS dos candidatos de la izquierda -José Antonio Griñán (PSOE) y Diego Valderas (IU)- tuvieron que protagonizar anoche un debate descafeinado en Canal Sur Televisión tras la negativa de Javier Arenas (PP) de acudir al mismo, negativa que se extendería al hipotético, y más interesante, debate a dos entre el candidato popular y el socialista. El rechazo del Partido Popular se justifica por la falta de neutralidad de la cadena autonómica, que acaba de ser desautorizada por la Junta Electoral Central por una información partidista emitida días atrás. Arenas se dice dispuesto a acudir al cara a cara con Griñán en otro lugar o en otra emisora, habiéndose ofrecido concretamente a hacerlo en TVE, que considera más imparcial, aunque es la misma empresa pública en la que se negó a debatir Mariano Rajoy en la campaña electoral de noviembre pasado. Es de destacar que en todos estos debates televisivos los equipos de campaña de cada candidato pactan al milímetro todo el contenido y los elementos anejos (tiempos de palabra, orden de intervención, temática, decorados), de modo que, aunque quisieran, los directivos de Canal Sur poco podrían interferir en la igualdad y la limpieza de la retransmisión. No hay más remedio que concluir que cuando un partido se presiente triunfador de unas elecciones tiene la tentación de rehuir los debates en televisión, en tanto que cuando parte como perdedor insiste en la necesidad del debate. Solamente el ex presidente Zapatero supo encarar el asunto sin sectarismo y aceptó plenamente en su momento debatir con Rajoy. Lo peor del rechazo a los debates en directo entre candidatos es que disminuye la calidad de la democracia, puesto que celebrarlos es una obligación de los políticos -como confesaba el propio Arenas en 2008- y poder verlos es un derecho de los ciudadanos. Un sistema democrático más consolidado haría imposible que cada cuatro años se plantease este tema de manera conflictiva y contradictoria. El debate formaría parte de la agenda inesquivable de cualquier candidato a gobernar.