INTELECTUALES

El nefasto espíritu crítico se incuba entre libros; por tanto, la lectura y la escritura, debieron pensar, hay que reducirla

La palabra parecía haber caído en desuso, arrumbada en el desván de términos olvidados por no cumplir ya función alguna. Aunque quizás se tratara de un olvido bastante interesado, impuesto por los mismos que siempre han desconfiado de su papel. Es decir, por aquellos políticos que a la tarea de discutir con sus adversarios y convencer a sus partidarios, no quieren, además, añadir las razonables críticas de unos tipos que van por libre y, para colmo, no hay forma ni de callarlos ni comprarlos. Una primera medida que, hace años, tomaron estos desconfiados políticos fue procurar que los niños no leyeran. Si ya, desde las escuelas e institutos, no se lee se eliminan más fácilmente los futuros e incómodos intelectuales. El nefasto espíritu crítico se incuba entre libros; por tanto, la lectura y la escritura, debieron pensar, hay que reducirla al mínimo. Y lo han logrado, como muestra de manera cabal el Informe Pisa. Lo malo es que, pesar de este esfuerzo para silenciar a potenciales censores, han quedado algunos viejos intelectuales que se resisten, mantienen viva la querencia de protestar y tienen principios que defender. Incluso recientemente algunos de esos carcamales nostálgicos aprovecharon el décimo aniversario de la muerte de Jorge Semprún, para recordar que hubo una época en la que ser intelectual y político (o político e intelectual) era compatible. Aquellos inesperados elogios, que ya nadie esperaba, anunciaron que hay mucho intelectual callado y suelto que aguarda su momento para incomodar de nuevo al poder. Sobre todo, al poder que está instalado en la Moncloa, Pedro Sánchez, en cuya nefasta política han encontrado una larga serie de motivos que denigrar. Así, pues, este viejo cenáculo –formado por gente que debía de haber jubilado también su pensamiento– empezaba de nuevo a moverse mucho y, por tanto, a incomodar. Había, pues, que dar un escarmiento en alguien concreto, para que sirviera de ejemplo. Nadie más idóneo que Fernando Savater. Reunía todos los méritos (no hace falta enumerarlos: principios éticos claramente expuestos, militancia civil a prueba de bomba, y una escritura reflexiva que llega a la gente). Es decir, la cabeza de turco perfecta. Solo bastaba dar la orden, que para eso están los hilos del poder. Y la orden fue dada y se cumplió. Pero, por fortuna, el escarmiento y el miedo no ha cundido, e incluso allí, en esos medios dónde ya parecía que la voz intelectual se había apagado, una nueva llamarada se ha iluminado. Ojalá sea el anuncio del retorno, a la plaza pública, de los intelectuales.

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