Hemos recién sabido, por la Fiscalía de Menores de la Audiencia Provincial de Huelva, que los delitos sexuales cometidos por menores han aumentado en un 160% en solo un año. Parece que la tendencia al alza continúa en este año para estupefacción del personal. Ni que decir tiene que pasaremos sobre este asunto, como sobre todos, como almas que lleva el diablo: escopetados, huidizos y mirando para cualquier lado, menos a la frente y a los ojos de esta barbaridad. Mañana ya no será noticia y a otra cosa mariposa. Mientras, la bomba de relojería social que estamos montando con nuestros jóvenes se alimenta, se retroalimenta y silenciosa continúa su inexorable tic-tac hasta la hecatombe final. Lo mejor del informe de la señora fiscal es la afirmación de que los autores de estos delitos al cometerlos "satisfacen sus propias necesidades, no tienen empatía con la víctima y se creen con derecho a tener lo que quieran". Y a mí que me suena esta música. Eso de "tener derecho a lo que quieran" ¿dónde lo han visto?, ¿a quién se lo han escuchado?, ¿quién se lo ha alimentado? Naturalmente que sí, a papá y a mamá, al progenitor A y al progenitor B, y con ellos a la caterva impresentable de políticos de tres al cuarto con mando en plaza en cualquiera de las miles de covachuelas de la Juventud, de la Igualdad, del cuento chino-filipino y de la gran mentira que está llevando al sumidero a buena parte de una juventud que se vislumbra en muchas ocasiones como irrecuperable para la convivencia cuerda y adulta. Irremediable el daño. Claro que sí. El causado a las víctimas y a los verdugos. Las primeras ya estigmatizadas pasarán, en el mejor de los casos, largos años de consultas, terapias y demás parafernalia psicoterapéutica al uso. A los segundos, también les queda en la vida un camino de cardos y espinas para nada envidiable. Y todo por mor de una banda de impresentables adoradores del becerro de oro de lo políticamente correcto.

Padecemos actualmente el sistema educativo con el mayor índice de fracaso escolar del mundo. Del mundo en el que hay estadísticas. Eso sí, desconocemos los datos de Burkina Fasso, de Zimbabue y de las Islas Molucas. Y aquí todos tan campantes. Nadie responde. Nadie sabe nada. Todos felices, año tras año, informe tras informe, conformando una sociedad tan analfabeta que pronto será incapaz de regir sus propios destinos con un mínimo de coherencia y sensatez. No hay que esperar más para percibir los resultados del desastre. Ya lo estamos viendo. Este informe de la ejemplar Fiscalía onubense de Menores nos lo demuestra. Toda una pedrada en el entrecejo que hemos de agradecer.

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